En la sala de espera

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Yo no soy hipocondríaca, pero no sé porqué. Debe ser porque tengo la cabeza de aquélla manera. Pero no me importa. Yo hice un curso de física en la universidad sobre la dilatación espacio-temporal que no entendió ni el emérito que lo impartió. Ya la física no es lo que era, y por eso vivo en San Edermo del Cortijo y como salgo por el pueblo he visto muchos futboleros hoy, porque hay final de no sé qué en no sé dónde. Algo de Europa, creo. De habitual no se ven tantos por el pueblo, pero va a ser que a la gente le gusta mucho eso de finalizar. De pequeña, estando en clase de religión, el cura, que era muy cotilla, me preguntó de qué pueblo era, y cuando le dije de San Edermo, me dijo que era una lástima y había que aprender a vivir con eso. La cosa está en que a mi las vitaminas liposolubles no me gustan porque dan tumores. Y eso debe ser verdad porque lo leí en una revista. Allí ponía que las españolas tenemos la vitamina D baja y eso lo están investigando. Las suecas no, aunque tienen menos sol y más tetas. Muy curioso y preocupante. Y como soy española también la tenía baja y entonces me mandaron un tratamiento de choque. Yo presenté un escrito para reclamar porque casi me mata. Porque yo estudie física en la universidad y también soy abogada, aunque os de la risa. Como a mi mejor amiga, que se ríe cuando se lo cuento. Ella es muy inteligente pero tiene muchas enfermedades porque las ha heredado. Afortunadamente la inteligencia no es hereditaria, así que puede tener descendencia sin preocuparse de que sus hijos no sean felices. Pero su chico es de San Edermo y la toca poco, por lo del fútbol. Y eso es un suplicio. Como el mío con este picor en las yemas de los dedos.  Debe ser por crecimiento de las uñas. Veinte años con mis uñas cortas y limpias y tener que dejármelas crecer para la primera comunión de una sobrina-nieta… lo que uno hace por los hermanos. Pero sólo porque es el mayor, y merece respeto, que si no…

Me levanto, que es mi turno. Hasta luego maja.

Los ecos del Gran Fustigador

«Desgraciadamente, el problema de Venezuela no fue de recursos, que los tuvo de manera casi ilimitada, sino de utilización de los recursos, que en gran parte fueron malbaratados, mal dirigidos, despilfarrados en costosas empresas estatales y al final de lo cual el país entero presenta un cuadro de fracaso económico y social.»

Varias generaciones de venezolanos, incluida la mía, crecieron fustigadas por un señor de sonrisa opaca a quien todos llamaban por sus dos apellidos. Uslar Pietri.

Yo oía sus artículos y leía sus programas de televisión con la misma sensación de estar ante esos padres poco cariñosos y estrictos que tienen la convicción de que sus hijos son incapaces de hacer algo a derechas. De esos que no tienen miramientos en decirte a la cara que eres un mantenido, parásito y despilfarrador, para ver si así, en un arranque de amor propio, se te revuelve algo por dentro y reaccionas. Un hombre que se pasó toda la vida señalando las anomalías de un Estado que nadie veía, o más claramente, que nadie quería ver1.

El extracto que encabeza esta nota no es un artículo-diagnóstico de un sesudo analista contemporáneo. Más bien, la dolorosa descripción de nuestro sino, publicada por Uslar Pietri, una mañana de mil novecientos setenta y siete (1977) bajo el título La dimensión de un fracaso. Ya ven ustedes lo tozudo que hemos salido como país. Ese al que le siguen aplicando los mismos regaños paternos después de viejo y que miraba al suelo haciendo arcos con la punta del pie mientras soñaba que hacía, de cuando en cuando, la revolución: Esa forma tan criolla con la que toda la vida hemos denominado al flagelo del caudillismo.

La prueba del algodón de una verdadera revolución (además de no etiquetarse como tal) debe ser la de imposibilitar que sigan siendo desgarradoramente válidas en el presente, las críticas vertidas sobre el orden de cosas al que, supuestamente, se pretendía superar. Porque sino, estamos condenados a repetir la historia, a hacer vigentes los mismos reclamos con los que continuaba Uslar: «… no solamente hemos malgastado alegremente el dinero que debía destinarse a construir una nación moderna, sino que hemos creado un Estado inmensamente interventor, ineficiente y torpe.»

No intento colar una trampa en la extrapolación histórica. Estamos hablando de nuestro mismo país y de sus males endémicos hipertrofiados cuarenta años después. De un país que ahora, completamente exhausto de sus decisiones, necesita repensarse, reinventarse y reencontrarse a sí mismo desde la estación base de un duro viaje de reconstrucción. Que necesita desempolvar, como quien vuelve de la vorágine, las cosas buenas de su idiosincrasia originaria.

