Overflow

Mi hipótesis: El cerebro humano no ha sido diseñado para procesar la cantidad ingente de mierda a la que está siendo sometido.

Esa masa de interconexiones que tenemos dentro del cráneo se ha formado en un largo proceso de evolución, donde las cosas pasaban a un ritmo lento, bajo situaciones acotadas y azarosas. En comunidades pequeñas y con una tolerancia justita a las estupideces. Es verdad que los humanos construímos supercherías históricas para compensar la inceridumbre, pero aquellas respondían, a su vez, a una especie de monopolio narrativo dosificado. Cada poder establecía sus narrativas y cada revolución contraponía las suyas.

Las sobrecargas de estimulación, como mucho, venían dadas por las pasiones. Un set de pecados dosificados, la imposición de la carne, miedo a dioses imaginarios, guerras viscerales en su nombre y poquito más. Gran cantidad de estas aún perviven (con el agravante de la escala), pero tarde o temprano, los mecanismos automáticos de las sociedades los superaban. Sólo se trataba de alcanzar la dosis correcta de sufrimiento insoportable o preferir morir.

Ahora tenemos un problemón: Estamos enchufando a antiguas y nuevas generaciones a una maraña de mangueras de basura a alta presión que inundan y desbordan el cerebro, incapacitándolo para pensar, imaginar y, sobre todo, activar los mecanismos de autoprotección que le permiten darse cuenta de que lo están jodiendo. Es un tipo de basura que inhiben los mecanismos del dolor.

Una droga intangible que está atrofiando funciones que costó mucho configurar; como la atención. Y no hablo de la atención sublime, sino la más básica, como aquella que se fija en el sabor de lo que estamos comiendo, bien por placer o para no envenenarnos.

Es probable que sea insostenible a medio plazo y que todo haga crac una tarde de estas. Pero mientras, protéjase querido lector y procure ser analógico durante un par de horas al día. Empiece por tandas de diez minutos y ya se acostumbrará. Total, fuimos diseñados para eso.