Necrología sin humos.

A principios del mes pasado murió Don Gordon Cooper Jr, pionero de la exploración espacial. Curiosamente el cuatro de octubre, el mismo día en que el equipo del SpaceShipOne se adjudicaba el Ansari X Prize. La gente ya ha olvidado a muchos de aquellos corajudos del programa espacial y, de hecho, sólo los testigos de primera mano y los forofos de la última frontera, podrían acertar algunos nombres e hitos. Y pues, creo que es una lástima.

Estudiando poco o nada el programa espacial se lleva a cabo un doble desperdicio: Por un lado, de conocimiento, ya no científico, sino logístico y organizativo. Desde mi punto de vista, a lo largo de todo el programa espacial se puede observar la confluencia de casi todas las disciplinas con las que el ser humano ha construido la modernidad. Allí se experimentó por primera vez y a gran escala con todo junto: Desde técnicas de dirección de empresas, pasando por la tecnología pura y dura, hasta la logística de limpieza de los baños. En segundo lugar, se desperdicia el know-how, de uno de los más grandes experimentos de clima organizacional(1) jamás realizado: El hombre llegó a la Luna, en mi opinión, más por el altísimo grado de compromiso y motivación de todos los involucrados en la empresa, que por el conocimiento tecnológico.

Pero la anécdota que me vino a la cabeza, cuando me enteré de la muerte de Cooper fue la siguiente: El primero astronauta no fumador fue Gordon Cooper Jr. La atmósfera interna de las primeras cápsulas espaciales estaba compuesta principalmente por oxigeno, -por cuestiones de peso- y para su primer vuelo en el programa Mercury, el dieciséis de mayo de mil novecientos sesenta y tres, a bordo del Faith 7, los científicos colocaron una cantidad de oxigeno basada, como era lógico, en el consumo de las misiones anteriores (todas de fumadores). Al final de la misión, mientras realizaban los análisis, los datos arrojaron un dato bastante revelador: Cooper había consumido sólo un tercio del oxigeno que le habían planificado. ¡Que vaina!, tan bueno que quedaría en una campaña antitabaco.

Cooper dejó de volar pronto. Decisiones políticas surgieron siempre para justificar su no-inclusión dentro de las tripulaciones, pero de seguro hay otras razones que probablemente aclaran mejor el asunto, principalmente su especial opinión sobre el fenómeno Ovni.

«For many years I have lived with a secret, in a secrecy imposed on all specialists and astronauts. I can now reveal that every day, in the USA, our radar instruments capture objects of form and composition unknown to us.»… «I believe that these extraterrestrial vehicles and their crews are visiting this planet from other planets, which obviously are a little more technically advanced than we are here on Earth,»

Que en paz descanse.

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(1) No sé cuál es el nombre de moda, pero el que recuerdo es este.

Callar alarga la vida

Hace tres años compré las entradas para ver en Madrid a Marcel Marceau con una sensación de ahora o nunca. Habiéndolo visto siempre con su uniforme de trabajo, sólo podía confiar en la supuesta mortalidad del humano, para suponer que esa gira, sería la última. Aunque también podría haber pensado que los genios son inmortales, pero en fin. Luego en el escenario, cuando te viene a la mente que ese señor, se mueve como un muchacho, se te ocurren cosas como que tiene dobles, como algunos dictadores, pero no para cuidar su integridad física, sino su reputación.

Así las cosas, me sorprendió leer hace unos días, que Marceau estaba con sus ochenta y un años encima, nuevamente de gira. Y no sé a cuento de qué, lo primero que se me vino a la cabeza fue que, tal vez, callar alarga la vida.

Siempre he imaginado que hablar en silencio es un don que sólo se le otorga a esos matrimonios ancianos que llevan siglos juntos. Les miro de reojo en el metro y me fijo como mantienen animadas conversaciones, sólo mirándose (y a veces ni eso). Y como van de un tema a otro, por ejemplo, cuando señalan discretamente con el meñique, los pelos de un rasta que acaba de subir al vagón y sonríen. Eso va más allá de la complicidad, es un alarde práctico de telepatía.

Algunas de las personas más longevas que conozco, han llevado un estilo de vida en el que efectivamente utilizan el habla con economía, y se comunican más a través del silencio. Mi abuela por ejemplo habla en sentencias, con lo cual es mejor hacerle caso, aunque compensa cualquier malentendido con una agradable y honesta sonrisa mientras te escucha.

En todo caso, creo que el mejor de los silencios, es el que se hace para escuchar, aunque la cruda realidad corrobora lo cuesta arriba que se pone desarrollar semejante nivel de superación personal. También hay -me incluyo- quien confunde, a veces, comunicación con dar conversación y pues se vuelve a lo mismo.

Por mi parte y en espera de estudios científicos más precisos que mi intuición, permaneceré fiel a los complejos vitamínicos, y a cuanta infusión prehistórica me conminen a tomar.

Never get a mime talking. He won’t stop.
Marcel Marceau

My English

Mi inglés mejora a pasos de gigante. Esa es la ventaja de vivir en una ciudad que recibe la visita masiva de anglófonos turistas, que se extravían frecuentemente en los hipo-señalizados servicios de transporte. De entre tantos Japoneses topógrafos, británicos envarados o alemanes etílicos, la probabilidad de mantener una agradable charla con alguno de ellos es, sencillamente, enorme.

Esta mañana en la estación de Chamartín, sube al tren un señor británico, con un clon, que parecía ser su hijo. Ambos provistos de una curiosa cara de boyescauts. El Padre se acerca reverencialmente e interrumpe mi lectura con un educado excuse me. Yo le respondo adoptando una pose de sincera atención, añadiendo una leve inclinación del torso. Susan – my teacher bostoniana- dice que el ochenta por ciento de la comunicación es corporal y no verbal, y a mi esa se me da muy bien, porque con ella no tengo problemas de pronunciación ni comprehension. (con la comunicación, que no la teacher, quiero decir) Bueno, seguidamente, y mientras realiza una movimiento de norte a sur con su brazo de avestruz, indicando el sentido de la marcha del tren, el señor británico me pregunta: ¿Atocha? Que aunque me lo dijo en inglés, con esa Ch floja, le entendí perfectamente.

Relajé mi espalda y me concentré en que la respuesta me saliera natural. Tuve la intención de facilitarle alguna que otra información adicional, que le transmitiera confianza, como cuantas paradas faltaban y cosas así. Pero desistí de la idea al observar que llevaba un mapa de la línea férrea en la mano, y no fuera a interpretar que estaba dudando de su capacidad para leer los mapas. Eso a los hombres nos afecta sobremanera.

Así que apunté mi dedo en la dirección de la marcha, sonreí con conocimiento de causa y agregué, yuxtaponiendo un efecto gutural desenfadado, un claro y limpiamente pronunciado: Yes!

Eso es lo que yo llamaría una experiencia de inmersión idiomática. 😉