Más sobre medidas.

Para una cosa tan delicada como la alimentación de un bebé, me he dado de bruces con otros problemas de mesura. Siguiendo las instrucciones de un producto infantil, diseñando para introducir cereales en la alimentación de los lactantes, se indica que se debe mezclar el preparado hasta conseguir una consistencia de natilla, diferenciando ésta de la papilla y el puré.

No contentos con tanta precisión, agregan que para la preparación, se debe partir de 200 ml de leche (por fin una medida) y añadirle ocho cucharadas soperas rasas del preparado; ¡como si existiese un estándar internacional de la capacidad de una cuchara sopera!

Finalmente, indican que el agua debe estar caliente… así, sin especificar grados, a gusto del consumidor.

Cómo es posible que puedan decirme el contendido exacto de cada uno de los ingredientes del preparado, fragmentados por partidas tan infinitesimales como vitaminas, minerales, proteínas o carbohidratos (incluso el valor energético) y sean incapaces de indicarme cuántos gramos de producto hay que agregar a cuánto de agua o leche para lograr la huidiza consistencia de una natilla.

No nos quedó otra alternativa que olvidarnos de la educación que nos dieron en primaria y aproximarnos por ensayo y error (con la aprobación de la niña) y extrapolar las medidas de las instrucciones a otro estándar de alimentación infantil que acertadamente viene con la leche de continuación: El cacito.

Indagando un poco, resulta que el cacito es ¡una unidad de medida!, al menos según el RAE. Pone para cazo:

2. m. Utensilio de cocina que consta de un recipiente semiesférico con mango largo y que se destina a transvasar alimentos líquidos o de poca consistencia de un recipiente a otro.

3. m. Cantidad de alimento que cabe en este utensilio.

Habrase visto

Cuando le echo combustible a mi coche, lo hago fijándome en los litros y no en los euros. Ahora resulta que me lo tengo que hacer ver por un psiquiatra. Me han informado que es un comportamiento anómalo y que tendría que hacer como todo el mundo, es decir, medir la «cantidad» del repostaje en dinero y no en litros.

No lo podía creer, me negaba. Hasta que me demostraron que las máquinas expendedoras tenían unos botones para prefijar los montos en euros (en lugar de litros) que se quieren repostar redondeados en múltiplos de cinco.

Puede que tenga implicaciones históricas, pero a todas luces es ilógico utilizar como unidad de medida el precio cuando lo que el coche consume son litros… y además, ¡el precio del litro es variable! Es como ir al comprar el pan y decirle al dependiente: Buenas, me da ochenta y siete céntimos de pan. A ver con qué cara te mira.

Los ejemplos sobran: imagine usted si la gente comprarse arroz, carne, queso o leche, pidiéndolos por una cantidad de dinero en lugar de por las medidas que apliquen a cada caso, que para eso están. ¿Por qué no hacer lo mismo con el combustible? ¿En qué se diferencia?

Existen además otras condicionantes en la estimación. Si va usted a hacer una paella, debe estimar los kilos de arroz que necesitará para una determinada cantidad de comensales. Es absurdo pensar inicialmente en el precio. Lo mismo pasa con el repostaje de combustible: si necesita realizar un viaje de determinados kilómetros, debe repostar tantos litros como los necesarios dado el consumo medio de su coche (normalmente medido en litros cada cien kilómetros), no de los litros que pueda repostar con una cantidad de dinero dada.

Finalmente, repostando pensando el litros es más fácil percibir posibles errores o fraudes de las máquinas expendedoras, porque la capacidad del tanque del coche es finita y permite cotejar entre los litros servidos y los efectivamente detectados por el sensor del tanque.

¡Habrase visto!

Ojos que no ven…

En algún capítulo de la primera temporada del Ala oeste de la Casa Blanca escuché una frase que se me quedó en la cabeza a la primera. Mientras negociaban la aprobación de una ley, le dice un personaje a otro: «There are two things in the world you never want to let people see how you make ‘em: laws and sausages.» Algo así como que «Hay dos cosas que los ciudadanos no deben conocer cómo se hacen, las salchichas y las leyes.» Hacía alusión, por supuesto, a las marramucias (que ellos llaman pactos) que se llevan a cabo durante los procesos de elaboración, discusión y aprobación de la legislación que nos rige.

Después de muchos años de experiencia yo agregaría… y el software.

Hay tantas cosas turbias, mal pensadas, conocidas y aceptadas o simplemente desconocidas, que el software es otras de esas cosas que deben permanecer ocultas al ciudadano, sobre todo para evitar la creación de alarma social.

Sobre todo pensando que el software lo controla todo, desde el dinero que tenemos en los bancos, pasando por el pago de impuestos, hasta los historiales médicos. (no he querido incluir tráfico aéreo o ferroviario, para no alarmar)

Ojos que no ven, corazón que no siente.