Simón Bolívar y Fredd[y]ie Mercury

El problema con el culto a la personalidad es que en algún momento te das cuenta de que ya lo has contado todo y te toca ponerte a inventar. Hay gente que vive de eso —un respeto para el trabajo ajeno— pero creo que mantener la tensión y el ritmo en la producción de nuevas características que realcen la imagen de la personalidad objetivo debe ser la mar de estresante.

En el ámbito del espectáculo las cosas se tienen muy claras, y es habitual y conocido que se fabrique todo tipo información/polémica para incrementar la imagen (buena o mala) de un artista. Sin embargo, suelen hacer poco daño a la sociedad las tonterías que se inventan: que si fulanito viaja con su particular retrete de cristal de cuarzo caleidoscópico para distorsionar la morfología de su propia mierda; o que menganita exige que los granos de arroz que se come tengan todos ellos el mismo tamaño y que en cada uno se distingan sus iniciales impresas en pan de oro de Budapest; por decir algo.

Sin embargo, en política es otra cosa. Allí todo esto es un peligro. Porque el culto a la personalidad llega, con mucha facilidad, a niveles esperpénticos. Por ejemplo, yo supe de muchacho que con Bolívar se había llegado al llegadero cuando se formó una comisión de investigación para determinar si el hijo de doña María de la Concepción había, alguna vez en su vida, comido mangos.

Juro haber visto por la tele a sesudos intelectuales de uno y otro bando debatiendo sobre el asunto. Como era aún pequeño, se me parecían mucho a la famosa disputa de los liliputienses enfrentados por la forma correcta de cascar un huevo cocido. Todo esto no sería importante, sino fuera porque a la gente de vez en cuando se le saltan los plomos y le da por empezar una guerra por la mínima.

Por esa misma época, estuvo Queen en Venezuela y lo anunciaban por la tele. Algunos de mis tíos eran aun adolescentes y estaban muy entusiasmados (aunque no tenían ni la más remota posibilidad de acudir a alguno de los conciertos). Era muy curioso, porque eran activistas de la extrema izquierda antiimperialistas que chapurreaban las letras del álbum The Game sin tener idea de lo que decían. De repente, en medio del  corro que se formaba en torno a la televisión, mi abuela suelta, refiriéndose a Freddie Mercury: ¿A ese muchacho le habrán dado a probar arepas?

Uno de míos tíos dijo que sí (porque era un símbolo irresistible del sabor de la patria); otro que no (porque los sifrinos no comían arepa). Creo que, pasadas las décadas, la discusión aún continúa.

¡Las consecuencias del culto a la personalidad no se mueren nunca!

Porqué deben los niños memorizar poesía

Mi madre tenía un mantra: el mundo da muchas vueltas. Es por eso que creo que a los niños se les debe dotar de algún tipo de asidero al cuál sujetarse cuando, de adultos,  esas vueltas que el mundo da se tornen especialmente ariscas e incontrolables.

Como ingenuo congénito, creo que la poesía memorizada de pequeños funciona tan bien como los buenos modales para ayudarte de mayor a recomponer el mundo, a reactivar la imaginación y a fabricar un andamiaje emocional que te permita salir de las vicisitudes. También sirve para crear un fuerte lazo emocional con las partes buenas del pasado, independientemente de lo que elijas hacer o ser de mayor.

Encuentro la poesía especialmente útil para los niños del siglo digital, a los que se les está negando la posibilidad de imaginar por sí mismos y a los que se les entrega  masticada toda la fantasía. La buena poesía —y la infantil con diferencia—, es tan compacta, completa y sugerente que es lo más parecido a darle a un niño pequeño una caja de cartón en la que quepa.

Hágalo sin miedo. Por memorizar y descubrir el sentido de un poema, la descendencia no le va a salir de letras.

 

