Amar a dos mujeres (a la vez).

Un servidor bordearía los diez años. En la tele había dos mujeres y un hombre, y todos lucían compungidos. Las mujeres eran guapas, pero una más joven que la otra. En ese momento la menos joven conmina al hombre, su marido, a hablar: ¡decídete pues! —le espeta. Una especie de ultimátum, de último recurso para zanjar el doloroso asunto; de desesperación, porque resulta que la más joven era la amante del marido. El hombre pone cara de aún más compungido y cuando va a contestar, luego de un dramático silencio… termina el capítulo y hasta el día siguiente. ¡Ah! eterno dilema. Y eterno tema. Tan recurrente que a cualquier compositor de historias le da miedo adentrarse por esos derroteros, pues parece que se cuela por uno muy manido y poco original, ya que fue absolutamente cubierto de forma magistral y voluminosa por su excelencia María del Socorro Tellado López, Corín Tellado. Sin embargo, como dilema, sigue funcionando. La cosa está en que luego de explorar las subtramas para alargar la cuestión, el capítulo del día siguiente termina con la respuesta del marido, que les dice: ¿Y no me puedo quedar con las dos?

Aquel día se suspense, mi cerebro ya había trazado una sinapsis con una canción que cantaba Antonio Machín y que a veces ponían en la radio. Le dije a mi madre: —Ese le va a decir que las quiere a las dos, ya verás. Entonces puso un tone de medio regaño y dijo: —Esas cosas no se dicen, hijo, son cosas de los mayores. Ya verás, alcancé a pensar, porque lo dice la canción.

Veamos el caso: En la aproximación al tema a que hago referencia, el autor de Corazón Loco utiliza el recurso del diálogo interno, lo cual manifiesta una delicadeza en el tratamiento del tema y en el que aún reserva sus sentimientos al ámbito privado. A lo secreto. Es decir, era público y notorio que un hombre podía tener dos mujeres, pero ¿las podía querer a las dos o simplemente era incapaz de querer a ninguna?

Corazón loco.

Richard Dannenberg.1970

El autor le pregunta a su corazón:

Yo no puedo comprender,
cómo se pueden querer
dos mujeres a la vez,
y no estar loco.
Merezco un explicación,
porque que es imposible seguir
con las dos.

 

Y el corazón le contesta:

Aquí va mi explicación,
pues me llaman sin razón,
corazón loco.
Una es el amor sagrado,
compañera de mi vida,
esposa y madre a la vez.
La otra es el amor prohibido,
complemento de mis ancias,
y a quien no renunciaré.
Y ahora ya puedes tu saber,
cómo se pueden querer
dos mujeres a la vez,
y no estar loco.

Como veis, no tenía que ser un niño prodigio para adelantarle el desenlace a mamá. Cuando ella escuchó la respuesta del marido al día siguiente,ni siguiera se dignó a darme el crédito del constructo, sólo dijo serenamente: — ¡Todos los hombres son unos sinvergüenzas!

Motón de años después, a medidos de los noventa, escuché una canción de Eros Ramazzoti sobre el mismo tema y me dije, allí está otra vez. Pero en ese caso el compositor lo abordaba de una manera más cruel y tosca, incluso antiestética con ese tono nasal de éxito contra pronóstico (además del rupturismo rebelde de una rima suigéneris).

Pero ella. (1996)

E. Ramazzoti, V. Tosseto, Cogliati.

Aquí la cosa es más cruda. Un tío segurísimo se sí mismo, le habla directamente a la mujer que, no es la otra. Vamos, la versión grosera de Corazón Loco.

Estoy bien entre tus brazos,
yo no puedo lamentarme, no.
Sin cadenas y sin lazos,
no se puede pretender ya más,
no es posible, de verdad.
pero… pero…
ella tiene algo que tú no.
[…] te estoy diciendo que no lo comprendo aún.
Y si te tengo que elegir
yo no sabré, yo no querré,
mi problema es ella una y otra vez.Y si quiero tener hijos,
es contigo con quien los tendré.
Si un consejo necesito,
es el tuyo siempre el que espero,
porque es sincero, sí, pero… pero…
ella tiene algo que tu no.
Que le ví, no sé decirlo,
algo que no se explica.
[…]Pero tu…, no eres igual.

Lo cierto es que al final de aquella tele novela1, la protagonista (la guapa menos joven), sale victoriosa. El autor usó el giro del divorcio, temerario para la época, en lugar de optar por la resignación femenina habitual del mundo real de entonces. Un aterrizaje al pueblo llano de los elevados debates del feminismo. Ella pudo reconstruir su vida, económica primero y sentimental después, sin necesidad de ser «la señora de», moraleja pues de aquel cuento. ¿Y que fue del marido? Éste no terminó contestando el viejo truco de esperar si alguna respondía por él, pero tácitamente dejó claro que se iría con la más joven, como en efecto hizo. Sin embargo, aquello duró un ná y a la postre la muchacha lo mandó pal’ carajo también.


1.- La señora de cárdenas, de José Ignacio Cabrujas, 1977.