Pequeñas Tragedias Veraniegas VI

Me dijo que no me preocupara, que eso era sólo la primera impresión, que con el tiempo me haría a la idea, que él tenía un año pensándolo y que era lo mejor. “Es que necesito mi espacio, Chelo” me soltó, luego de engullir el desayuno que como devota a su santo le he preparado, no como obligación por favores recibidos, sino como un derecho adquirido y del que jamás recibí ni el milagro de las gracias. Me pidió el divorcio mientras se limpiaba la comisura de los labios, con naturalidad, como si comentara el partido de ayer.

Que habían sido treinta años de matrimonio, mucho trabajo y tres hijas, que quería vivir… y quién sabe – alegó con sonrisa de bucanero- “tal vez hasta encuentro el amor de mi vida.” O al menos fue lo que entendí, porque me lo dijo ya en el baño, mientras se lavaba los dientes y con esa sombra de duda que produce la espuma del dentífrico. Esa era una costumbre de su marca personal: cuando quería decir algo que podría revertirse en su contra, me lo decía lavándose los dientes, como una manera segura de poder negarlo después.

Yo… que quieres que te diga, ya las niñas se habían despertado y tenían que irse a la universidad. Estaban las camas por hacer, servirles el café y envolverles el bocadillo para media mañana. Que es que están en exámenes y a las pobres no les cunde el tiempo. Así que al pasar frente al frigorífico, cogí el papelito donde anoto las cosas de la compra y apunte: Respuesta para Agustín.

Porque eso es lo bueno que tiene hacer la compra, me da tiempo para buscar respuestas, pensar y pedirle consejo a los tomates.

Me dijo que no me preocupara, que por su parte quedaríamos como amigos, el se iba de casa a un pisito de soltero, pero que no era necesario romper la comunicación después de tantos años, que no valía la pena. Que él podía pasarse los fines de semana a traer la ropa sucia, ver a las niñas y llevarse comida para la semana y que al principio, mientras me acostumbraba y como un gesto de buena voluntad, podía pasarse a cenar todas las noches.

La Conchi me dijo que no le diera gusto a ese vejestorio, y que si quería experimentar la «libertad» que asumiera las consecuencias. Desde ese día dejé de cocinarle, lavarle, almidonarle las camisas, reponerle el papel higiénico y darle las friegas para el lumbago. Y si me hubiese olido antes esta puñalada, hubiese resucitado hace tiempo.

Para qué te voy a engañar. Los primeros días cuesta, pero cada vez que me acordaba de aquello de “encontrar el amor de su vida”, me sobreponía con mucha facilidad. El odio, a mis años, es como el gynseng.

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Nota del Cartero:

Fotografía tomada de www.pixalia.net, bajo licencia Creative Commons.

 

¿Por qué no hay un diccionario de españolismos?

Mira que no me disgusta para nada la existencia de la Real Academia Española (de la Lengua). Me resulta lógica y necesaria. Me gusta su rigor y además, veo plausible el esfuerzo que realiza por abarcar los distintos matices del castellano a lo largo de todos los países que tienen lengua en común. Iniciativas como el Diccionario Panahispánico de dudas lo reflejan. Lo que a veces no me resulta tan cómodo es que La Academia asuma el Castellano como patrimonio exclusivo de España y tienda a obviar que éste – si bien heredado – también forma parte del patrimonio cultural de los otros cuatrocientos millones de personas que lo hablamos.

Uno de los flecos que apalancan esa actitud, es el trato aparte que reciben los americanismos, como si fuesen desviaciones de un hipotético castellano estándar. Es como pensar que los españolismos no existieran o que, en todo caso, fuesen la norma.

Casi todas las Academias de la Lengua Española de los países latinoamericanos publican regularmente diccionarios con el aporte que los habitantes de distintos entornos culturales han realizado al idioma, y lo engloban dentro de esos “ismos” que hacen referencia a particularidades del Español, en sus países o regiones. Sin embargo, La Real Academia incluye en el Diccionario como voces del español general, muchas que sólo se conocen en España: autocar, autostop, competición, mechero, iceberg, hucha, piso, arcén, molar curro, etc.

Con lo que me encanta el español de España, un diccionario de españolismos sería para mí, además de interesante, útil. Hablar con la gente, ver la tele o leer los periódicos, no es suficiente para aprender a entender lo que otros me quieren decir y decirles con sus propias palabras lo que siento o pienso. Además, para los españoles, contar con una obra así podría llegar a representar una experiencia de reafirmación de unos de los valores que les hace iguales, en medio de su atractiva diversidad: El Español.

Que amanecí reivindicativo hoy.

¿Por qué los aeropuertos tienen Capillas?

Hace unos meses, visitaba por motivos de trabajo la nueva Terminal del Aeropuerto de Madrid Barajas. Es alta y ondulada, por lo que me recordó al tipo de las iglesias renacentistas, con sus cúpulas iluminadas y sus penitentes arbotantes. Mientras buscaba un cajero electrónico, topé de repente con una señal que indicaba la dirección de la Capilla del Aeropuerto, curioseado me acerqué. Mientras veía su austera decoración, me preguntaba por qué una construcción tan nueva y laica, incluía en su planificación una Capilla Católica. Para qué podría servir una Capilla, justo allí, donde precisamente la gente pasa y no se detiene.

Dándole vueltas, pensé que en todo caso quienes confesaran otras religiones, también deberían contar de un lugar para celebrar sus ritos, dado que, los aeropuertos son unos de esos pocos lugares donde, juntos pero no revueltos, pueden coincidir pacíficamente los fieles de todas las creencias.

La respuesta estaba a mi espalda. En efecto, había dos salas más habilitadas, una como mezquita y otra como sala interconfesional.

Aunque me resultaba equitativo, seguía sin enterarme porqué en un aeropuerto. Las argumentaciones por analogía me llevaban a pensar que también debería haber capillas en las estaciones de tren, en las de autobuses y, si a ver vamos, hasta en las gasolineras. Pero después de buscar un rato, di con la respuesta. Las Capillas Católicas, así como los templos religiosos en general, dentro de los aeropuertos no están pensados esencialmente para los pasajeros, sino para las tripulaciones y empleados de los aeropuertos. Y que curiosamente en el caso de la Iglesia Católica, – digo curiosamente más por ignorancia que otras cosa – existen unas Directivas de la Pastoral de la Aviación Civil, promulgadas por el Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes. Entiendo que otras religiones también cuentan con iniciativas similares.

Me sorprendió encontrar documentos que regulen el uso de las Capillas. Por cierto ¿habrá alguno que regule el de los baños del aeropuerto? Hay tantos usuarios guarros, que debería estar expuestos a sanción.

La religión sigue y seguirá siendo el albergue en que los humanos necesitamos refugiarnos. Explicarnos a nosotros mismos sin una intervención divina que nos justifique es aún bastante complejo, que no está al alcance de todos. Pero daremos un gran paso, cuando para vivir nuestra religión, la de cada uno, no nos haga falta un templo, sino la cotidianidad de nuestras acciones.