estoy preñada

Soy madre soltera mucho antes de haber quedado embarazada. En mi familia no hay madres casadas desde que mi bisabuela lo prohibió en un arranque de escozor emocional; arreglándoselas – nadie sabe cómo – para que todas las niñas le cumpliéramos. Que conste que los hombres nunca nos han engañado, sólo desaparecen una mañana y ya está. Sin notita expresa, sin besitos durmientes, sin la cinematrográfica rosa roja en la almuhada de su asuencia; ni siquiera unos cuantos billetes dobladitos y sudurosos en la mesita de noche, que por cierto, no vendrían nada mal.

El amor lo vivimos a través de las comedias románticas y espiando los amapuches ajenos de las parejas ilusas del parque. Lo bueno del amor es que es producto de la imaginación y que se pueden recordar cosas sin necesidad de que hayan existido. Así mentimos con propiedad cuando le contamos a las niñas, a medida que van creciendo, quién fue su papá, cómo lo conocimos y cuándo se murió. Porque eso si, todos deben ser irremediablemente amores de muerto porque es una nostalgia para la que no hace falta desarrollar resignación.

Pero me ha tocado a mi. El doctor dice que no hay duda y que puedo estar tranquila, que todo está en order. ¡Si él supiera! Cómo le digo yo esta noche, al ánima de mi bisabuela, que estoy preñada de varón.

de la cita de Maritza y Andrés

Maritza había olvidado cómo lucir la elegancia con comodidad. A los cuarenta años y divorciada hace cuatro, no surgen muchas oportunidades para apearse de los jeans y las zapatillas, a fin de vestirse con la ilusión de una chica con cita.

Para empeorar las cosas llegará tarde, pero eso a Andrés no le importa: Es siempre puntual en la citas sólo para mitigar la ansiedad que le producen. Desde que su matrimonio tomó rumbo a lo desconocido y naufragó muy lejos de la costa, sabe que esperar es de humanos. Así que se lo toma con calma mientras juega con la esquina de una servilleta carmesí y se alisa las cejas con el meñique humedecido en agua mineral.

Disculpa Andrés, es que el papá de los muchachos no llegaba, anunció Maritza con algunos cabellos indómitos sorbidos en la comisura de la boca y unas pestañas oblicuas, que contra pronóstico, no la desmejoraban.

Los que ya han pasado por ésto, sufren de hijos y les acogota la falta de otro tipo de compañía, no se permiten el lujo de inventarse excusas, así que Andrés, con la normalidad del solidario habitual le tranquiliza: No te preocupes Maritza, la madre de mis hijos cree que siempre se lo hago a propósito.

Antes siquiera haber ordenado algo para beber, ya son cuatro en la mesa: Las citas de amor de las posguerras sentimentales carecen de intimidad, y como cualquier par de veteranos que se cruzan, se enseñan las cicatrices y se cuentan sus batallas.

Las citas de veteranos de amor sacan a flote un tipo especial de ternura. Una de andar por casa, que dista mucho de la presión mercadotécnica de causar una buena impresión. Se juega con las cartas hacia arriba, porque cada uno sabe la mano que el otro lleva.

Como cita al fin, lo único importante observar es que las risas que surjan sean sinceras y que en la sobremesa, el otro adopte la inconfundible postura del genuino interés, en la que la mano a palma abierta sirve de atril a la barbilla, mientras las miradas fluyen remojadas en un chorrito de embeleso. En la mayoría de los casos ésto y algo de química se encargan de atenuar la torpeza que producen los vestidos incómodos y la inseguridad de las cejas sobrepobladas.

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Nota del Cartero: Querido lector, pido la deferencia que pronuncie Maritza como si no llevara «t». Aunque eso de «querido lector» es una forma de hablar, porque, a ver, a quien se le ocurre pasarse por aquí un viernes santo. Eh… ¡ah si! para los que desconozcan el Caribe, entre las parejas divorciadas o en las cuales el amor ya no existe, el trato hacia sus «ex» está asociado a su función biológica con respecto a los hijos.

Caribe.

Lo que más me gusta de ser Caribe, es que no tuve que aprenderlo. Si hubiese tenido que estudiar para poder ver la noche más bella a través de los ojos de una mujer, o resucitar por las mañanas al amparo de sus muslos, les aseguro que estaría repitiendo unos cuantos cursos. No concibo cómo podría haber aprendido a caminar sin antes haber bailado, o a respetar a mis padres sin el protocolario saludo de la bendición(1), o a mezclar en mi lóbulo frontal la creencia en Dios, la virgen – y todos los santos – sin que estorbasen las ánimas del purgatorio, los aparecidos de carretera y los santeros de las montañas. Y mejor aún, sin que me importe que cada quien tenga sus dioses, según le cumplan.

Ser Caribe me permite abrazar a mis amigos y decirles que los quiero, sin necesidad de estar ebrio. Así como forjar verdaderas amistades más allá de la infancia o la adolescencia; es decir, hacer amigos ya en la adultez. Me permite gritar arrullos y acariciar con la sonrisa, sin que medie más compromiso que hacerlo cuando me plazca. Es una forma de ser que me licencia para llamar a un desconocido ¡compadre! por la calle y pedirlo todo, por favor.

El Caribe es un refugio compensatorio de todas las carencias que acarrean las razas que nos dieron origen. A veces pienso que las dejaron allí para que no se perdieran y poder irlas a visitar por vacaciones.

En el caribe aún creemos en los misterios y asumimos las historias repetidas como un cuento nuevo, al que se le debe el respeto de dejarnos sorprender. Esta mala costumbre nos lleva por ejemplo, a elegir siempre a los mismos ladrones como gobernantes y a ser adictos a las telenovelas.

El Caribe es una nación sin estado, sólo que no nos importa. Llena de mitos como la dejadez, la indiferencia ante la ignominia y la procrastinación; todos ellos injustos: Sólo baste recordar que madrugar en el caribe se le llama a estar en pie antes de las cinco de la mañana, y que tanto las amas de casa, el obrero, los estudiantes y los niños lo hacen. La diferencia es que allí nos quejamos como catarsis y no como forma de vida.

Este privilegio aleatorio de haber nacido auspiciado por la idiosincrasia espumosa de un mar noble, es a lo único que puedo asirme cuando la adversidad se pone antojosa. Y también el que me dice cómo debo comportarme cuando se me pide que sea yo mismo.

La gran desgracia del caribeño promedio, es que no sabe que lo es. No saberlo le impide conservar, proteger y mejorar aquello que lo define.

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(1)Perdir la bendición es una costumbre protocolaria de origen religioso que hace que hijos, nietos, sobrinos y ahijados le pidan la bendición a los padres, abuelos, tíos y padrinos. (algunas veces aplica también al hermano mayor) Sirve como saludo al igual que despedida. Un diálogo estandar sería: Solicitante: «Bendición, mamá.» Otorgante: «Dios te bendiga hijo.» Son permitidos diminutivos como «ción», «chón», «dición». En algunos pueblos y con ocasión de viajes o acontencimientos importantes, se suele bendecir en un formato largo y muy serio, aunque pueda resultar pintoresco, sobre todo por el uso de la forma de dativo posesivo de la primera persona singular (me). Por ejemplo: «Dios me lo bendiga y me lo favorezca y me lo haga un hombre de fundamento y me lo aleje de todo mal y peligro.»