Los anuncios del Kiosquero

De camino al trabajo paso por un puesto de periódicos atendido por un kiosquero parco y anguloso, que no suele dar los buenos días. Es un establecimiento normal de los muchos que complementan las esquinas de los suburbios de Madrid. Normal, a excepción de los avisos que el propietario publica con asiduidad como bandos de alcalde.

Lo que en otros casos sería un simple y respetuoso, cerrado por luto, se convierte para este peculiar hombre, en un Se informa a nuestra distinguida clientela que este establecimiento permanecerá cerrado el día hoy por la muerte de mi cuñado Manuel.

Las fiestas familiares también tienen cabida: Se comunica a todos los clientes, que el sábado este establecimiento cerrará a las doce en lugar de a las dos, porque mi nieta Isabelita hace la primera comunión. Perdonen las molestias.

Pero el mejor a la fecha ha sido el de esta mañana, cuando me acerco para comprar un diario deportivo en el que suelo seguir la carrera de los domingos y me topo con un Se le comunica a los clientes que, debido a la informalidad y falta de seriedad del diario El País con lo de las Tazas, aquí no tenemos platos.

Los no iniciados en la moda de los periódicos-bazar-de-barrio, el aviso aludía a una promoción con deficiente distribución en el que El País entregaba, a cambio de cupones, una tazas con caricaturas de Forges, y a otra nueva, que comenzaba hoy, en el que se vendía una vajilla pieza a pieza decoradas con formas de esculturas de Chillida.

Vamos, que a buen entendedor, pocas palabras.

iPod de sustitución.

En España el comercio electrónico también is different. Para empezar, el precio de los productos es casi siempre el mismo que en tienda. Además, debes sumarle el elevado coste de envío, porque a diferencia de otros países, sólo envían a través de empresas de transporte privadas. El llamado correo ordinario no es una opción.

Visto lo visto, algunas empresas dan la opción de comprar por Internet y retirar el producto personalmente en tienda sin costo, y otras, incluso, permiten elegir la tienda de recogida. Una forma rara de compra «online» pero bueno, para vivir una experiencia nueva está bien. Hice una compra.

En una de esas tiendas, la taquilla de reclamos de garantía es la misma que para la recogida de compras online; fue allí dónde me topé con Jacqueline, una adolescente francesa de piernas avestruzadas que tenía revolucionada la tienda porque reclama a gritos un iPod de sustitución.

El dependiente le había indicado que la reparación de su iPod tardaría aproximadamente un mes, porque tenía que ir al servicio técnico del fabricante. Inmediatamente después de la noticia Jacqueline palideció y preguntó si había alguien que supiera francés en la tienda para que le tradujera lo que no podía creer haber escuchado. Otro dependiente cosmopolita se lo tradujo y allí comenzó el escándalo. La chica perdió el control de si misma, comenzó a llorar, gritar y despotricar en una mezcla franco-hispánica, donde las frases en español se reservaban, más o menos, para mentar la madre.

En resumen, la chica se negaba a quedarse sin su iPod tanto tiempo. Que no podría resistirlo, que era una injusticia y que exigía un aparato de sustitución igual al suyo. Que era su derecho. Que si no pensaban en los clientes, que este era un país de mierda y que llamaría a manifestaciones a sus compañeros de clase frente a la tienda y que no sabían con quién estaban tratando.

A juzgar por cómo está el mundo, hay que ver lo curiosa que es la realidad.

Paz a sus restos

Mató a su mujer, la troceó con naturalidad de carnicero y la metió en una maleta que enterró cerca de su casa; en un descampado que parecía ser el inicio de las obras de una nueva carretera que circunvalaría la ciudad. Durante cuarenta años mantuvo ante sus vecinos la versión de que había sido abandonado, lo que también le permitió mantener su reputación intacta y contar con la condescendencia de la mayoría, a excepción de algunas señoras de época que no dejaban de pensar que, si un hombre era abandonado, algo habría hecho.

Una semana después viajó a Canarias y con autorización falsificada, inscribió a su mujer en el padrón de un pueblo recóndito de la montaña, tan olvidado que ya sus habitantes no consideraban el abandono un agravio. Se pasó la mañana buscando una dirección falsa pero convincente, hasta que dio con la de una casa destartalada a las faldas de un cerro, que parecía haber sufrido el mismo destino del pueblo: Calle la Rúa, S/N.

De regreso a la pensión donde se hospedaba, se detuvo en un estanco, compró unos paquetes de Winston, una boquilla, folios sueltos y algunos sellos de correo. Esa tarde no comió. Al despertar de una siesta incómoda, bajó al puerto y le compró a un estraperlista holandés una máquina de escribir Remington Portable, de teclas blancas y profundas, maletín de transporte y ausencia de eñe. Si es para cartas de amor, no sirve, le dijo en un español atropellado, no sabéis escribirlas sin eñe.

Acomodó la Remington en una mesita desconchada, de esas que hay en cualquier pensión que se precie, y en un gesto premeditado usó el catre como silla, para quedarse en una posición propicia al victimismo. La encabezó con fecha real y el mismo desprecio y parquedad expresiva que emanaba cuando vivía con ella: Martín, ésto ha sido lo mejor para los dos. No tenía estómago para seguir a tu lado queriendo a otro hombre. Eso hubiese sido estragarnos la vida a ambos. Has sido un marido ejemplar, amante y bondadoso y te doy las gracias por los años maravillosos que he pasado a tu lado. No me busques. He comenzado una nueva vida. Por siembre agradecida, Noelia. Fue poniendo los acentos a lápiz y cerrando las barrigas de las des – desgastadas por el uso enfático que los nórdicos dan a esa letra – y se tomó el tiempo para asegurarse la correcta transcripción de su dirección. La dejó caer sin culpas en el buzón del embarcadero, ya de regreso a Madrid.

Como quien compra indulgencias, viajó todos los veranos a Canarias para escribirse cartas-coartada, que sólo mostró a los más íntimos en las postrimerías de alguna sesión de güisquis.

Sus años de jubilado los ha pasado entre paseos vespertinos y una meteórica carrera dentro del movimiento ecologista, encabezando manifestaciones y oponiéndose con firmeza a los atropellos ambientales que experimenta su ciudad. Para sus seguidores, era un convencido de que no se debería facilitar el uso del coche con la construcción de nuevas y mejores vías, y que los atascos eran, a la postre, el mejor disuasivo para obligar a las personas a usar el transporte público, a todas luces, menos contaminante.

Ante la inminencia de la aprobación del proyecto al que con más fuerza se había opuesto, comenzó una huelga de hambre que lo llevó en cuestión de horas a la muerte, cayendo como un mártir, pero sin poder evitar su pesadilla: el desmantelamiento y soterramiento de la antigua vía que circunvalaba la ciudad y en la que meses después las excavadoras se toparían con ruinas románicas, restos de una muralla mora y una maleta de plástico austero que tenía grabada en una cara la inscripción: Paz a sus restos.