Trileros

Mientras existan los trileros tendré al menos una razón para creer en la humanidad. Su propesperidad será la prosperidad de la raza humana y seguiremos siendo capaces de grandes cosas. Mientras estos enbaucadores de oficio proliferen por las calles y encuentren gente que les siga el juego, gente de ingenuidad conmovedora y avaricia parbularia, estaremos a salvo.

En una sesión de triles se resume la humanidad entera. Es el paradigma de las relaciones interpersonales, donde quedan al descubierto esos escasos roles que siempre encuentran quien los interprete y que aparecen en muchos otros episodios del desarrollo de nuestra vida. En este juego callejero, como lo define la academia, la realidad, por mas certera que nos parezca, no es lo que pensábamos. Los que siempre ganan lo hacen para que otros pierdan y los que pierden siempre son los mismos. Pero hay otra dimensión aún más interesante.

Si después de miles de años de fraude, aún hay gente con suficiente capacidad para creer que puede contra este engaño, es decir, manifestar la capacidad de tener fe en sí misma (a pesar de que la racionalidad de la que está dotada le dicte lo contrario) podremos seguir aspirando a sueños imposibles. Vamos que será una muy buena señal.

Creer ingenuamente que se puede modificar la realidad es un requisito indispensable para cambiarla. Se ha logrado volar con un objeto más pesado que el aire, a pesar de las evidencias engañosas de la realidad. La misma realidad adversa que hacía imposible transportar una imagen a través del vacio del espacio. Todas las personas que en el pasado se han empecinado en alcanzar grandes realidades irracionales, compartían con los incautos que le llenan los bolsillos a los trileros, esa confianza ciega en que la realidad no es como la pintan y que conocen el truco para cambiarla.

La diferencia está que el humano medio sucumbe cuando comienza a perder y se retira apenado por el desengaño, mientras que los grandes transformadores de nuestra hitoria continúan hasta hallar la manera de revertir el truco, ya no dejandose llevar por sus percepciones, sino aplicando la ciencia para imponerse.

Cuento de Navidad

Sí, me duele y mucho señorita, pero sólo cuando camino. Sor Inés me dijo que entonces no caminara, pero el doctor me mandó a caminar por lo del colesterol; y entre el médico y Sor Inés, que no tiene estudios, pues usted dirá. (¿Le molesta que le llame señorita? es que la veo tan joven… no me sale un trato distinto aunque usted sea médica, es que sin verle canas no me sale.) No, esa está bien, es sólo la derecha, lo de la fiebre poca, eran sólo unas décimas en la víspera, por lo que no me mandaron para acá hasta hoy.

Del cuerpo bien, dos veces al día, a veces tres, y de un verde conmovedor sabrá usted. Con la cantidad de monte que nos dan, no se podía esperar otra cosa. Nos dicen que la carne nos sube el ácido úrico. ¿Qué le parece a usted? una comida de navidad sin cordero. Yo le digo a mi hijo que es una desgracia que mi generación se haya tragado el sapo de haber perdido una guerra para hacer una democracia y no poder comer cordero en noche buena. Vamos, que sea una de las pocas conquistas de los perdedores y que en la residencia nos las quitan sin más. Parece que las armas de la vejes son más fuertes que las de la guerra.

De todas formas lo peor de la navidad, no es la soledad, que ya estamos acostumbrados, ni estos achaques del demonio, a los que también, si no que las benditas monjas sólo nos dan turrón del blando. Que tienen razón, que no hay dientes para otra cosa, pero es otra desgracia. No se imagina usted señorita.

Doña Carmen, la sicóloga, nos dice que hay que combatir la depresión de estas fechas con los buenos recuerdos, pero cómo se va acordar uno de cosas bonitas de las navidades de la infancia cuando lo único que puede comer es turrón del blando.

