Ritual, amuleto y talismán.

¡Que supersticioso eres!, ¡Que manía la tuya! Así suelen cebarse en aquellos comportamientos nuestros que tienen como origen un ritual. Si especulamos un poco, podríamos decir que en realidad no se trata de superstición, sino de un algo grabado por la evolución en todos lo seres humanos y de lo que nadie está exento: El ser humano necesita los rituales. Hay muchos de ellos que se confunden con costumbres, pero que en realidad me atreveria a definirlos como mecanismos de aseguramiento de la calidad dentro de la psiquis humana.

Hay rituales casi imperceptibles, como el bateador que se santigua antes de batear – cosa que también hacen algunos pilotos de fórmula 1 como Barrichello – o el levantarse con el pie derecho todos los días. Los hay también más sofisticados, como los marineros que hacen ofrendas al mar antes de zarpar o el de aquél gentilicio Caribe que aplaude colectivamente el aterrizaje, luego de un largo vuelo en avión.

Pensaba yo que habría áreas como la ciencia y la tecnología que estarían a salvo de estos rituales, pero hasta en el campo de investigación espacial, los rusos concretamente, se siguen rituales: Desde hace 40 años, todos los pilotos que van al espacio, realizan exactamente las mismas cosas que realizó Gagarin en su primero vuelo: desde firmar la puerta de su habitación, desayunar lo mismo que él desayunó, orinar en medio de camino que los conduce hasta la nave, – aunque no tengan ganas se hace la parada -, hasta plantar un árbol al volver.

En la misma línea están los amuletos, que entonces serían como anclajes de conducta, que nos regulan la confianza. Puede ser desde una reliquia familiar, pasando por un objeto especial cualquiera, hasta alguna ropa que hayamos utilizado en una actividad en la cual logramos un resultado exitoso. Una preda-amuleto, pues. Los deportista son unos expertos en el tema, sobre todo con la ropa interior y el calzado. Los ejecutivos lo son con las corbatas. Los estudiantes, expertos también en rituales, suelen hacer de sus utensilios amuletos: Antes de finalizar mi carrera presenté un exámen muy difícil usando un portaminas cualquiera, luego de eso, los últimos 10 exámenes los presenté y aprobé con este mismo efectivo amuleto, de hecho aún lo conservo. Piénselo: nuestro pañalito o trapito de la infancia, sin el cual no podíamos ir a ninguna parte, no era más que un objeto inductor de confianza.

Un tratamiento distinto le doy al talismán. Aunque suele usarse para fines parecidos al amuleto, sus atributos son de origen mágico, con lo cual se trata más de un acto de fe, que de autoconfianza inconscientemente inducida. Pero bueno, la mágia también forma parte de nosotros. Ya les veo la cara… pensarán que no, que eso de la magia y los talismanes es pura superstición que nadie «estudiao» se dejaría llavar. Pues sólo dejénme decirles, que el centro de control en Baikonur se entera cuando comienza la ingravidez dentro de la nave Soyuz, cuando empieza a flotar un pequeño talismán colgante que llevan a bordo… 😉

Amplitud Modulada

En el Caribe provincial existen todavía muchas radios que emiten en amplitud modula (AM). Todas ellas tienen una forma muy peculiar de hacer la radio, y se soportan en un estilo de estrecha participación con sus oyentes. Permítanme hacer esta nota en tiempo pasado, aunque mucho sea presente, es sólo para aceitar la memoria.

La manera de ser de estas emisoras caló tanto en la sociedad, que aún finalizando el siglo XX, sus anuncios de identificación de planta mantenían un tono pomposo, donde un locutor de voz grave y circunspecta, justo después de hacer sonar unas campanadas como las del Big Ben, decía más o menos: “Esta es Ecos del Torbes, su emisora predilecta. Transmitiendo en la frecuencia de 780 kilohertz y 50.000 vatios efectivos en antena. Desde San Cristóbal, Venezuela, patria de el Libertador.”

Estas radios ofrecían todo un mundo de servicios sociales, empezando por dar la hora continuamente, – aún cuando casi todo el mundo usaba reloj – y mantener a la sociedad informada de los acontecimientos noticiosos. Ellas despertaron a varias generaciones, muy temprano en la mañana, a golpe de marimba entre noticia y noticia.

