¿Por qué las madres no mean solas?

Hechos:

Un cachorro humano urbanita, cuando tiene edad para ello, puede jugar solo y tranquilamente  en el salón de su casa mientras su madre se encuentra en cualquier otra habitación, aunque no la tenga a la vista. Pero basta que su madre busque un momento de privacidad y en un alarde de sigilo se dirija al cuarto de baño para que el cachorro humano vaya raudo a incordiarla, como si un resorte biológico activara alguna alarma. Ciertos estudios llegan a afirman que el 99,16% de las madres humanas han experimentado alguna vez el hacer del cuerpo mientras su cría permanece sentado en sus piernas sobarreándole el pelo.

Igualmente se ha observado que al cachorro humano le importa un bledo dónde está su padre. Salvo que necesite confesar una trastada cuyos decibelios de reprimenda sean inferiores a los de su madre o que simplemente necesite liarlo para sociabilizar las culpas.

Hipótesis:

Es una reminiscencia genética asociada a la supervivencia. En un pasado no muy remoto, en el que éramos cazadores-recolectores (aunque hoy no se note la diferencia); y en el que las crías prácticamente dependían de la visión periférica de sus madres (como hoy, vamos), el momento más vulnerable para los vástagos era aquel en el que su madre, respondiendo a otro instinto, buscaba un momento de solaz para obrar (en su acepción escatológica). Al aislarse, su supervisión perdía facultades, así que era el retoño quien tomaba la iniciativa de ponerse al amparo de su ángulo visual ante la eventualidad de que un tigre se lo cenara.

Al parecer, la exposición reiterada a este fenómeno ocasiona lesiones transitorias en el neocórtex de las madres que les imposibilita recordar de qué iba eso de mear solas.