Los Metálicos

Los Metálicos son un excelente conjunto musical. Alguna vez había escuchando piezas sueltas de su trabajo, pero como quién se ve obligado a padecer los gustos musicales de los choferes de los transportes públicos del Caribe. Los adjetivos que afloraban desde mis prejuicios iban de estridencia, rebeldía sin causa e irreverencia.

A medida que he ido envejeciendo, me he topado (sin trascendencia) con Metallica en otras ocasiones, principalmente a través de la tutela inconsciente de mi amigo cyberf; hasta que hace unos días, a través de un inocente intercambio de vídeos musicales – yo le dejé el concierto de Queen Live At Wembley Stadium y él el documental Some Kind of Monster de Metallica – se podría decir en términos llanos que, he visto la luz.

Obviamente, no se trata de comprender de la noche a la mañana lo que significa Metallica, que probablemente jamás lo sienta, pero si de quedar gratamente sorprendido por otro aspecto que me fascina: El proceso creativo.

El documental sigue a Matallica en el proceso de creación del disco St. Anger, que les tomó cerca de tres años y les cogió en medio de una crisis de crecimiento en la que, como les sucede a los matrimonios añejos, los problemas de convivencia superaron al amor, y casi los llevó a la disolución. Para interpretarles el protocolo de las angustias, contrataron al Dr. Phil Towle, un terapista y Performance Enhancement Coach (¡que bonito suenan estas cosas en inglés!)

No se trata de contarles el documental, sino dos cosas que vi una y otra vez, para cogerles la esencia: La primera, fue descubrir que Metallica compone casi todas las piezas desde la perspectiva netamente músical, desde la exteriorización a la que les lleva el dejarse intuir a si mismos por los sonidos, por los acordes que grita una guitarra o tartamudea un bajo. Me refiero a esa forma de exteriorizar sin palabras, de expresar limpiamente con música una intencionalidad, a veces consciente, a veces no. Una aproximación similar a la que podría encontrarse en un compositor sinfónico, pero con la limitación de ceñirse sólo a cuatro instrumentos.

La segunda fue apreciar cómo detrás de unos humanos estigmatizado por los medios, se hayan artistas más amplios, completos y sensibles de lo que se puede uno imaginar. Artistas que sufren, son padres y esposos, padecen y hacen pupú. Como James Hetfield, la voz líder del grupo, a quien le escuché cosas como Hay mucha ira desaprovechada en el mundo… que a mucha gente le ha surgido en el momento equivocado, incluidos nosotros. O Lars Ulrich, el baterísta, de quién tomo el resumen de lo que creo que es Metallica: Hemos demostrado que se puede hacer música agresiva sin una carga negativa…

La luz de la que les hablaba al principio, es haber entendido que la música no debe ser sólo para expresar aquellos sentimientos políticamente correctos, como el amor, la felicidad, la tristeza o la resignación, (a los que casi todos solemos asociar personalmente un tipo de música) sino los muchos otros que viven en nuestros tuétanos y a veces nos carcomen, como la ira, la frustración, la agonía o el agobio.

Metallica: ¡Chapó!

Si quieren leer una sublime cata del disco St. Anger, déjense llevar por éste post de mi amigo cyberf. En la foto no figura el bajista actual, Robert Trujillo, sino Bob Rock, el productor, quien tocó el bajo en St. Anger. (Primero a la izquieda, seguido de Lars, James y el domador de egos Kirk Hammet)

llevaba puesta faldita roja y blusa marrón,

A mi libreta de notas le repatea como escribo. Es una amante cruel que se esconde cuando estiro mi mano urgida, como insinuándome. La llamo, me camino la casa mirando por los rincones, apretándome las ganas mientras ella me observa de perfil, apilada entre los papeles movedizos de la mesita de noche.

No le gusto, vive conmigo por necesidad. Ve como un sacrificio cada nuevo apunte que le propino. Me saca en cara – siempre que puede – que me ha entregado las mejores hojas de su juventud, para que yo las desperdiciara en conatos de notas que no llegan a ninguna parte. Me dice que se siente libreta-objeto, mientras sólo me deja pequeños huecos en las hojas impares donde escribo afanosamente mientras ella mira al techo.

¡Que mala que eres libreta! le digo exhausto de pena. Si tu me conoces como nadie. Tratas de tu a mis fantasmas y caminas de la mano con mis miedos inconfesables. Mas transparencia imposible.

Por eso te escribo esta nota, para pedirte que vuelvas, que aparezcas de repente en la nevera, en la revistera-bidé o debajo del televisor. ¡Que te extraño mi karma!, que no puedo escribir sin ti.

Eso.

Nota del Cartero: Se ofrece recompensa.

El Señor Yamamoto

El Señor Yamamoto es propietario de una floristería muy particular. Enamorado y respetuoso de su profesión de forjador de sonrisas – como figura en su tarjeta – se niega a preconfeccionar arreglos florales y a exponer sus fotografías en un catálogo. Yamamoto argumenta que su establecimiento no es un Burguer, donde la gente señala con el dedo a un menú para saciar un instinto. Insiste en que las flores deben ser un mensajero cómplice y no un pretexto. Así las cosas, quien desee enviar flores con el Señor Yamamoto, debe concertar una cita.

Su taller derrocha minimalismo y está pintado con esos colores extraños que no tienen nombres propios, sino que los toman prestados de la naturaleza, como lila, malva o melocotón. Luego de ofrecerte una infusión de te verde y guardar un incómodo silencio de confesor benevolente, te dedica una mirada con el gesto inconfundible de quien otorga la palabra.

Eh… sólo quería enviar unas flores a una chica, Señor Yamamoto, es la obviedad con la que empiezan todos sus clientes primerizos. Él reacciona asintiendo respetuosamente con la cabeza y moviendo sus manos lentamente hacia adelante, como si estuviera en una sesión de tai chi, que fácilmente se interpreta como un: Vale, háblame de ella. El Señor Yamamoto no te quita la mirada mientras a sorbitos se bebe la infusión. Cuando te estancas ya en las simplezas, coge una flor, le acorta el tallo y comienza a preparar un ramo a medida, ataviado con una serenidad contagiosa. Mientras sigues hablando va agregando detalles, en los cuales comienzas a ver reflejados los sentimientos que describes. Si te detienes, también interpreta tu silencio, recoloca una rosa, columpia un tulipán o espolvorea una ramita de eucalipto.

Cuando no atinas a decir nada más y sólo quedan los gestos, el arreglo floral alcanza su esplendor y te quedas turulato. A veces el Señor Yamamoto no se mueve. Algunos clientes se confunden porque sienten que no se dan a entender, pero él les mitiga la incertidumbre invitándoles a continuar. Al cabo de un rato, cuando se quedan sin palabras, mirando al suelo, Yamamoto toma una rosa, la peina con suavidad y se las ofrece como producto terminado, con aquella gestualidad milenaria que prescinde de palabras: Ella sabe todo lo que deseas decir.

Pero lo que deja perplejos a quienes recurren a el Señor Yamamoto por primera vez, no es su destreza para la floristería, ni la atmósfera de su establecimiento, o lo excéntrico de su técnica, sino las disculpas condescendiente de la recepcionista, mientras te toma los datos para realizar el envío: Espero que no se haya sentido incómodo señor, lo que pasa es que el Señor Yamamoto no entiende ni pizca de Castellano.