Cuento de Navidad

Sí, también he buscado por allí. ¿Y has mirado bien? Claro, no lo voy a encontrar mirando mal. ¿Pero seguro que has mirado bien?… yo creo que el pobre se habrá acordado de ti, por eso se ha escondido. ¡Vamos!, ya habló la Madre Teresa de Calcula: tú sabes que aquello fue un accidente, yo no voy quebrando dedos por diversión, además, no me vengas con sermones, que tú sólo te acuerdas de Santa Bárbara cuando llueve. A mí no me llames así, que no se juega con el nombre de una santa, y tampoco me vengas con reproches, que no son fechas, que ahora lo importante es encontrarlo, ¿seguro que has mirado bien? ¡Vuelta la burra al trigo!… en lugar de preguntar tanto, deberías mover el culo, que siempre te pasa lo mismo; como cuando se te olvida llamar a mamá por su cumple, y entonces te entra el estrés postraumático porque es ella la que te termina llamando para salvarte de la culpa, que no… que no se te olvida nada, que para que se te olvide algo antes tienes que memorizarlo, y solo recuerdas lo que te importa, y para que te importe, lo tienes que querer primero y para quererlo… Para, para, para… yo creo que es mejor que no sigas por ese camino, que te estás metiendo en un berenjenal; y te lo digo desde el cariño ¿sabes?, porque al menos yo no ando poray rasgándome las vestiduras en las manifestaciones: que si las injusticias sociales, que si el sufrimiento ajeno, que si todo lo malo que le pasa a los demás, cuando no tienes ni cinco minutos para ponerte a pensar en qué hacer con tu vida: porque, ¿sabes una cosa?, un poquito de egoísmo no ten vendría mal, que para ayudar a los demás hay que aprender primero a ayudarse a uno mismo. ¿A ti te parece normal que con esta edad no tengas ni un cuchitril de casa donde sacarte los mocos sin molestar a nadie? ¿Qué pasa, que te molesto? Yo no he dicho eso. Que si lo has dicho. Que no. ¡Que sí, coño! Y además te sale penoso el tonito a mantra de autoayuda. Pues si tanto te molesta que viva aquí, habérmelo dicho antes, que no pasa nada, en cuanto pasen las fiestas me largo. [Esa canción ya la he escuchado antes…] ¿Qué has dicho? Nada, creo que lo he visto por allá ¿Por dónde? Detrás de aquella caja. Aquí no hay nada, a ver si te pones gafas, que él abulta, vamos, como para no verlo. Yo sabía que esto iba a pasar, por eso le dije a mamá que no te lo dejara, que si no lo podía llevar a la residencia era mejor venderlo, que tu no sabrías cuidarlo, que había sobrevivido muchos años en la familia como para que te lo quedaras tú… Pero tú, erre que erre, porque lo único que te interesaba era fardar en Internet y ponértelo de foto de perfil, por eso insististe tanto. ¿Fardar yo? Yo no soy quien se saca los selfis con los sintecho, que da vergüenza ajena… porque tú sales con una sonrisa de oreja a oreja, pero los pobres se quedan como gallina mirando sal, pensando que con lo que cuesta tu móvil, comerían todo un año… fardar yo; lo que hay que escuchar, si lo único que hago es trabajar sin descanso de sol a sol para que… ¿Ves? Te sale el madreteresismo por todos los poros. ¿Por cierto, qué vas a poner de cena? Yo nada, encargué un catering. Qué morro tienes. Es la primera vez que viene mamá después de aquello y ni siquiera te dignas en descongelar unos langostinos; papá se estará revolviendo en su tumba. Yo no tengo tiempo, y si tanto te indigna, por qué no preparas la cena tú. Pues porque esta no es mi casa, y si te estoy ayudando con esto es por mamá, no por ti. Por cierto, que no voy a poder ir a buscarla. ¿Me reclamas lo del catering y ni siquiera puedes ir a buscarla a la residencia? Bueno, es que tengo que ir al aeropuerto a buscar a Adri… pero no hay problema, porque a mamá le he mandado un Uber. Tendrás cara… ¡Míralo!, ¡allí está! ¿Ves como no lo había perdido? Ven conmigo hermoso… mira que ojos… y estos muslitos… aunque ese desalmado te haya quebrado un dedo sigues igual de bello. Deja ya lo del dedo, que si está calvo no será por mi culpa. ¿Te acuerdas cuando lo compramos? A mamá no le gustaba, porque en casa no había espacio… Sí, me acuerdo, pero la pobre se había casado con un hortera. Mamá todavía estaba refunfuñando cuando papá ya lo había pagado. Es verdad. Parecía un Gulliver en medio del Belén. Sí, yo le decía a mamá que una virgen de Lilliput como esa no habría podido parir a un muchacho así de grande, pero ella me decía que sí que podía; que le preguntáramos sino a la abuela cómo había parido al cabezón de papá… Venga, ponlo de una vez, que ya he terminado con las luces. Parece que te está mirando… Mas bien a ti. No sé. Yo creo que te mira a ti, Teresita. La verdad es que parece uno más de la familia: tienen los ojos de papá, la sonrisa de mamá, tu mala leche y los pies planos como yo. ¿Qué te pasa? Nada, que me parece mentira que lo único que quede de nosotros sea una figura de yeso calva y sin un meñique. Tu siempre exagerándolo todo; y no le llames figura de yeso al niño Jesús… ¿Adónde vas? A por mamá. Vaya, te remuerde la conciencia… bueno, espera que me pongo el abrigo y bajo contigo y me acerco al Súper. ¿Y eso? Nada, que los pagaré a precio de oro, pero seguro que aún quedan langostinos y algo de cordero… ¿te acuerdas de la receta? Que más te da, te quedará fatal de todas formas. No empieces… No empieces tú, que sabes que cuando mamá te vea en la cocina pondrá su cara de resignación y te quitará en mandil… ¿Has visto mis llaves? Las dejé donde siempre. No, no las he visto, ¿pero seguro que has mirado bien?…


Nota del Cartero:
Feliz Navidad querido lector y muchas gracias por pasarse de vez en cuando por aquí.

Cuentos de Navidad y Otras Historias Jeroglíficas