Efecto Mariposa

El tráfico es muy sensible al efecto mariposa. Imaginen que Jorgito se empeñó el sábado por la tarde, mientras su familia hacia la compra, en un «papi yo quiero» con el dvd de Blanca Nieves.

Para minimizar el escándalo y aprovenchando que estaban a un euro, el padre, soportando los puñales ópticos de su mujer, sucumbió ante los deseos del pequeño dictador. Gracias a la memoria de pez de Jorgito, pudieron mantener la peli escondida hasta anoche, cuando se acordó y pidió verla. Todo iba bien, normal, incluido el efecto hipnótico de la pantalla, cuando la madre comenzó a percibir en el niño respiración entrecortada, los ojos petrificados y todos los rasgos del conocido linaje de la ansiedad: La madrastra había envenenado a Blanca Nieves.

Jorgito pasó una noche de perros y sus padres no lograron pegar ojo. No fue posible convencerlo de que la peli tenía final feliz, se negó a verla, y decidió ensayar el ritual de la muerte guardando un luto riguroso, empeorado con la desesperanza auténtica de la fantasía. Sobre las seis lo rindió el dolor y durmió como un ángel, mientras sus padres, desvelados, comenzaron a realizar la rutina mañanera, maldiciendo a la madrastra.

Estudios han comprobado el efecto nocivo de la falta de sueño en la conducción. Por eso el padre de Jorgito se lo pensó tres veces antes de coger el coche para ir al trabajo. Decidió que había ingerido suficiente café para llegar pero, aunque extremó la prudencia, no pudo evitar su destino.

Ana Isabel había terminado una relación de tres años con su novio la noche anterior, todo por culpa de una infidelidad que él no pudo perdonarle. El abatimiento la distrajo mientras terminaba de delinearse las pestañas en pleno atasco y no frenó a tiempo, alcanzando al padre de Jorgito que ya dormido soltó el freno en desnivel. Fue un choque múltiple que involucró hasta treinta coches, colapsando con tintes antológicos la autovía y haciendo que también yo, llegara tarde a mi trabajo.

Lo curioso es que todo esto comenzó a gestarse en la fracción de segundo en que el padre de Jorgito tomó una decisión de compra y Ana Isabel una de vísceras.

el abandono del tempra

Suelo aparcar junto a un coche abandonado en un descampado cercano al trabajo. Es un fiat tempra del siglo pasado, azul eléctrico con cortinillas traslúcidas en el parabrisas trasero y un posavasos adosado a la rejilla del aire acondicionado del conductor. Ha sido enterrado, como los faraones, con algunas de sus pertenencias: se dejan ver por entre los vidrios congelados por las mañanas de invierno, una cajetilla de ducados a medio consumir, una botella de cocacola vacía y lo que parecen ser los restos de un ticket para alguna macro-fiesta de bienvenida al año dos mil. Es un coche anciano de aspecto entristecedor. De hecho, no hay mucho más que agregar, como es bien sabido, los fiat envejecen muy mal.

Los jóvenes no le dejan descansar en paz y le usan los fines de semana como epicentro del consumo indiscriminado de vino de Tetrabrik. Cada lunes le encuentro un nuevo golpe sin sentido, un rayón injurioso o un batazo en los faros, que ya no se pueden romper más. Es lo que tiene el alcohol, desinhibe hasta un punto capaz de producir animadversión hacia los muertos.

Qué clase de persona hay que ser para abandonar un coche de esa forma, a la intemperie, sin ayudarle a morir, sin que pase por la cabeza donar sus órganos a un desguace para que otros coches puedan seguir funcionando. Sólo en Madrid se tramitan anualmente cerca de trece mil expedientes para la retirada de coches abandonados en la vía pública, así sin más, sigilosamente, con alevosía y nocturnidad.

Pero lo que inquieta de esta realidad, es saber si los organismos de prevención social tomarán en cuenta estas cifras para estimar las necesidades de residencias para ancianos de cara a los próximos años, en los que la población mayor de sesenta años será mayoría. Porque si alguien no tiene reparo para dejar un coche abandonado en la calle a la buena de Dios, en el que ha pasado parte de su vida, en el que ha llevado a su mujer a parir o a su marido a operarle una apendicitis de madrugada; incluso en el que eventualmente haya perdido la virginidad; seguro tampoco lo tiene para desentenderse de una abuela con cataratas, achacosa y triste que no puede valerse por sí misma.

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seguro de compañía

va de héroes.

Los gringos han sido muy listos con eso de inventarse sus héroes. Siendo todos de fantasía, sus hazañas y virtudes están hechas a prueba de las debilidades humanas, lo que hace que admirarlos sea, cuando menos, inocuo.

En el segundo y tercer mundo, estamos aún muy lejos de tomar como ejemplo de virtud a personajes de ficción, principalmente, porque no atinamos a hacer popular algo que nos resulte cercano, que nos sea propio. No somos capaces de imaginarnos a un vengador enmascarado autóctono luchando contra el mal. Me da que no, porque tampoco somos capaces de crear una clara e inequívoca representación de los rasgos de la maldad, de forma que valga la pena luchar contra ella.

A un héroe de fantasía se le hace popular porque se le adjudican valores que la mayoría de las personas indentifican como positivos; sin olvidar, eso si, una adecuada dosis de superpoderes que nunca están de más. Lo mismo sucede en el caso de los villanos, pero con valores negativos; lo de los superpoderes, pues nada, son neutros, lo que pasa es que están mal usados. Pero es requisito esencial, que dichos valores sean simples y puros, de forma que el villano no tenga ningún rasgo de héreo y viceversa. Vamos, es un asunto de claridad del mensaje. No hay medio buenos ni medio malos.

Así las cosas, hemos optado por tirar de personajes reales para crearnos nuestros propios héroes, con la trampa de «perdonarles» sus debilidades humanas, porque, (argumento aplastante), son humanos.

El problema de los «héroes» de realidad, es que no luchan contra nadie. En el mejor de los casos, contra sus propias debilidades. Lo que hace que tener héroes en una sociedad deje de ser inócuo, porque nos resta capacidad para reaccionar ante déspotas, canallas y seres despreciables a quienes hacemos héroes, no por una continuada e incansable lucha contra el mal, si no por alguna que otra hazañita circunstancial.

Espero que algún día nos pongamos de acuerdo en definir claramente una lista de contravalores, a ver si primero nos sale la cara de un buen villano y, a partir de él, inventarnos unos cuantos héroes. Aunque se que estamos un poco jodidos, porque la maldad, en medio de la pobreza, es harto mutante.