
Mi amigo Antonio es actor porno, y está frustrado. Anoche Cristina y yo cenamos con él – no sin cierto temor, a decir verdad – porque nos llamó después de casi un año sin contactos. Como siempre, pensamos en lo peor: una rueda de despedida de sus amigos después de recibir el diagnóstico de una enfermedad incurable. Pero no era por eso, lo hizo porque está pasando una mala racha en su carrera y confía mucho en el buen juicio de Cristina para dar consejos. Total, fue ella la que lo animó a dar el paso.
Me siento estancado en mi carrera como actor, nos dijo. Es que no es para menos Antonio, le soltó Cristina ya puesta en advice-mode. El actor porno está sentenciado a hacer siempre el mismo papel… aunque tampoco es tan malo, imagina que peor lo tiene Hugh Grant que le toca hacer, además, siempre de si mismo. Nos contó que últimamente recibía continuos reclamos y broncas por parte de los directores, ya que gemía mucho en las felaciones y eyaculaciones, en lugar de limitarse a la gutural-monosilábica ortodoxia onomatopéyica: ugrrjmm. Antonio argumenta que necesita expresar sus dotes artísticas, pero que los papeles lo constriñen y no le dejan sacar el oscarisable que lleva dentro.
Antonio estudiaba en la escuela de actuación por las mañanas y por las tardes trabajaba en el mismo Burger del que yo estaba encargado. A finales del segundo curso, su novia quedó embarazada y como consecuencia, Antonio tuvo que casarse y dejar la escuela de actuación. Pero esto no fue lo peor: Además tuvo que pedir una hipoteca en la más adversas de las condiciones: avalado por los padres de ella. De allí su desesperación.
Cristina – que estudia filología inglesa – había pasado el verano trabajando para una compañía de doblajes, cuyo principal negocio era el doblaje al castellano de películas porno. Recuerdo lo extenuada que llegaba al piso la pobre Cris por aquellos días. Lo dejó por afonía. Resulta difícil imaginarse lo agotador que puede ser interpretar el placer ajeno cuando, además, es fingido. Pero como el contrato era por dos meses, le ofrecieron el cargo de traductora del director para unos rodajes, en los cuales actuarían unos chicos estadounidenses. Así, Cristina se enteró de muchos pormenores del negocio y le pareció que podría ser una salida temporal para el desesperado Antonio. Total, él quería ser actor. Me lo comentó primero, no me pareció mal (dada la gravedad de su hipoteca) y luego se lo propusimos a Antonio. Al principio se cortó un poco, pensaba que no estaba dimensionado para el reto, hasta que se enteró que pagaban por hora, que lo de mantener la erección por siglos eran efectos especiales y que además, daban alta en la seguridad social y ticket de comida y guardería.
Antes del cumplir el primer mes había trabajado en diez películas, rebajado cinco kilos y cuadriculado su abdomen. Para cuando bautizaron a su hijo, ya tenía coche, cámara digital, televisión de plasma y había protagonizado su primera película en el extranjero: Cachondo en Berlín.
Aunque Antonio quiere ser actor, sabe que por el camino que va jamás lo tomarán en serio. También sabe que no le queda otra salida que aprender a vivir con la frustración característica del hipotecahabiente, que está obligado trabajar casi siempre en lo que no le gusta.
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Vida inmobiliaria
Cristina se ha vuelto loca.
cachondo: adj. Dicho de una persona: Dominada del apetito venéreo.
bronca: Riña o disputa ruidosa.
Burguer: Establecimiento donde se preparan y expenden hamburguesas.
alta: Inscripción de una persona en un cuerpo, organismo, profesión, asociación, etc.