Pequeñas Tragedias Veraniegas VIII

Elena odia el verano. Sus axilas son un manantial amazónico por estas fechas y le obligan a irse de expedición cada media hora al aseo de señoras para cambiarse unas improvisadas compresas de papel de cocina superabsorbente. Trata de achicarse el sudor antes de inundarse de vergüenza.

Renunció a las camisetas de tirantes desde la pubertad y, mientras sus congéneres se exhiben graciosas ante el calor, Elena ha tenido siempre el aspecto estival de una novicia austriaca.

Ha probado sistemáticamente todas las marcas y colores de desodorantes anti transpirantes, llevando con disciplina científica las anotaciones de sus pruebas en una libretita de hojas cuadriculadas: Principio activo del producto, hora de aplicación, espectro de protección, temperatura ambiente, humedad relativa del aire, velocidad del viento. No dejó nada al azar. Incluso – más por curiosidad que por fe – comenzó a realizar sus propias combinaciones con remedios caseros que incluían el zumo de dos limones dejados al sereno, leche magnesia y aceite esencial de árbol de té.

Elena tiene en la resignación el sentimiento favorito para afrontar la timidez de sus glándulas sudoríparas, que en lugar de distribuirse a lo largo de su cuerpo, se empeñaron en el absurdo de esconderse todas juntas en un sitio en el que todo el mundo pudiera verlas.

0 pensamientos en “Pequeñas Tragedias Veraniegas VIII

  1. Por lo que pueda valer lo anecdótico, me considero un especimen raro. La única parte del cuerpo que me suda profusamente es la cabeza: toda todita, cuero cabelludo y cara… y que yo sepa no han inventado un antitranspirante facial ni capilar… o si? ( De modo que Elena tiene opciones, yo no.)

    Si de casualidad encuentras alguna explicación para ello, y mejor aún, remedio….será más que bienvenido.

    En otro orden de ideas… qué es de tu vida?

    Hugs & kisses

    Palas A.