Casi todas tenían secciones llamadas de servicio público, algo como los SMS, pero en Broadcast, que permitían a los ciudadanos enviar mensajes cortos y de importancia a familiares y amigos distantes, por ejemplo: “Se le participa a José Gómez, en la hacienda trapichito, que debe ir a buscar a los nuevos peones a la parada del autobús el próximo sábado a las 7AM. Comunicación que hace Don Juan.” Otros muy comunes eran los que anunciaban la pérdida de objetos o documentos en las inmediaciones de tal sitio, y que se ofrecía gratificación al devolverlos a “esta emisora“. Imaginen, las emisoras incluso eran receptores de objetos perdidos. Pero los que más me gustaban, eran aquellos anuncios que permitían denunciar ante “los organismos competentes” que los vecinos de tal zona llevaban varios días sin agua, o que el hampa los tenía locos.

El no va más de estos mensajes, – que en este caso no eran gratuitos – eran los obituarios radiados. Empezaban con algo como: “Ha muerto cristianamente Doña fulana de tal.“ luego nombraban a una letanía de gente con el fin que se enterasen de la muerte de la doña, y terminaban invariablemente con un “…sobrinos, primos, tíos, demás familiares y amigos invitan al acto del sepelio que se realizará en la iglesia tal”. También prevalece minoritariamente una costumbre preciosa: Ver los partidos de béisbol o fútbol por televisión pero sin volumen, dejándole la tarea de narración a los locutores de la radio.

Las radios también facilitaban el cortejo amoroso, porque existía un servicio llamado, “las complacencias”, a través de las cuales se podía dedicar, por una cantidad simbólica, una canción a la chica de tus sueños: Los valientes dejaban su nombre y los menos, la famosa coletilla de “de parte de un admirador secreto.”

Muchas de estas radios han podido superar la aparición de las FM, cuyo estilo es tan diferente que ¡ni siquiera dan la hora!. Pero lo que realmente me asombra, es que puedo observar cómo tecnologías actuales, siguen sacándole partido a los comportamientos sociales que inicialmente explotaron las radios en Amplitud Modulada.

Manual del buen soldado

La guerra preventiva se ha puesto de moda. Lamentablemente, se iniciarán conflictos bajo esta concepción aquí y allá y me cuesta asumir esta realidad, sobre todo por ser poco proclive a la violencia, dada mi naturaleza ilusa. Y no lo digo porque ser pacifista se haya puesto también de moda, sino porque es la verdad.

A estas «campañas preventivas» son enviadas personas con obvia formación militar, vestidos de altísima tecnología y con una capacidad de seguir instrucciones casi sin cuestionar, cosa primordial en la vida militar. En las guerras hay muertos, heridos, refugiados, familias destrozadas, y gente que se vuelve loca, pero no hablaré de esta la principal consecuencia, sino de una colateral: La pérdida del patrimonio cultural ante la mirada indiferente de un soldado anónimo.

Los soldados son entrenados para destrozar, entre muchas otras cosas, pero no para discernir sobre lo que están destrozando. Así que, si por ejemplo necesita hacerse con un edificio para hacer fuerte, realmente poco le importará si está repleto de obras de arte e historia humana de incalculable valor, probablemente no podrá interpretar lo que ello representa y facilite, e incluso promueva, su destrucción por estar eventualmente asociada a su enemigo. Es lógico, se juega la vida.

Como parte de la estrategia de guerra, los soldados deberían ser instruidos para saber observar, para entender lo que tienen al frente, en el contexto de las distintas culturas a donde van a “prevenir”, o a “conflictear” (que ahora no se llama guerrear), e incluso ser capaces de proteger los bienes culturales ante los saqueos de los mismo habitantes.

Las obras de arte y los monumentos históricos, forman parte de la identidad de un país, son esos símbolos necesarios para recuperar la moral, la vida normal, la esperanza después del destrozo. Y además son patrimonio de la raza humana, aunque esto últimamente no es un buen argumento.

Antes, el patrimonio artístico era botín de guerra. Los tiranos de antaño tenían una formación cultural que, aunque a veces anodina, permitía preservar intactas las obras de arte, que eventualmente se convertían en inspiración para los pueblos que luego emprendían otra guerra con el fin de recuperarlas.

Después de la segunda guerra mundial, se firmó un convenio en la Haya para la protección, en tiempos de guerra, de estos bienes culturales universales, pero hoy en día vale de poco, porque quienes lideran las campañas de prevención no lo han firmado.

Lo triste del asunto es que todo se resume en el rotundo fracaso de los sistemas educativos de occidente, porque siguen poniendo el desganado énfasis en que la gente aprenda las características artísticas de un cuadro o edificio, en lugar de ayudarle a formarse una idea interna de su significado.