La Biblia en Fascículos

Los humanos coleccionamos de todo. Es otro de los enigmas del insondable cerebro humano. Por razones diversas, decidimos que ciertos objetos deben estar en cautiverio, y nos obsesionamos con su cacería, aunque en el primer mundo ya se trata de simple recolección.

En torno a esta necesidad, se ha creado un histórico negocio: el de la publicación por fascículos y las colecciones por entregas. Al ojo marciano – o del tercer mundo sin ir muy lejos – podría parecer que algunos objetos de los promocionados compiten en inutilidad con los artículos insomnes de las televentas, y que otros sencillamente rayan en lo absurdo. Pero lo cierto es que tienen mercado, ya que siguen saliendo cada otoño e invierno, y representan el 25% de la facturación de las editoriales. He aquí una muestra tomada esta mañana frente al quiosco de la esquina.

Fósiles auténticos (dice que no son reproducciones), Miniauturas de taxis del mundo, Plumas de aves, ¡Piedras! (tal cual, anunciada como colección geológica), Dedales, Bolas de nieve (nieve en agua como las de navidad), Mi amigo el caballo (una cuadra en miniatura), Casa de muñecas, Miniaturas de Coches Míticos, Miniaturas de Motos de competición, Cajitas de madera (cajitas adornadas), Vestidos inolvidables (Miniaturas que reproducen vestidos de grandes divas), Soldados de plomo, Conchas de Mar (lo juro, las conchitas de la orilla de la playa).

Si, lo sé: Me dirán que grandes obras también fueron distribuidas por entregas, como la enciclopedia, las novelas de Charles Dickens y el mítico Sherlock Holmes. Pero que haya gente que compre la Biblia en Fascículos, como también la vi, me parece extremo, sobre todo cuando muy seguramente no le están pagando royalty a los Evangelistas.

Comentario a parte merecen los periódicos. Antes se limitaban a vender noticias, ahora se han pasado al negocio de las enciclopedias, los cidis y los dividis, a los cuales les encartan, por fuera, un ejemplar del periódico del día.

Impuesto Esotérico

En los países del Caribe, debería crearse un impuesto a los servicios esotéricos. Es decir, a aquéllas actividades que en el argot son conocidas como consultas, despojos y trabajos.

Existe una larga lista de profesionales que entran dentro de esta categoría. Enumero algunos a efectos orientativos: Tarotistas, que leen el tarot; Astrólogos, que leen los astros; cafesólogos, que leen el asiento del café; tabacólogos, que leen el tabaco y arepólogos, que leen el futuro en los quemaditos de las arepas. También se incluyen aquí los polivalentes, que ejercen en distintas áreas, como los brujos, iluminados y mediums. En fin, todos aquellos que pueden ser englobados dentro del apartado de servicios de prospección y pensamiento anticipatorio.

Esto es una propuesta seria. Espero que no sea interpretada como una regresión al oscurantismo, sino como la regulación del más antiguo sector de la economía informal del Caribe y áreas circunvecinas.

Lo recolectado con este impuesto, debería ser entregado directamente a organizaciones benéficas y oenegés. Sin temor. Pues claro está, que nadie se va a atrever a malversar fondos, ya que pueden ser fácilmente descubiertos gracias a las facultades de los contribuyentes.

Una vez puesto en orden el sector, incluso se podría convertir en un pujante producto de exportación hacía el primer mundo, además de una magnífica oportunidad para lograr influencia en el concierto de las naciones, donde históricamente nuestra burda política exterior ha fracasado. Incluso, la consolidación de estos servicios con denominación de origen, podría arrastrar consigo la exportación de otros productos, con el simple hecho de incluirlos dentro de los ingredientes de sus rituales: Brebajes de mango, pósimas de parchita, polvos de cazabe, etc.

Los políticos prometen constantemente, inventando futuros fantásticos y la gente les cree. Pues considero incluso coherente, el reconocer la función social y la contribución a la economía de los profesionales de la anticipación, que honestamente se limitan, no a inventar, sino a decir lo que ven.

El norte es una quimera

Según Naciones Unidas, el negocio del tráfico ilegal de seres humanos mueve anualmente diez mil millones de dólares, sólo por detrás del narcotráfico y el tráfico de armas. Está liderado por organizaciones delictivas que cobran un hipotálamo, a cambio de transportar, temerariamente, hasta las costas europeas, por ejemplo, a miles y miles de desesperados de Asia, Europa Oriental y África. Sólo en las costas españolas han muerto durante el último año, doscientos treinta y cuatro inmigrantes, y en Italia, el estrecho de Sicilia se ha cobrado la vida de doscientos cuarenta y nueve. (de los 17.688 y 10.767 respectivamente, que llegaron ilegalmente por mar en dos mil tres) Como decía Esteban Israel en un artículo para Radio Nederland: Se trata de personas sin nombre, traficadas en barcos sin bandera y sepultadas sin ceremonias en tumbas sin flores.

Los países-puerta de la Unión Europea, España e Italia, han ajustado frecuentemente sus leyes migratorias, para tratar de atajar el incontenible flujo por mar de desesperados, haciéndolas cada vez más estrictas, de forma de combatir, entre otras cosas, lo que eufemísticamente se llama el “efecto llamada”.

Este efecto surge, a partir de la tendencia histórica del inmigrante a maquillar su realidad cuando la cuenta a los suyos, de manera de evitar admitir sus desventuras. O tal vez, porque asume con excesiva tolerancia, los sufrimientos que en su propio país le resultarían inadmisibles, como vía para evitar traicionar sus propias expectativas.

Hay un merengue venezolano, escrito por Luis Fragachán y ambientado en los años veinte, en el cual un decepcionado aventurero reniega de su propio “El Dorado”, Nueva York, quejándose de la ley seca y la falta de berro. En uno de sus versos define eso del efecto llamada, cuando dice:

Todo el que va a Nueva York, se vuelve muy embustero,
que si allí lavaba platos, dice aquí que era un platero.
(comerciante de la plata)

En esos términos, el efecto llamada es muy difícil de combatir, porque la ingenuidad de muchas tragedias humanas, mueve a las víctimas a necesitar asirse a alguna esperanza, frecuentemente utópica y quemérica. Y eso lo saben muy bien los sepultureros del mar, ya que es el argumento de su negocio, el «Vente a Alemania, Pepe» de África.

No soy un experto en política migratoria, no opino con criterio calificado, pero creo que igualmente, se debería prestar atención al efecto subyacente, el que empuja a los desesperados. A mi parecer, detrás de cada víctima, además de un efecto llamada, hay un efecto huida. La huida de una realidad violenta, en la cual soportan olvidados, el peso de una dignidad en mínimos y un futuro que no vale la pena esperar.