Apariencias que matan

En Londres mueren cada año de frío – proporcionalmente hablando -, más personas que las que fallecen en ciudades como Helsinki o Moscú. Londres disfruta de un clima previsiblemente inestable, pero en lo absoluto extremo, como esos de grandes nevadas y temperaturas constantes bajo cero.

Según el documental de la BBC del cual he tomado el dato, allí la gente suele descuidar su abrigo y piensa que una pequeña exposición al frió con poca protección, mientras esperan el tren o el autobús, no causará problemas. Y si que los causa, aunque casi todas las muertes producidas por el frío, suelen registrarse bajo la categoría de causas naturales.

Aparte de la curiosidad meteorológica, lo que resulta interesante observar es lo determinante que pueden ser ciertas apariencias. Las apariencias existen para facilitarnos la vida, ya que ante ellas no suele hacer falta el análisis, simplemente tiramos del conjunto de patrones que hemos probado en el pasado. Por un lado está muy bien, porque de lo contrario nuestra vida sería un poco … no sé … lenta y desconfiada. Pero por otro, un error de estimación ante una apariencia determinante suele resultar, en el mejor de los casos, catastrófico.

La actuación basada en las apariencias, está casi por completo guiada por la confianza. Una persona, situación o cosa, puede aparentar ser, por ejemplo, segura aunque de hecho represente una amenaza (y viceversa). El problema surge cuando la apariencia es inducida y alterada. Cuando se modifica la apariencia a conveniencia para hacerlas más o menos aparente de lo que realmente es. Es así como pasa, mayoritariamente, hoy en día.

Todo ello está provocando que el ser objetivo, se convierta en una aventura inútil y que lo que se lleve ahora es el mojarse, con el único basamento de la apariencia; inducida y manipulada preferiblemente. De seguir así las cosas, creo que lo mejor será, comprarse un lote de libros de autoayuda para desarrollar el análisis del aura y las vibraciones y otro de San Cono, para interpretar los sueños. Total, aplicaríamos técnicas conocidas, como elegir el momento preciso para invadir un país, por la posición de los astros, y justificar dicha invasión con la explicación de haber soñado con una cebra ponzoñosa.

Arma de fabricación belga

Dejó caer el arma limpiamente ensamblada sobre el pañito rojo de la mesita de abedul. Lo hizo con el mismo gesto de manos-fuera, de aquellos veloces competidores de los concursos de cubos mágicos, muy populares en los años ochenta. Los responsables militares habían traído a este cabo primero, ganador del concurso local de ensamblaje de pistola, para que disertara sobre armamento, en la clase que tendría lugar esa tarde agobiante, en el cuartel del distrito, dentro del marco del programa piloto de instrucción pre-militar, que se impartía a los jóvenes de los dos últimos años de secundaria. Utilizado prematuramente el As del espectáculo, el cabo procedió a sucumbir ante una de las armas más letales, que los militares de todo el mundo emplean contra civiles indefensos: El caletre no interpretado.

El cabo, por “sugerencia” de su superior, memorizó la descripción del arma que figuraba en algún manual militar, sin por supuesto reparar en su compresión. Lo malo de la memorización en el adulto, es que deja al descubierto los fantasmas de la escuela, y el cabo no sería la excepción. Comenzó bien, aunque con un dejo melódico, al estilo de los niños-guía, que recitan historias de castillos coloniales. Ante todo buenas tardes. Hoy les vengo a hablar del arma de reglamento del loado ejército de la nación.

De un tirón agradeció la oportunidad que su teniente le había otorgado y manifestó su deseo artificial de que la charla fuera del agrado de la concurrencia. A pesar de su buena intención y de encomendarse a su honor, todo él se precipitó rápidamente hacia la inevitable aparición de la tartamudez de la memoria: Esta es un arma de fabricación belga… de fabricación belga… [sudor], muy.. de fabricación belga [globo ocular ligeramente elevado] … muy … 🙄 esta es una arma de fabricación belga muy versátil, con modalidades tiro a tiro y de repetición … [liberado].

