El poder de las conferencias

Habré asistido a unas cien conferencias en el transcurso de mi vida. La gran mayoría de ellas antes de cumplir los veinticinco años. (Puede parar aquí querido lector, porque todo lo demás tiene un repelente tufo a niño egocéntrico con pantalones cortos a rayas). Tuve mucha suerte. Crecí en un ambiente rural con pretensiones. Durante el bachillerato disfruté de los últimos coletazos de las iniciativas de una vieja guardia de profesores que estaban convencidos de que la instrucción era insuficiente y que había que educar.

El truco de la asistencia obligatoria funcionó perfectamente. Había que hacerlo así, de hecho, todo el ciclo formativo es intrínsicamente obligatorio por algo. Pero luego, poco a poco, le fuimos cogiendo el gusto como una actividad más en la que los invitados intentaban mantener atentos a gente cuya atención tenía un alto precio.

Mucha más suerte tuve en la universidad, porque logré estudiar en una que no podía pagar. Mi universidad contaba con un amplio programa de conferencias anuales que comenzaban el primer día de clases y trataban un amplio abanico de temas.

Gran parte de mi cosmovisión actual se formó a lo largo de esas conferencias. La gran ventaja que tenían sobre el resto de los mecanismos de enseñanza-aprendizaje es que no tenían como finalidad una evaluación de conocimientos, sino simplemente la estimulación de la curiosidad y esa sensación fantásticas de realizar cruces entre temas que, a priori, no tienen nada que ver con otros.

Algunas conferencias tuvieron aplicación práctica directa, otros ayudaban a conformar los intangibles, como mi esquema de valores.

A medida que he envejecido, me he quedado sin tiempo y facilidades para poder mantener un ritmo de asistencia similar a la de mi juventud. Afortunadamente, la curiosidad y necesidad de escuchar a otros hablar de lo que saben se ha mantenido intacto. Para saciarlos, recurro a múltiples sitios que fungen de archivos mediáticos de conocimiento. Hoy os dejo dos:

Todas las conferencias de la Fundación Juan March desde 1975.
El estupendo sitio de las conferencias de la organización TED.


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Nota del Cartero:
En la mayoría de los países no anglosajones, las conferencias son gratuitas. Si tiene tiempo, a alguna.

Dependencia y confianza.

El concepto de independencia es impreciso aunque curiosamente tiene connotaciones positivas. Es una de esas palabras en la que su esencia pocas veces se ve reflejada en la realidad a la cual se aplica. La independencia, en casi cualquier ámbito, es una utopía, un auto-engaño o, en el mejor de los casos, una sensación. Ser independiente es (para un individuo, una empresa o un país) prácticamente imposible.

Me enteré de ello en el escenario más extraño posible: En un retiro espiritual obligatorio cuando tenía diez años. Como me aburría a mares, lo único que me atraía era que se realizaba en un recinto de un silencio inusitado, que aturdía. Para mitigarlo, pues, pensaba. Una monja dijo, en medio de una actividad, que todos necesitamos de todos, intentado argumentar en contra de un pecado capital, la soberbia.

Entonces me dije, pues vale, no podemos ser independientes jamás, porque dependemos los unos de los otros (hoy voy de Perogrullo). Lo que podemos hacer en todo caso, es minimizar la dependencia.

Para vivir con la falta de independencia, nos hemos creado un concepto más débil aún: la confianza. Los individuos y las sociedades confiamos más de lo que imaginamos: Nos comemos un yogur confiando en que el fabricante (un desconocido) ha tomado todas las medidas necesarias para que no nos caiga mal; disfrutamos la comida de un restaurante confiados en el buen hacer del cocinero; conducimos nuestro coche confiando en que los demás conductores respetarán las reglas; ingerimos medicamentos, aceptamos las recomendaciones de los médicos y hasta ponemos nuestro dinero en el banco basados en algo tan poco concreto, como la confianza.

Así las cosas, sigo sin entender, porqué sigue fomentándose el concepto de independencia en estado puro, cuando el gran olvidado subyacente es la confianza, que nadie nos enseña a cultivar y administrar, sobre todo, la que cada uno debe tener en si mismo.

