Porqué deben los niños probar una máquina de escribir

Aprendemos mejor de aquello que podemos tocar. Simplemente eso. Es la misma razón por la que pienso que no hay que abandonar el papel y el lápiz (ni las pinturas de colores, las tijeras, el pegamento o cualquier cosa que implique crear con las manos) en favor de medios virtuales. Para eso ya habrá tiempo. Sin embargo, he de admitir que en el caso de la máquina de escribir estoy sesgado. La primera vez que usé una,  tuve la sensación de que las palabras pesaban, que hacían bulla, que tenían fuerza  y que se requería de fuerza para hacerlas nacer¹. Un inventazo.

Aquella experiencia no sólo me interesó por la magia de la impresión de las letras, sino por la mecánica que la hacía posible. Pocos diseños industriales son tan transparentes como una máquina de escribir; un diseño desnudo que permite ver claramente cómo funciona. Así, como a los niños hay que exponerlos para ver por dónde les salta el talento que los haga felices, sentarlos ante una máquina de escribir mecánica es una estupenda forma de matar dos pájaros de un tiro: el posible descubrimiento de una herramienta de creación o el catalizador de un interés por la ingeniería. Vale, otros pasarán de largo por la experiencia, pero hay que seguir probando.

Si alguien se arriesga, no oliven pedirle a los chavales que, una vez que le pillen el tranquillo, solucionen el reto de escribir el número uno.

Salud.


1.- Además de comprensión para con sus defectos. A mi máquina de escribir se le quedaba pillada la letra «L» y el número 5, y ya tenía una especie de acto reflejo para ayudarla a bajar. Estos detallitos incluso llegaban a afectar el proceso creativo pues evitaba todo lo posible la utilización de aquella letra, lo que en castellano, cuesta un montón. Igualmente, para no lidiar con el 5, casi siempre escribía los número en letra, preferencia que llega hasta hoy.