Por justicia social y respeto a sus juramentos originarios, quienes ahora han caído en los errores de siempre – creyendo que eran aciertos – deberían tener el mismo sentido político y coherencia democrática que aquéllos a los que Uslar Pietri criticaba duramente(*); y permitir, sin ambages (o con ellos), que sea la nación quien decida lo que viene después. Es oportuno recordar que en un plazo de doce (12) meses, a finales del siglo XX, las instituciones del pacto de Punto Fijo – que precedió a actual régimen y que también dieron la espalda al país – organizaron y llevaron a cabo (a pesar del refunfuño) una elección presidencial, un referendo constituyente, una elección de representantes a una asamblea constituyente y otro referéndum de aprobación constitucional que sabían, a priori, perdidos. No hay excusas logísticas para evitar que los ciudadanos decidan. Es la base de la soberanía y la esencia de la paz democrática. Cualquier otra cosa es más caída, y el vacío no tiene redes.

Finalmente, creo que ese viaje de reconstrucción podría comenzar desechando un lastre maligno que ha fungido de mito generacional y que nos ha hecho pensar siempre de forma errónea sobre nosotros mismos: No. Venezuela no es un país rico. Simplemente, es un país pobre al que le ha tocado la lotería, que es una cosa completamente distinta.


1.- ¿Qué podía estar haciéndose mal en el Estado de una democracia joven, que hacía puentes, carreteras, centrales hidroeléctricas, centros educativos, hospitales y nacionalizaba el petróleo? Precisamente eso, que no hacía nada para que no nos carcomiera en silencio la maldición del síndrome holandés.

*.- Sentido y coherencia que luego perdieron en la figura de un golpe de estado. 

 

Porqué deben los niños aprender el código morse

mensaje-botellaDigamos que, desde un punto de vista de salud pública, deberían aprenderlo por si acaso. No vaya a ser que un día de estos una tormenta solar deje sin efecto la comunicación mundial moderna, a los pequeños les entre el mono comunicativo y no tengan con qué sobrellevarlo. Vamos, que si tienen que escribir una carta, les de un algo. Pero la verdadera razón por la que lo considero importante, es porque le da una oportunidad al cerebro para ejercitar un tipo de abstracción, esa que asocia y sustituye unos sonidos o imágenes por otros y que al juntarlos, le otorga significado. Todo en un sólo movimiento en el que se juega con la codificación.

Hoy en día, sólo las matemáticas se encargan de fomentar el pensamiento abstracto cuyo mayor exponente en la infancia es el uso del cero para designar la nada. Pero creo que otros esfuerzos un poco más elaborados, como comprender el concepto de fracción, resultan habitualmente en fracaso porque el fomento del pensamiento abstracto está de capa caída. Especialmente, en otras áreas de la educación básica, como por ejemplo, la lingüística. Comprender es, esencialmente, forzar a tu cerebro a usar la imaginación para dar significado.

Lamentablemente, hoy a nuestros chicos los estímulos les vienen muy masticados. Desde los dibujos animados hiperdetallados hasta los cuentos infantiles repletos de diálogos objetivos. Cuando se topan con una metáfora, una dilogía o una sinestesia, se quedan un poco en blanco. Ahora entiendo a mis maestras de infancia, que a los chicos un pocos lentos como yo, los obligaban a leer poesía para mejorar en matemáticas. Y aunque seguí siendo malo en la parte operativa, se me hizo muy fácil asimilar el concepto de límite o imaginarme un sólido de revolución llegado el momento.

Lo bonito del Código Morse es que puede ser transmitido por varios medios y que sirve como preámbulo al pensamiento computacional, porque, en definitiva, es un código binario que funciona con puntos y rayas. Además, y este es uno de sus ganchos, permite jugar a los secretos, cosa que a los niños les encanta. Antes el Morse venía grabado en los walkie-talkies infantiles y uno lo aprendía por libre, pero nada costaría enseñarlo en el cole.

Cuando tuve mi primer móvil con capacidad para recibir mensajes de texto – un entrañable Nokia – y recibí mi primer mensaje, sentí como si de pronto me jalonaran a la infancia: Los ingenieros de aquella empresa habían realizado un enorme guiño a toda una generación usando el Código Morse para el tono de aviso de mensajes de texto, transmitiendo en puntos y rayas el acrónimo SMS*. Si en estos días alguna empresa se tomaran esa libertad, es probable que nadie le diera significado más allá de un molesto pitido monotono.

-… . … — …


*
SMS en Código Morse [… — …]. Seguro que os suena.