Se me antoja pensar que sólo la confianza (personas, organizaciones y países) permite acercarse a la sensación de independencia, siendo ésta lo más parecido al concepto de límite en matemáticas: (tomaré la definición del DRAE por sencilla)

En una secuencia infinita de magnitudes, magnitud fija a la que se aproximan cada vez más los términos de la secuencia. Así, la secuencia de los números 2n/(n+1), siendo n la serie de los números naturales, tiene como límite el número 2.

Será por eso que los sistemas educativos de los países más “independientes” (principalmente por su capacidad de innovación) se preocupan de formar a individuos capaces de confiar, inicialmente, en sus propias capacidades.


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Nota del cartero:
A propósito del enésimo intento de reforma educativa española, centrada una ves más en los contenidos en lugar de los objetivos.

Cuento de Navidad

Ramón llevaba una semana mirando con recelo la foto de ambos que estaba en el salón. No le parecía adecuada para un momento como ese. Después de tanto tiempo de espera, el niño se merecía verlos en mejores condiciones. Así que se armó de valor para pedirle a Isabel un aparente cambio en la decoración, un dominio – como el de la cocina – en el que nunca, en cuarenta años de matrimonio, se había atrevido a entrar:

– Isabel, busca el retrato que nos hicimos en el crucero de hace un año y ponlo en el marco de la mesita del salón.
– -¿Y que tiene de malo la que está?
– Nada, sólo que es de cuando éramos jóvenes y no lucíamos suficientemente felices.

No es que no lo fuesen al casarse, después de un corto noviazgo-encinta, sino algo más simple: En aquella época estaba mal visto ser feliz; y quienes lo eran, procuraban no aparentarlo. Así, el retrato de cuando jóvenes del salón nunca fue un reflejo de la familia que formaron, sino un faro en el pasado que les recordaba el sacrificio de los comienzos.

Por eso querían intentarlo de nuevo y dedicar el tiempo a disfrutar de los detalles que se habían perdido. Fue una decisión muy meditada que comenzó a rondar en la cabeza de ambos desde la jubilación. Isabel sabía de los riesgos que corría al someterse de nuevo a las exigencias, tanto físicas como emocionales, que todo esto acarreaba y, con toda lógica, dudada de lanzarse a la aventura. Pero Ramón era un convencido de los avances de la sociedad y terminó por persuadirla para dar el paso.

Se prepararon a conciencia, incluso con un programa de ejercicio para fortalecer sus cuerpos. También asistieron a las clases preceptivas, no por falta de experiencia, sino porque lo que supieron en su momento ya no era válido en estos tiempos: Ahora es peligroso que los niños duerman boca abajo y el anís estrellado está prohibido por los médicos para aliviar los gases.

El niño llegará por Navidad. Hubieran preferido otras fechas menos señaladas, pero por razones que la estadística no sabe explicar, la mayor demanda de estos servicios ocurre por estas fechas y, antes de dejar que las cosas se dieran solas, era mejor planificarlo.

En vísperas, Isabel se afanó con la preparación de la cena en la medida que la dejaban los nervios, mientras Ramón dio los últimos retoques a la habitación del niño, descubriendo con una ternura inusitada de lo que se habían perdido cuando, antes, los niños venía porque si, sin darles tiempo a respirar.

Juan llegó antes de que finalizara la tarde llenándolo todo con un llanto inconsolable, arrastrando problemas de peso y una debilidad común en sus circunstancias. En informe médico reflejaba instrucciones pormenorizadas (que Ramón leyó con la avidez con la que nunca leyó los manuales de los cacharros electrónicos) y un teléfono de consultas y urgencias por si era menester.

Así, desde aquella noche buena, el de Ramón e Isabel se convirtió en el hogar de acogida de Juan, un niño dejado de la mano de Dios que ya antes de nacer estaba condenado a fingir una vida, y que ahora había sido rescatado para la infancia por orden de un juez.

Cuento de Navidad 2008
Cuento de Navidad 2006
Cuento de Navidad 2005
Cuento de Navidad 2004
Cuento de Navidad 2003