Porqué deben los niños probar una máquina de escribir

Aprendemos mejor de aquello que podemos tocar. Simplemente eso. Es la misma razón por la que pienso que no hay que abandonar el papel y el lápiz (ni las pinturas de colores, las tijeras, el pegamento o cualquier cosa que implique crear con las manos) en favor de medios virtuales. Para eso ya habrá tiempo. Sin embargo, he de admitir que en el caso de la máquina de escribir estoy sesgado. La primera vez que usé una,  tuve la sensación de que las palabras pesaban, que hacían bulla, que tenían fuerza  y que se requería de fuerza para hacerlas nacer¹. Un inventazo.

Aquella experiencia no sólo me interesó por la magia de la impresión de las letras, sino por la mecánica que la hacía posible. Pocos diseños industriales son tan transparentes como una máquina de escribir; un diseño desnudo que permite ver claramente cómo funciona. Así, como a los niños hay que exponerlos para ver por dónde les salta el talento que los haga felices, sentarlos ante una máquina de escribir mecánica es una estupenda forma de matar dos pájaros de un tiro: el posible descubrimiento de una herramienta de creación o el catalizador de un interés por la ingeniería. Vale, otros pasarán de largo por la experiencia, pero hay que seguir probando.

Si alguien se arriesga, no oliven pedirle a los chavales que, una vez que le pillen el tranquillo, solucionen el reto de escribir el número uno.

Salud.


1.- Además de comprensión para con sus defectos. A mi máquina de escribir se le quedaba pillada la letra «L» y el número 5, y ya tenía una especie de acto reflejo para ayudarla a bajar. Estos detallitos incluso llegaban a afectar el proceso creativo pues evitaba todo lo posible la utilización de aquella letra, lo que en castellano, cuesta un montón. Igualmente, para no lidiar con el 5, casi siempre escribía los número en letra, preferencia que llega hasta hoy.

Y allí siguen

Debe ser muy raro eso de estar emparejado emocionalmente con alguien que no habla tu misma lengua materna. Aquí, en la sala, esperan turno una joven pareja compuesta por una chica asiática con unos impresionantes ojos de cómic y un hípster español con sobrepeso. Porta él, además, una curiosa cabeza con forma de triángulo inverso.

Hablan en un mutuamente deficiente inglés. Yo no sé inglés, pero no me suena como el de las películas, así que bueno no debe ser. Ella le dice cosas. Un montón. Él contesta a esas cosas que parece no entender con monosílabos en español y mirando al infinito, como si le faltaran horas de sueño. Me da que ella tampoco está muy segura de lo que él le dice. Pero allí siguen. Se cogen de la mano y todo.

Al lado, una pareja de ancianos de movimientos lentos pero seguros. Españoles de origen. Él la llama niña, ella lo trata de tu. Ella le dice cosas. Un montón. Él contesta a esas cosas que parece no entender con monosílabos en español y mirando al infinito, como si le faltaran horas de sueño. Me da que ella tampoco está muy segura de lo que él le dice. Pero allí siguen. Se cogen de la mano y todo.

Sorprende que hayamos superpoblado el planeta.

 

El enigma del entusiamo

A veces pasa; aunque no se sepa muy bien porqué. De repente te topas con alguien que coge el toro por los cuernos, saca lo mejor de si, difumina la frontera entre el vicio y la pasión y logra grandes cosas. Normalmente lo hace en periodos intensos de actividad, absolutamente focalizado e inmune al desaliento.

He visto que el espectro va desde artistas hasta científicos, pero no sólo. También le pasa a gente común y corriente que se sumerge en un proyecto y son capaces de doblegar con disciplina la dictadura de la gratificación inmediata. Mejor dicho, son capaces de destilar la gratificación a lo largo del propio proceso de inmersión.

Es así como han surgido los grandes cambios en la humanidad, especialmente los tecnológicos y los artísticos. Ejemplos miles: Desde la teoría de la relatividad, pasando por la erradicación de la viruela, el desarrollo de la electrónica u obras maestras como Cien Años de Soledad o la placa base del Apple II.

A pesar del milagro, son más los que claudican que los logran alcanzar la meta. Es como si la ventana del entusiasmo estuviese abierta sólo por un periodo de tiempo, luego del cual las fuerzas se acaban, los obstáculos se hacen insalvables y simplemente la gratificación está en dejarlo. Ese momento en que las cosas se adentran en las profundidades de la Teoría de la Acción Racional.

Barrunto que la diferencia entre los que logran sus metas y los que no está más en la duración particular de su ventana del entusiasmo que de la complejidad misma de los retos. Parece también que dicha ventana suele tener una duración fija, independientemente del reto, y de normal, bastante corta para la mayoría. ¿Qué cabe en ella? Más bien poco. Casi nada por lo que podamos ser recordados por los nietos.

Curioso. Me da que no nos queda otra forma para conjurar el enigma del entusiasmo que partir los retos en trocitos pequeños, infinitesimales. Que parezca que no estamos haciendo nada, disimulando, a ver si algún día tenemos suerte y alguien se deja la ventana abierta.

Jo.


Nota del cartero:
Cómo me molesta cuando las notas me quedan como insulsos textos de autoayuda, pero vamos, es viernes.