El amor dura dieciocho meses

El amor dura dieciocho meses. Y a lo que viene después los expertos no le han puesto nombre. De pequeña escuchaba que la gente decía “ellos ya son como familia” para referirse a las parejas que llegaban a viejos juntos; y que habían criado a más de media arroba de hijos, y que también habían empezado a confundir los nombres de los nietos y cosas así que se dicen de la gente que llega a vieja junta. Y lo decían no sé si con lástima o con ternura, o una mezcla ambas cosas. Y no es que de pequeña fuera una niña imprudente, simplemente que era muy ingenua. Un día le pregunté a una señora de esas de matrimonio longevo, si era verdad que era familia de su marido, que si eran hermanos o primos, por ejemplo; y me dijo que no, que sólo era resignación. Luego, me fui y le pregunté a su marido que qué era eso de la resignación, y me dijo, —¡carajita: esas cosas no se preguntan! Todo aquello me resultaba muy confuso, pero San Edermo era un pueblo que ya se estaba poniendo viejo y se veía mucha gente emparejada, pero ya mayor, sentada en los porches de sus casas, así como tristes, como en silencio.  Y yo me agobiaba con el asunto porque sólo había escuchado la palabra resignación cuando se le daba el pésame a alguien, y lo sabía porque yo acompañaba mucho a mi santa madre cuando el tocaba dar los pésames. Pero bueno, como era una niña obediente dejé de preguntar y seguí creciendo con la duda, hasta que me tocó y entonces vino la guerra.

 

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Porqué deben los niños probar una máquina de escribir

Aprendemos mejor de aquello que podemos tocar. Simplemente eso. Es la misma razón por la que pienso que no hay que abandonar el papel y el lápiz (ni las pinturas de colores, las tijeras, el pegamento o cualquier cosa que implique crear con las manos) en favor de medios virtuales. Para eso ya habrá tiempo. Sin embargo, he de admitir que en el caso de la máquina de escribir estoy sesgado. La primera vez que usé una,  tuve la sensación de que las palabras pesaban, que hacían bulla, que tenían fuerza  y que se requería de fuerza para hacerlas nacer¹. Un inventazo.

Aquella experiencia no sólo me interesó por la magia de la impresión de las letras, sino por la mecánica que la hacía posible. Pocos diseños industriales son tan transparentes como una máquina de escribir; un diseño desnudo que permite ver claramente cómo funciona. Así, como a los niños hay que exponerlos para ver por dónde les salta el talento que los haga felices, sentarlos ante una máquina de escribir mecánica es una estupenda forma de matar dos pájaros de un tiro: el posible descubrimiento de una herramienta de creación o el catalizador de un interés por la ingeniería. Vale, otros pasarán de largo por la experiencia, pero hay que seguir probando.

Si alguien se arriesga, no oliven pedirle a los chavales que, una vez que le pillen el tranquillo, solucionen el reto de escribir el número uno.

Salud.


1.- Además de comprensión para con sus defectos. A mi máquina de escribir se le quedaba pillada la letra «L» y el número 5, y ya tenía una especie de acto reflejo para ayudarla a bajar. Estos detallitos incluso llegaban a afectar el proceso creativo pues evitaba todo lo posible la utilización de aquella letra, lo que en castellano, cuesta un montón. Igualmente, para no lidiar con el 5, casi siempre escribía los número en letra, preferencia que llega hasta hoy.

Y allí siguen

Debe ser muy raro eso de estar emparejado emocionalmente con alguien que no habla tu misma lengua materna. Aquí, en la sala, esperan turno una joven pareja compuesta por una chica asiática con unos impresionantes ojos de cómic y un hípster español con sobrepeso. Porta él, además, una curiosa cabeza con forma de triángulo inverso.

Hablan en un mutuamente deficiente inglés. Yo no sé inglés, pero no me suena como el de las películas, así que bueno no debe ser. Ella le dice cosas. Un montón. Él contesta a esas cosas que parece no entender con monosílabos en español y mirando al infinito, como si le faltaran horas de sueño. Me da que ella tampoco está muy segura de lo que él le dice. Pero allí siguen. Se cogen de la mano y todo.

Al lado, una pareja de ancianos de movimientos lentos pero seguros. Españoles de origen. Él la llama niña, ella lo trata de tu. Ella le dice cosas. Un montón. Él contesta a esas cosas que parece no entender con monosílabos en español y mirando al infinito, como si le faltaran horas de sueño. Me da que ella tampoco está muy segura de lo que él le dice. Pero allí siguen. Se cogen de la mano y todo.

Sorprende que hayamos superpoblado el planeta.