desvirtualizar

Cada generación inventa sus significados. Así que cuando escuché la palabra “desvirtualizar” como sinónimo de conocer en persona a alguien a quién previamente ya se conocía en un mundo virtual, me dije: Pues vale.

En los albores de la Internet, hubo gente que se conoció por correo electrónico o chats y terminó casándose. Supe al menos de tres casos cercanos. Y aunque hay gente pató, me parecía un poco raro, porque eran amores sin feromonas, absolutamente intelectuales, sospechosos. Sin embargo, tenían una cosa en común: una tensión poderosa entre la necesidad de “desvirtualizarse” y el miedo a hacerlo.

El concepto no es nada nuevo. Hay gente que ha mantenido relaciones virtualizadas por años y que jamás accedieron a olerse o tocarse. Tchaikovski y Nadezhda von Meck son un ejemplo: mantuvieron por años una ferviente relación epistolar y un acuerdo tácito de no desvirtualizarse, ni siquiera cuando el primero se casó con otra. Pero probablemente se llegaron a conocer más que si se hubiesen comprometido el resto de sus vidas a reunirse cada noche al pie de la chimenea a hablar del tiempo y contarse cómo les había ido en el trabajo.

Sin embargo, el uso que esta generación le da a lo virtual es distinto al de antaño y tiene un problema de escalado. Los desvirtualizables exponen sus asuntos a quien esté dispuesto a verlos, pero de tal forma de que pareciera que conociera a cada uno de sus destinatarios. Cuentan su supuesta vida privada de forma pública, pero como el consumo es privado, da esa rara sensación de que te la estuviera contando a ti. Pero es algo que en la vida real, no escala. Es muy difícil seguir una relación, siquiera levente cercana, con más de unas veinte personas en tu círculo personal. Cuando se tiene cientos de seguidores, es imposible.

Pero luego pasa otro extraño fenómeno, según he notado: Cuando desvirtualizan a alguien, aunque la intención haya sido de mera amistad, parece que el interés se muere, se acaba la magia, se arrepienten; y piensan que tal vez hubiese sido mejor dejar ganar al miedo y optar por la vía de Tchaikovski y Nadezhda y, definitivamente, no conocer a nadie.

Hay gente pató.