La fe en 300 preguntas

Hice la primera comunión a mediados de los ochentas del siglo pasado en una calurosa iglesia del Caribe. Ya era un poco mayor para la gracia y fue más para quitarme la persecución de las monjas del colegio. Ellas veían como una afrenta mayúscula que un alumno a punto de emigrar saliera al mundo hostil sin el esencial sacramento. Por lo demás, eran bastante tolerantes. Mi madre no me obligaba, pero me dijo que me las arreglara por mi cuenta. Así que me presenté una tarde en la parroquia y le dije al cura que quería hacer la primera comunión. Me dio un catecismo y me dijo que me aprendiera las oraciones y que me incorporara a la catequesis. — ¿Habría alguna forma de librarme de asistir? —le pregunté. Me miró y se rio como lo hacen todos los adultos con los críos que van de autosuficientes. Se tomó su tiempo y entonces, con aquel acentazo gaditano que jamás se quitó de encima, respondió: —Si de aquí al sábado te aprendes el catecismo entero, te libras chaval.

Aquél catecismo había sobrevivido desde su edición de 1958. Contaba con una primera parte donde venían las oraciones básicas y otra, de casi trescientas preguntas breves, que había que memorizar sin preguntar. Dogma sin mucho miramiento. El cura me pasó con doña Juanita, una analfabeta devota para que me preguntara las oraciones. Era la más temida por todos, no sólo por su bigote, sino porque no perdonaba el mínimo error. Estuvo a punto de suspenderme la Salve, porque ella decía “después de este entierro” queriendo decir “destierro” y tuve el atrevimiento de corregirle. Me miró muy feo, me dijo que me daba una última oportunidad y que lo volviera a recitar. Entonces entendí que con la iglesia había topado y dije, con retintín, “entierro”. Así me libré de las clases de catequesis, aunque no de la preparación de la que ya se encargaba directamente el cura. En ella describía las partes de la misa y cerraba con la confesión. Un trance que dejamos para otro día. Total, en cuatro sábados había resuelto un trámite que normalmente tomaba algunos meses. Pero eso, algunos meses.

Ahora, en el siglo XXI las tornas han cambiado. La iglesia ha decidido comenzar el proceso muy temprano y tener a los niños en formación durante tres años, ayudada por un catecismo para pequeños, con muchos dibujos que, a su vez, representa un resumen el Catecismo de la iglesia Católica, un tocho de casi quinientas páginas. No estoy seguro de su eficacia, pienso que es mucho tiempo; suficiente para que los niños se dispersen o se confundan. Pero bueno, ellos sabrán. En nuestra época Dios tomaba otras formas, más cercanas, cotidianas y contundentes, y ciertamente necesitaba menos justificación. Se adoptaba con más sencillez, aunque aquello estuviera lleno de doctrina pura y dura. En resumen: Dios se traía aprendido de casa.

En todo caso, aquella era una obligación. De hecho, en mi pueblo se desconfiaba de los ateos que no habían hecho la primera comunión  y se les calificaba de simples flojos antes que rebeldes. El ateo no hace, se hace,  porque para no creer se tuvo que haber creído antes. No creer es una desilusión, una emoción.

Todo esto viene a cuento por un encuentro fortuito del verano pasado. Mientras estaba en misa en un recóndito pueblecito del norte de España me topé de repente con una portada trajinada de aquel catecismo de mi infancia y pasé un buen rato hojeándolo. Yo es que le cogí mucho cariño como obra de iniciación a la vida adulta. Con él aprendí muchas palabras arboladas que los mayores vetaban a los pequeños, como lujuria, tentación o injuria; todas muy útiles para el conocimiento interior. También me permitió entender otras cosas más prácticas, como porqué los peloteros se santiguaban antes de batear; especialmente si estaban las bases llenas con dos outs:

Focus

Cuando a los medios de comunicación masiva y agencias de noticias se les señala por la forma en que deciden dónde poner el foco, suelen alegar que se limitan a reflejar lo que resulta relevante para la sociedad. Es un tema esencialmente controvertido y en el que no tenemos más que confiar en que la dimensión ética de los profesionales del sector funcione como garantía de equilibrio. Es lo mejor. Está absolutamente comprobado que nos iría mucho peor sin ellos, en sentido positivo, no imaginándolo como un mal menor.

Sin embargo, a veces sorprende (es un decir) porque si la cobertura está relacionada con el interés social, y se retroalimentan, algo podríamos no estar haciendo bien. Especialmente, porque en occidente ya casi no hay sujetos pasivos de las noticias, pues a través de  las redes virtuales de comunicación también participan en ese “poner foco”… aunque la mayoría de las veces sea reenviado un meme.

Pongamos por ejemplo dos episodios coincidentes en el tiempo a finales del invierno de 2017. Desconozco a los protagonistas y a las organizaciones que están detrás.

  1. Un grupo de mujeres se pone en huelga de hambre en la Puerta del Sol de Madrid, en protesta por el desamparo ante el que se encuentran, mujeres e hijos, ante la violencia machista y la laxa aplicación de la Ley. Estuvieron 26 días.
  2. Una asociación civil pone a circular por Madrid un autobús  con un mensaje que cuestiona la transexualidad. Las autoridades, en cumplimiento de la Ley, le prohíben circular por incitación al odio.

Para hacernos una idea, hagamos una prueba de cobertura a día de hoy, confiando, sin intención científica, en lo que ha recogido el Gran Indexador (a la fecha google) en su apartado de noticias, donde agrega lo que dicen los medios de comunicación en España sobre estos hechos.

          Caso 1: 27.300 resultados.
          Caso 2: 163.000 resultados.

Nada más.

Me aburro

Por estos días llevo debajo del brazo y con evidente demora la autobiografía del Doctor Sacks; ese gran escritor prestado a la neurología. Con un estilo crudo, transparente y poco condescendiente —algo escaso en este tipo de género—, mantiene la tradición de salpicar, no sin polémica, sus páginas con algunos casos clínicos que se fue encontrando durante su vida.

Me he topado con uno que me ha resultado revelador con respecto a la naturaleza humana (maximalista que amanecimos) y que os resumo brevemente:

Durante uno de sus primero trabajos, en una clínica especializada en cefaleas,  vio a un paciente que sufría de migrañas todos los domingos. Como un reloj. Él era matemático, llevaba una vida normal, floreciente y creativa de lunes a miércoles, pero a partir de los jueves iba degenerando poco a poco hasta desembocar el domingo en una terrible migraña que afectaba demasiado su calidad de vida y la de su familia. El Doctor Sacks lo puso en tratamiento. Pasados unos días, le llamó para preguntarle qué tal le iba. El hombre le dijo que, en efecto, las migrañas habían remitido y no habían vuelto a aparecer, pero le estaba costando mucho lidiar con los efectos secundarios. Cuando el Doctor Sacks indaga sobre dichos efectos, el hombre se sincera y le dice sin rodeos: es que desde que no tengo migrañas, me aburro.

Somos una creación inmensa tu.