Habimétricas.

El Atlántico es un bar español regentado por una viuda vietnamita y su hija. Desde hace unas semanas acudo a él junto con algunos compañeros de trabajo a desayunar. Es un bar dónde sólo se pide una vez, la primera que lo visitas, porque, por alguna rara costumbre de la región donde se encuentra, la gente siempre termina comiendo lo mismo regularmente, incorporando, a lo sumo, variaciones en el relleno o en la cantidad.

Mientras entras y tomas asiento, la madre y la hija realizan la rueda de reconocimiento, recitando lo que comerá cada uno y esperando su confirmación, casi siempre, con un leve asentimiento con la cabeza por parte del comensal.

A principios de esta semana, dos de los compañeros, después de varios meses acudiendo ininterrumpidamente, han faltado por vacaciones. Al notar su ausencia, la hija de la dueña, de cuerpo breve y alma de pizpireta, ha preguntado por los chicos: Luis y Antón están de vacaciones, le respondimos, ante lo que curiosa preguntó: ¿Quién es Luis, el de la tostada mixta o la de atún?

Fue bonito redescubrir cómo socialmente nos identificamos con mucho más que un nombre. Nuestra identidad es también un conjunto de hábitos, desarrollados de tal manera que nos identifican de forma inequívoca. Si pudiéramos medir esos hábitos y codificarlos, posiblemente serían mucho más efectivos que los sistemas de identificación biométrica.

Porque los hábitos van más allá de la identificación, nos permiten realizar reconocimiento. Un solo hábito, es suficiente para hacerte una idea del carácter de una persona, de su temperamento e incluso de su forma de pensar. Hay hábitos pivote, que una vez expuestos, permiten deducir todo un subconjunto de otros hábitos, que finalmente conforma la personalidad del individuo.

Cuando llego a un nuevo trabajo, un sitio alternativo para hacerme una idea de la gente nueva que voy conociendo, no es la cafetería, sino el baño. Allí salen a relucir algunos desafortunados hábitos pivotes. Por ejemplo, cuando te cruzas con compañeros de trabajo en el baño, se pueden identificar a los que se lavan las manos luego de hacer alguna necesidad y comprobar con horror, que son minoría. Si me dejo guiar por eso y resulta ser éste un hábito indispensable para un perfil profesional, les puedo asegurar, que jamás seré jefe.