La cláusula de la sonrisa

Mauricio es un chico normal, pero muy tímido, y lleva una semana sumido en la angustia. La chica más guapa del mundo le llama por su nombre, se saluda cuando le ve, le desea buen día y le sonríe con todos los dientes. Me dice que no había visto nada igual, salvo en las pelis, y que esas siempre terminan en boda. Mauricio se ha hecho ilusiones, de las sinceras, porque es un buen chico. Me dice que le ayude, que no sabe cómo entrarle a una chica de la ciudad, tan sofisticada, con tantos dientes perfectos, con tanto pelo brillante. Me cuesta verle así, pero lo entiendo. Viene de un pueblo digno, pero pequeño, de esos que envejecen a la velocidad que les puede imprimir el abuelo más optimista y donde Mauricio ostentó, durante más de 18 años, el calamitoso honor de haber sido el último en nacer… y contando. Su condición también le ha negado el privilegio del mal de amores a una edad prudente. Le he dicho la verdad hace una media hora y aquí lo tengo, de despecho, en la barra, como en las pelis. ¡Parecía tan real!, me gime. Es dependienta en una cafetería Mauricio, le dije con el mayor tacto posible, y cumple con una cláusula que le obliga a sonreír y ser amable. Es como las modelos pero al revés, porque a esas se lo prohíben… que como sonrían, malo, tan malo como que engorden. Mauricio lo entiende al vuelo; ser de pueblo no le quita lo Millennial, pero se había hecho ilusiones el pobre.

 

En la sala de espera

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Yo no soy hipocondríaca, pero no sé porqué. Debe ser porque tengo la cabeza de aquélla manera. Pero no me importa. Yo hice un curso de física en la universidad sobre la dilatación espacio-temporal que no entendió ni el emérito que lo impartió. Ya la física no es lo que era, y por eso vivo en San Edermo del Cortijo y como salgo por el pueblo he visto muchos futboleros hoy, porque hay final de no sé qué en no sé dónde. Algo de Europa, creo. De habitual no se ven tantos por el pueblo, pero va a ser que a la gente le gusta mucho eso de finalizar. De pequeña, estando en clase de religión, el cura, que era muy cotilla, me preguntó de qué pueblo era, y cuando le dije de San Edermo, me dijo que era una lástima y había que aprender a vivir con eso. La cosa está en que a mi las vitaminas liposolubles no me gustan porque dan tumores. Y eso debe ser verdad porque lo leí en una revista. Allí ponía que las españolas tenemos la vitamina D baja y eso lo están investigando. Las suecas no, aunque tienen menos sol y más tetas. Muy curioso y preocupante. Y como soy española también la tenía baja y entonces me mandaron un tratamiento de choque. Yo presenté un escrito para reclamar porque casi me mata. Porque yo estudie física en la universidad y también soy abogada, aunque os de la risa. Como a mi mejor amiga, que se ríe cuando se lo cuento. Ella es muy inteligente pero tiene muchas enfermedades porque las ha heredado. Afortunadamente la inteligencia no es hereditaria, así que puede tener descendencia sin preocuparse de que sus hijos no sean felices. Pero su chico es de San Edermo y la toca poco, por lo del fútbol. Y eso es un suplicio. Como el mío con este picor en las yemas de los dedos.  Debe ser por crecimiento de las uñas. Veinte años con mis uñas cortas y limpias y tener que dejármelas crecer para la primera comunión de una sobrina-nieta… lo que uno hace por los hermanos. Pero sólo porque es el mayor, y merece respeto, que si no…

Me levanto, que es mi turno. Hasta luego maja.

Postulado

corte-humedadDisturbarse nunca le resultó un acto de intimidad, a lo sumo, un placer reservado. Tenía la convicción  de que su ángel de la guarda era aún inexperto, se tomaba muy a pecho aquello de ser su sombra y no le abandonaba ni para fantasear. Se acostumbró al recatado ritual de meterse en la cama a oscuras después de Completas, arriar los ojos y darse la vuelta con el movimiento armónico de llevarse la manta al cuello y erigir su mano izquierda como símbolo de libertad. Prefería apaciguarse de costado, mirando hacia la pared y usar su espalda acaracolada como refugio. A su remordimiento, distraído, sólo le quedaba la opción del estupor, ese elemento necesario para aprender el arte de escuchar cómo gime el silencio.