Mi nuera, que es un sol, me lo rayaba, así yo lo mareaba un poco en la boca y me hacía a la idea, pero mi hijo me dijo una día que no la aguantaba una hora más (lo mismo que me dijo mi nuera de él). Ahora me trae cada dos o tres meses una distinta. Son muchachas sin guáramo para soportar el olor de una residencia.

Sí, allí me operaron de piedras en el riñón, esa es una hernia… me pusieron unas mallas. Eso es de hace unos días, nada grave, es que nos ponen a colaborar entre todos para montar el belén, pero como yo no creo en curas, lo hago a disgusto. Mi padre tampoco creía en curas… ni en los médicos (con perdón), pero yo si, no se preocupe. A mi los reyes me traían una naranja porque era el menor. A mis hermanos nada, porque no había. (¿Tiene usted hijos?) Yo la guardaba hasta el verano y se secaba y arrugaba como yo ahora. Siempre me han gustado las cosas que le dan nombre al color que tienen y la naranja la primera. Con tanto ocre de mi tierra, me sentía todo pintorreado con la naranja en mi mochila.

Pues esta noche la pasa con nosotros Eladio, no está esa pierna para mucho baile de noche buena. ¿Avisamos a su hijo?. Enfermera… lo subimos a planta, con un optimista de compañero, si es posible. Lo hidratamos; Nolotil según lo que pongo aquí… y esto último que se agencien en la cocina que ya me hago responsable: 40 gramos de turrón de Alicante rayado. A recordar Eladio, que es Navidad.

Cuento de Navidad 2009
Cuento de Navidad 2008
Cuento de Navidad 2006
Cuento de Navidad 2005
Cuento de Navidad 2004
Cuento de Navidad 2003

El poder de las conferencias

Habré asistido a unas cien conferencias en el transcurso de mi vida. La gran mayoría de ellas antes de cumplir los veinticinco años. (Puede parar aquí querido lector, porque todo lo demás tiene un repelente tufo a niño egocéntrico con pantalones cortos a rayas). Tuve mucha suerte. Crecí en un ambiente rural con pretensiones. Durante el bachillerato disfruté de los últimos coletazos de las iniciativas de una vieja guardia de profesores que estaban convencidos de que la instrucción era insuficiente y que había que educar.

El truco de la asistencia obligatoria funcionó perfectamente. Había que hacerlo así, de hecho, todo el ciclo formativo es intrínsicamente obligatorio por algo. Pero luego, poco a poco, le fuimos cogiendo el gusto como una actividad más en la que los invitados intentaban mantener atentos a gente cuya atención tenía un alto precio.

Mucha más suerte tuve en la universidad, porque logré estudiar en una que no podía pagar. Mi universidad contaba con un amplio programa de conferencias anuales que comenzaban el primer día de clases y trataban un amplio abanico de temas.

Gran parte de mi cosmovisión actual se formó a lo largo de esas conferencias. La gran ventaja que tenían sobre el resto de los mecanismos de enseñanza-aprendizaje es que no tenían como finalidad una evaluación de conocimientos, sino simplemente la estimulación de la curiosidad y esa sensación fantásticas de realizar cruces entre temas que, a priori, no tienen nada que ver con otros.

Algunas conferencias tuvieron aplicación práctica directa, otros ayudaban a conformar los intangibles, como mi esquema de valores.

A medida que he envejecido, me he quedado sin tiempo y facilidades para poder mantener un ritmo de asistencia similar a la de mi juventud. Afortunadamente, la curiosidad y necesidad de escuchar a otros hablar de lo que saben se ha mantenido intacto. Para saciarlos, recurro a múltiples sitios que fungen de archivos mediáticos de conocimiento. Hoy os dejo dos:

Todas las conferencias de la Fundación Juan March desde 1975.
El estupendo sitio de las conferencias de la organización TED.


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Nota del Cartero:
En la mayoría de los países no anglosajones, las conferencias son gratuitas. Si tiene tiempo, a alguna.