Compañera Sentimental (sic).

Un buen día las casas dejaron de llamarse casas y pasaron a ser Soluciones Habitacionales. La misma suerte siguieron los fiscales de tránsito, que ahora son Agentes de Movilidad y los desempleados, que formalmente se denominan Demandantes de Empleo.

La lista de esta onda rebautizante es enorme. Pero tanta precisión técnica termina, en algunas ocasiones, por desvirtuar la esencia de los significados. El caso de Compañera(o) Sentimental, muy de moda en los telediarios, es uno de ellos.

Sin ir más cerca, esta misma mañana el locutor de la radio narraba un suceso trágico. Un hombre había muerto junto a su “Compañera Sentimental” en un accidente de tráfico. (No me pregunten porqué no lo redactaron al revés.) Así, la difunta pasó, por obra y gracia del redactor de la noticia, a ser poco menos que una “amiga con derechos” que casualmente volvía con él de una fiesta. Como coletilla, al final, como algo sin importancia, en ese último párrafo que se lee casi sin aliento por la premura del tiempo, agregaron que tenían veinte años viviendo juntos y tres hijos tarajallos.

A ver. Veinte años de convivencia y tres muchachos no pueden vivirse con una Compañera Sentimental a secas. Es una injusticia. Porque es un término farandulero con el que la prensa del corazón denomina a las parejas eventuales de los famosillos, que alérgicos al compromiso, se decantan por el amancebamiento.

En aras de la objetividad, el redactor debería haber optado por rescatar la palabra concubina o, si le parecía repugnante por retro, adentrarse por los caminos del pundonor: Su señora, su mujer, su amada, quien lo soportaba, su socia, la madre de sus hijos, en fin.

Hace unos meses escuché a una señora mayor de un pueblo de León preguntar por una sobrina a quien hacía mucho que no veía. Quería saber si estaba sola, y ante la imprecisión de sus interlocutores para indicarle que, sin estar casada compartía su vida y un hijo con otra persona, la señora, precisa y resuelta resumió: ¡ah! Que está con uno. Aunque no lo parezca, a mi me sonó más respetuoso y menos cursi que Compañero Sentimental.

Qué quieren que les diga. Tal como está la duración media de los matrimonios ( a los que les dura la ilusión menos tiempo que la boda) deberían dejar pasar un plazo de gracia antes de llamar a los cónyuges por sus títulos de marido y mujer y reservarlos para la gente que se los ha ganado a pulso.

Primera vez

En el álbum familiar hay una foto de este servidor, con unos tres años, ataviado de domingo y sonriendo desde el interior de un carrito de pedales anaranjado, de esos descapotables, que ya no se ven. Al parecer, mi fascinación por los carros forma parte del anecdotario familiar. En cualquier lugar mi imaginación podía perfilar un volante, improvisar una palanca y rugir a la perfección los acelerones y cambios de marchas.

Lo bueno de los sueños infantiles es que por más que el tiempo pase, permanecen evocables con suficiente intensidad como para sacarte una sonrisa.

Bueno, el viernes pasado se ha hecho realidad uno de esos sueños infantiles, forjado con fuerza en las rodillas de mi padre, en esas fantásticas ocasiones en las cuales me dejaba “llevar” el volante de su Nissan Patrol. Hace mucho que llego a los pedales, pero muy poco desde que alcanzo los precios de los vehículos. Concretamente, alcancé uno el viernes, que aunque modesto, espero repercuta en el mejoramiento de mi calidad de vida y la de los míos.

Se que es una tontería, pero comprendan. Es mi primera vez.

Tengo poco cuello

Tengo poco cuello. Es de familia. Por ello, debo cuidarme de dos cosas: i) no usar nunca una pluma Mont Blanc y ii) no llegar a los cuarenta años trabajando en lo mismo que hago hoy, porque en mi profesión estoy obligado a usar corbata.

Si sobreviviera a mi profesión, llegaría a sus postrimerías como un señor regordete y patético, acanado y de cara colorada perpetua; de esa que se te queda cuando acabas de comerte un cocido. Y apara colmo, con corbata.

Creo que estaría tan triste… vamos, no me imagino. Sería como estar viviendo una vida alquilada que no sería la mía. Me lo pasaría leyendo libros de autoayuda y las narraciones apasteladas de Pablo Coello (perdón Palas) con la finalidad de gestionarme la existencia.

Hay profesiones en las que los años te renuevan, pero en esto de ser podólogo, el paisaje es desolador. Como los informáticos, tenemos la vida profesional de un futbolista.(1)

Nota del Cartero

El símil no es mío, se lo debo a mi Novia.