Involución

typewriter-2Mi madre hablaba por teléfono haciendo garabatos en un papel. Normalmente usaba el que tuviera a mano, por lo que los márgenes de la pequeña libreta donde apuntaba los teléfonos era una víctima habitual que terminaba decorada con cuadritos y rayitas hechas a boli. Creo que lo hacía porque muy en el fondo le resultaba poco natural hablar con alguien sin tocarlo. Es lo mismo que sigue haciendo el cerebro de mucha gente cuando sonríe o hace gestos que su interlocutor no puede ver cuando habla por teléfono, pero que puede percibir en el tono de la voz. También están otros, normalmente hombres, que caminan de un lado para otro mientras dicen sus cosas al aparato.

Es como si una necesidad motora cerrara el círculo de lo intangible. Con tanto receptor distribuido por toda la piel, el no palpar algo se hace raro. Casi todas las tareas básicas para las que fuimos diseñados por la evolución incluyen el tacto. Sin embargo, sería interesante estudiar —alguna universidad impronunciable lo habrá hecho ya— el efecto que tiene el no haber forjado un recuerdo táctil para algunas tareas cotidianas, como le está pasando a las nuevas generaciones. No han podido vivir el tacto como recurso expresivo en su relación con la tecnología.

Pongamos por caso la capacidad expresiva de un teclado. Escribir a máquina mecánica era una placer. Sentías como si cada letra contaba porque había más sentidos involucrados, como el oído y el tacto. Luego, cuando se evolucionó a las máquina eléctricas —entre las que se encuentra la entrañable IBM Selectric—, la sensación cambiaba aunque se mantenían los principios ya que oías y sentías las letras, sólo que con menos esfuerzo. Más adelante, con los teclados de ordenador, el componente mecánico se seguía manteniendo aunque cada vez más diluido, hasta que hoy en día escribirnos ante la levedad de los teclados virtuales de una pantalla. ¿Qué perdimos en el camino? El placer de golpear más fuerte una tecla, como una forma de enfatizar para nosotros mismos. Golpear con un punto una frase final y contundente no tenía precio.

Pero es en la evolución del teléfono donde creo que hemos perdido más. Aunque aún en el mundo real podemos darnos el gusto de un portazo como medio de expresión para decirle más a alguien de lo que podemos expresar con palabras; hemos perdido el colgar con saña un auricular físico para, mecánicamente, mandar a alguien a la mierda, otra cosa que no tenía precio.


Nota del Cartero:
Unos de mis compadres reflexionaba sobre este asunto más de diez años atrás; en una época en la que los móviles aún tenían teclas física… ¡a lo que hemos llegado!