OBITUARIO

En mi pueblo, el cartero era lo más parecido a un forastero. Un vecino ya muy mayor lo envidiaba por tener el mejor trabajo del mundo, ya que el tráfico postal era tan insignificante, que la mayor parte del tiempo se la pasaba durmiendo. Así las cosas, era todo un acontecimiento cuando se le veía coger la bicicleta de uso oficial, meter un papelito desnudo en su opaca bolsa postal y emprender la marcha, no sin antes arremangarse el pantalón hasta su rodilla derecha, para no mancharlo con la cadena.

Lo bonito de los carteros de pueblo es que cuando salían al reparto, lo hacían escoltados por un enjambre de niños curiosos, que le perseguían para averiguar no sólo quien recibía misivas, sino también intentar enterarse de su contenido. Pero nada levantaba tanta expectación como los telegramas. Recibir un telegrama era sinónimo de malas noticias, porque en los pueblos, sólo éstas tienen carácter urgente. Enterarse que Remigita había recibido un telegrama era suficiente para saber que había que ir a dar un pésame.

El telegrama cumplía una función social importante, porque las noticias malas, las malas absolutas e inaceptables, se empotran mejor en el alma leyéndolas.

No era que apocaran el mensaje, era sólo que te dotaban de una capa intimidad, que te protegía de la crudeza de las malas noticias.

El telégrafo es el precursor de casi todos los usos sociales de Internet. Es fascinante descubrir cómo el Chat, la mensajería instantánea o el spam, eran ya conocidos, aunque en menor escala, en la era Victoriana. Aún más, que el primer uso civil de los telégrafos visuales, aún no basados en la electricidad, fuese para un hecho tan inesperado, como transmitir los resultados de la lotería.

Estas y otras reflexiones telegráficas me han mantenido entretenido en los ratos de tren en los que vuelvo a casa, desde que leí esta noticia la semana pasada. Se que es normal y necesario, pero soy un nostálgico irremediable. Sólo me consuela saber que, el cerebro primitivo de la sociedad conectada de hoy, donde se almacenan los instintos sociales de la comunicación electrónica, es sin duda alguna el telégrafo; y que las grandes tecnologías nunca mueren, sino que evolucionan y se transforman.

(PUNTO)

M&M

De pequeño me hacía un arroz con mango con las definiciones de Milagro y Misterio. Me explico: para mí la televisión era un milagro y la Santísima Trinidad un misterio. Para ser más precisos, aún continúan siéndolo.

Atendiendo a la acepción principal del DRAE, era normal la confusión:

Milagro: Hecho no explicable por las leyes naturales y que se atribuye a intervención sobrenatural de origen divino.

Misterio: Cosa arcana o muy recóndita, que no se puede comprender o explicar.

Siento, pues, una tendencia a explicarme la realidad a base de milagros. La causalidad, dada mi limitada velocidad de razonamiento, resulta poco económica. Es un gasto de energía innecesario, que podría dedicar a otras cosas más gratificantes.

De hecho, el significado que recoge el DRAE para la expresión “de milagro” es la que mejor define esta forma de pensar, sobre todo cuando viene acompañada con una dosificación a la baja de las expectativas:

de milagro: loc. adv. U. para expresar que algo ha ocurrido cuando parecía imposible que ocurriese, o que no ha ocurrido cuando todo hacía creer que iba a suceder.

García Márquez teme volar en avión. Su madre solía, al enterarse que tomaría algún vuelo, encender una vela a los Santos. En una oportunidad, un hermano del Gabo tuvo un accidente y su vehículo quedó encajado en la cuneta, y resultaba muy difícil sacarlo. Su madre, al enterarse, lo primero que hizo fue encender una vela a los Santos. Cuando le reclamaron el gesto, porque eso no ayudaría a nada, respondió: Si esta vela puede mantener un avión en el aire, ¿no va a poder sacar un carro de una cuneta?

Para ella, como para mí, el avión (como muchas otras cosas de mi entorno) es un milagro. No es un misterio porque me lo pueden explicar e incluso lo puedo comprender, lo que no me cabe en la cabeza es que con esas explicaciones, ¡ese bicho vuele!

Nota del Cartero:
En la anécdota sobre la madre del Gabo recojo su esencia, porque no tenía a la mano el libro para citarla con los detalles.

Ruido Mimético

En los tiempos del apogeo de la máquina de fax, solía ser común, además de molesto, la llegada frecuente de publicidad no solicitada a través del mismo. Dejar el fax en recepción automática era garantía de despilfarro de papel térmico con ofertas de Resorts en islas de encanto o pócimas para adelgazar. Fue un intento por trasladar a una nueva tecnología lo que era ya generalizado en el correo tradicional: Usar la fuerza bruta con inundación publicitaria, a ver quien cae. Afortunadamente para los habitantes del Caribe, la poca tradición en el uso doméstico del correo (además de su honorable ineficacia) y luego del fax, nos mantuvo al margen de esas cosas que sólo pasaban en el primer mundo.

El impacto económico de aquel spam primitivo, era relativamente fácil de cuantificar, porque, siendo simplistas, se podía medir en unidades de papel térmico. Pero, a diferencia de aquél, el spam moderno, vía correo electrónico, tiende a medirse en forma más imprecisa, intangible y difícil valorar: unidades de atención.

A diferencia de los medios de comunicación, que comercializan con nuestra atención – la capturan con entretenimiento, información o sandeces y la venden en forma de espacio publicitario– el spam es un tipo de ruido distinto. Aunque el ruido es inherente a cualquier forma de comunicación, el ocasionando por el spam es muy pernicioso porque su naturaleza, al contrario de otros agujeros negros de atención, es interactiva: Para eliminarlo hay que, primero diferenciarlo de lo que no lo es y luego, presionar el botón delete..

En términos académicos, es un ruido mimético. Se parece muchísimo al mensaje que se transmite por el canal. Por ejemplo: Si usted realiza una llamada telefónica y la línea no está en buen estado, o la cobertura es escasa, podrá diferenciar fácilmente, aunque no lo capte con claridad, el mensaje de su interlocutor del ruido del canal. No sucede lo mismo con el spam, es frecuente peder información relevante al confundirla con correo no deseado.

El desarrollo de inhibidores de este tipo de ruido, por razones técnicas, es harto compleja. Las formas de mitigarlo son más de orden sociológico que técnico, porque si ha prosperado es porque a alguien le resulta rentable producirlo. Su costo de producción es a tal punto bajo que con un porcentaje mínimo de incautos, ya produce beneficios.

Pero ya ven. No hay campañas por la tele que inviten a no responder al spam, y sobre las consecuencias que tiene hacerlo. Tampoco existen iniciativas innovadores que ataquen los nichos de los spammers: Como divertimento reflexivo, se me ocurre que podría disminuirse mucho de ese ruido mimético, si la seguridad social cubriese los alargamientos de pene.

¡Vamos!, hasta uno tiene que tener mucho cuidado con lo que escribe. No saben a la cantidad de spam en forma de comentarios a que me expongo, con sólo incluir en esta nota esas últimas tres palabras.

Besos de Año Nuevo.