Dependencia y confianza.

El concepto de independencia es impreciso aunque curiosamente tiene connotaciones positivas. Es una de esas palabras en la que su esencia pocas veces se ve reflejada en la realidad a la cual se aplica. La independencia, en casi cualquier ámbito, es una utopía, un auto-engaño o, en el mejor de los casos, una sensación. Ser independiente es (para un individuo, una empresa o un país) prácticamente imposible.

Me enteré de ello en el escenario más extraño posible: En un retiro espiritual obligatorio cuando tenía diez años. Como me aburría a mares, lo único que me atraía era que se realizaba en un recinto de un silencio inusitado, que aturdía. Para mitigarlo, pues, pensaba. Una monja dijo, en medio de una actividad, que todos necesitamos de todos, intentado argumentar en contra de un pecado capital, la soberbia.

Entonces me dije, pues vale, no podemos ser independientes jamás, porque dependemos los unos de los otros (hoy voy de Perogrullo). Lo que podemos hacer en todo caso, es minimizar la dependencia.

Para vivir con la falta de independencia, nos hemos creado un concepto más débil aún: la confianza. Los individuos y las sociedades confiamos más de lo que imaginamos: Nos comemos un yogur confiando en que el fabricante (un desconocido) ha tomado todas las medidas necesarias para que no nos caiga mal; disfrutamos la comida de un restaurante confiados en el buen hacer del cocinero; conducimos nuestro coche confiando en que los demás conductores respetarán las reglas; ingerimos medicamentos, aceptamos las recomendaciones de los médicos y hasta ponemos nuestro dinero en el banco basados en algo tan poco concreto, como la confianza.

Así las cosas, sigo sin entender, porqué sigue fomentándose el concepto de independencia en estado puro, cuando el gran olvidado subyacente es la confianza, que nadie nos enseña a cultivar y administrar, sobre todo, la que cada uno debe tener en si mismo.

Se me antoja pensar que sólo la confianza (personas, organizaciones y países) permite acercarse a la sensación de independencia, siendo ésta lo más parecido al concepto de límite en matemáticas: (tomaré la definición del DRAE por sencilla)

En una secuencia infinita de magnitudes, magnitud fija a la que se aproximan cada vez más los términos de la secuencia. Así, la secuencia de los números 2n/(n+1), siendo n la serie de los números naturales, tiene como límite el número 2.

Será por eso que los sistemas educativos de los países más “independientes” (principalmente por su capacidad de innovación) se preocupan de formar a individuos capaces de confiar, inicialmente, en sus propias capacidades.


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Nota del cartero:
A propósito del enésimo intento de reforma educativa española, centrada una ves más en los contenidos en lugar de los objetivos.