Así se paseó por los insondables caminos del cargador, el seguro y los disparos por segundo, hasta que siguiendo el guión y cruzando los dedos, abrió el ciclo de preguntas. Un alumno avezado en cuestiones irónicas, se convirtió en el verdugo de la tarde, al soltarle sin aspaviento un Disculpe mi cabo, ¿me podría decir en que país las fabrican? :> Muy interesante su pregunta, respondió, usando la trillada muletilla de quien piensa sobre la marcha, para luego agregar. No estoy muy seguro, pero me imagino que en Estados Unidos. |-|

La Señora que Canta

Hacia el final de la Guerra Fría, la campaña mediática anticomunista se vio incrementada en occidente. No sé. A manera de estocada final, digamos. Proliferaban los documentales que sacaban a la luz las “verdades” del estilo de vida comunista, en las repúblicas soviéticas. Los aspectos más destacados en artículos, documentales y libros no estaban ya ralacionados con la amenaza nuclear, sino con lo mal que lo pasaban los rusos con la falta de libertad de expresión y las colas a las cuales eran sometidos. Sí, las eternas compañeras de los ciudadanos soviéticos: Una cola para comprar pan, arroz, calzado y ropa, tramitar ayudas, comprar el periódico y llamar por teléfono. ¡Con aquel frío! Pobrecitos, decía el comentarista, menos mal que en occidente no pasamos por eso.

Mientras vía aquéllo, no salía de mi asombro al comprobar que, a pesar de vivir en un país democrático, las colas eran tan comunes para mí, como lo eran para los humanos del imperio del mal. En mi Caribe natal, recuerdo haber hecho colas en los bancos de hasta tres horas para cobrar un cheque o hacer un depósito. Colas de adeudos para pagar el teléfono, el agua y la luz. He hecho colas ante los teléfonos públicos y los cajeros automáticos. Para comprar la carne en el supermercado y en las cajas para pagar. Colas de divertimento, en las taquillas del cine y hasta dentro de mismo para entrar a las salas. También colas madrugadoras para sacar el pasaporte, la cédula (carné) de identidad, o el permiso de conducir. Aunque sin duda, las más curiosas para mí, eran las colas fogosas frente a los moteles de carretera, los días de enamorados y secretarias, y las colas masoquistas frente a discotecas racistas y restaurantes de élite.

Salvo el frío, todo lo demás era igual. Bueno, realmente no. La diferencia era –no sé si todavía es- la libertad de expresión. Aunque no le importara a nadie lo que dijeras, ni fuese eso a cambiar en nada tu situación, podías expresar tu descontento, como catarsis. Por ejemplo, en la cola del banco, decir que el “servicio” era una mierda, que el cajero era una tortuga, o gritar cuando alguien se ha colaba.

Soportar una cola es un arte. Hay gente que sencillamente se resigna, resopla de hastío de vez en cuando, mantiene los brazos cruzados y asumen avances de treinta centímetros como victorias bélicas, que defienden cual si estuvieran sitiados. Vamos, como los rusos de los documentales. Existen otros que hablan y hablan. Cuentan su vida a desconocidos con la misma naturalidad de quien habla con la familia. Por esta vía me he enterado de anónimas preñeces precoces, operaciones de cálculos geológicos, infidelidades morbosas y hasta los tratamientos más efectivos para las hemorroides.

Pero hay una técnica que ha permanecido hasta ahora oculta en la Tierra Media: Cantar en voz alta. Técnica excéntrica, donde las haya, pero es justo decir, que nunca llegué a ver a su practicante estresada ni molesta. Hasta daba los buenos días a quien la atendía al final de la espera. Me topé con esta Señora muchas veces en muchas colas. Y salvo su costumbre colera, no podía intuirse en ella nada anormal. Cantaba de todo, poseía un gran repertorio. Todos los rusos la miraban con desconcierto y hasta se apartaban en previsión de un ataque repentino. Diría que preferían ver a un chino en la cola del banco, que a la Señora que Canta. Nunca la conocí, ni le di las gracias por hacerme más llevadera las colas eternas y ayudarme a reírme de mis desgracias. A modo de homenaje le dedico esta nota.