La corrupción como venganza

Cuando se tiene la desgracia de sufrir a un vecino ruidoso y se han agotado todos los medios civilizados  para lograr su moderación, el cerebro del occidental medio es secuestrado por una obsesión: planificar una hipotética venganza, elucubrar a todas horas el antídoto que le calme el veneno de su frustración.

Como puede observarse, es una venganza absurda, porque como justiciero sufrirá, al consumarla, las mismas consecuencias que su víctima.  De esta paradoja ya hemos hablado antes.

Creo que algo parecido ocurre con la corrupción y el fenómeno de los salva patria. Esos que para llegar al poder enarbolan la pasión de la honradez, del impolutismo y de la virginidad penal, pero que, finalmente, una vez encaramados en el coroto*, terminan ejerciendo la corrupción como un derecho adquirido, como un botín necesario para poder vengar a los desamparados.

La cosa está en que elegir a otros para que te venguen con las mismas prácticas que tu verdugo, es tan poco práctico como atormentar a tu vecino ruidoso con heavy metal a las tres de la madrugada, porque si él no duerme, tu tampoco.

Así hemos estado en la América antes Española desde que nos dio por negarnos a pagar impuestos a un monarca allende los mares: Eligiendo incorruptos e incorruptibles cuando hemos tenido oportunidad y precisamente para que nos rescataran del la corrupción.

Sin embargo, no es la corrupción de los elegidos la que más me quita el sueño, sino la de los designados. Esa maraña incontrolable, tan grande como invisible que asume como un deber el quedarse con una parte de lo que es de todos, no de un modo total y gigantesco, sino en pequeñas sangrías cotidianas, despreciables para los medios porque no son noticia y tan normales para los ciudadanos que hasta hacen chistes con ellas. Este tipo de corrupción no recibe crítica contundente, no vaya a ser que algún día te toque a ti y… si otros pueden robar, ¿por qué yo no?

Es esa pequeña corrupción cotidiana, muy enraizada en nuestra América, la que verdaderamente nos mantiene subyugados, pero a nosotros mismos.


Nota del Cartero:
Los entendidos diferencian entre corrupción política y corrupción administrativa. En los países más pobres tienen una cosa en común: Su impunidad.

*. coroto:
1. m. coloq. Col. y Ven. Objeto cualquiera que no se quiere mencionar o cuyonombre se desconoce.
2. m. coloq. Col. y Ven. Cacharro de cocina o de la vajilla.
3. m. coloq. Col. y Ven. Poder político.

Los desesperados

los_desesperadosLos suicidios son un acto tan privado que no aparecen en los periódicos. En las contadas excepciones en la que son recogidos por la prensa, sus detalles no son referidos más allá de unas cuantas frases hechas y la respetuosa omisión. Pero el suicidio frustrado es otra cosa.

Por estas fechas, hace cien años, ocurrían en Madrid dos intentos de suicido y un incendio con culpable. Recogidos en la sección de sucesos del diario ABC de Madrid1, resulta llamativa la misericordia con la que el redactor los agrupa: Los desesperados.

Como veis, no hay preguntas a los protagonistas ni hurgamiento en sus motivos, sólo un resumen de los hechos y el reconocimiento de la pericia de los chauffeurs… 

Esos desesperados compartieron en esa misma nota mucho más que la forma por la que intentaron morir. Por un lado compartieron la frustración (o ventura) de no lograrlo, que en el caso del portugués fue doble, y por otro, el hacer pública, absolutamente pública, su desesperación. Era costumbre la innecesaria identificación de las víctimas, incluida su dirección. Se citaban con naturalidad, como hoy en día se siguen citando en las parroquias católicas la calle y el número de la casa de los difuntos a los que se le canta misa.

Otro cosa es el grado de la desesperación. Parece que está directamente relacionado con el método elegido para quitarse la vida y cuya contundencia, en este caso, parecieran haber reservar los protagonistas a una eventualidad: La distracción de un chófer. Es como si se estuviera recurriendo a una última esperanzan, algún argumento de salvación que no dependa totalmente de sí mismos. De hecho, las estadísticas españolas del las tentativas de ese año así lo señalan: 1080 consumados contra 208 tentativas frustradas.

Hay desesperaciones tales que se parecen mucho a una grandisima necesidad atención. No es mi intención banalizar un hecho tan extremo, pero a veces pienso, tal vez ingenuamente y desde la ignorancia, que aún cien años después estamos faltos de gente dispuesta a escuchar, a quién se le pueda contar la magnitud de un dolor y compartir la carga de la desesperanza crónica.

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Finalemente, ¿¡qué carajo hace (ayer u hoy) una niña de tres años sola por allí con una bujía2 en la mano!?


1.- Fuente de la imagen de la noticia: http://hemeroteca.abc.es/
2.- Según la RAE bujía.

Como de la familia

limpiezaEsta frase tan recurrida tiene vocación de excusa. Se entona alargando las vocales, como queriendo pedir perdón, y se saca cual coletilla cada vez que hay que referirse a la persona que muchas familias emplean como servicio doméstico. Especialmente, cuando esa persona lleva años ayudando a cuidar a los niños, sacándole los mocos como sus padres o acompañando el primer mal de amores a los adolescentes. No me refiero a familias adineradas y de abolengo (o nuevos ricos ) donde resulta anacrónico que esos familiares vayan de uniforme por la casa, sino a los padres y madres que, con mucho sacrificio, se rinden a la paradoja de tener que pagar a alguien para que les cuide a los hijos mientras ellos trabajan con horarios irreconciliables.

El espectro es muy amplio: Desde padres en solitario que muchas veces sólo pagan a una persona para que busque a los niños en el colegio y les de la merienda, hasta aquellos que compran tiempo en forma de limpiado y planchado a domicilio. Las personas que trabajan en el servicio doméstico entran cada día en millones de hogares que no son los suyos, huelen su intimidad, ordenan las mesitas de noche y se exponen, entre otras cosas, a conflictos rigurosamente ajenos. A pesar de ello, parecieran estar muy abajo en la escala del afecto y reconocimiento sociales. Tal vez sea cultural, lo digo porque parece el mismo valor que se le daba antaño a las labores domésticas de las mujeres que no trabajaban fuera de casa1.

Lo perturbador del asunto es que la cadena continúa y no es exclusiva del primer mundo, sino mucho más larga en los países donde la desigualdad está mas acentuada. Porque en aquéllos, detrás de una mujer (que es lo habitual) que trabaja como servicio doméstico, hay otra mujer que a su vez le cuida los hijos a ésta, si no media una abuela que no cobra, una vecina solidaria que espera reciprocidad o una tía desempleada que se arrogue la tarea. La diferencia está en que unas familias del espectro pagan por tiempo mientras que otras lo hacen por comida. Los contrastes más antiguos de la desigualdad social se las arreglan para que no se hable de ellos.

Lo lamentable es que son los niños, tanto en logística endemoniada del Estado del Bienestar como en la economía de guerra del tercer mundo, quienes terminan pasando cada día menos tiempos con sus padres.

Les estamos criando para que continúen la rueda sin darles más herramientas para defenderse que la catarsis de los lamentos.

Sin respuestas.


1.- También pienso que es la misma razón por la que la mayoría no considera co-workers, entre otras, a las personas que se encargan de la limpieza de las oficinas, pues no les dan ni los buenos días y mucho menos las gracias.