Observaciones pandémicas

Con toda la experiencia acumulada como especie en esto de las pandemias, presiento que hemos experimentado cierto retroceso estratégico sobre cómo lidiar con ellas. Por otra parte, nada raro en nuestra especie (lo del retroceso, quiero decir).

Algunas curiosidades:

Desde una posición un tanto pretenciosa, la mayoría de los estados han optado por convivir con el virus y, en general, se han asumido las muertes como números de costumbre. Mas o menos como se asumen las de accidentes de tráfico: despersonalizándolas estadísticamente. Algunos estados, excepciones realmente, han optado por actuar a la vieja usanza y eliminar tajantemente las opciones de propagación. El equivalente moderno de aquel “huir al campo” durante las epidemias de cólera o viruela que practicaban las familias pudientes en los siglos pasados. Hay ejemplos de este efectivo método ancestral tanto en sistemas de partido único, como China, como Democracias a lo Westminster, como Nueva Zelanda.

Por otro lado, ha resultado igualmente lamentable confirmar lo que muchos anticipaban cual profetas del desastre: Los sistemas educativos de las democracias occidentales (de los únicos que puedo hablar con humilde propiedad) se ha convertido en una máquina de esfumar recursos económicos y evitar que la gente lo utilice para aumentar sus posibilidades de ser feliz. Pistas: Al parecer, la gran mayoría de la población es incapaz de distinguir entre una progresión logarítmica y una lineal. En este orden de ideas, se tiene la sospecha de que, más allá de la media aritmética, el ciudadano tipo le cuesta imaginar cosas como la desviación estándar o la moda. Adicionalmente, no resulta arriesgado pensar que todas las horas de física y química por las que han pasado algo así como las tres cuartas partes de la población no han servido para grabar a fuego en la conciencia el cómo funciona la ciencia y lo que puede hacerse o no. Algo no está bien en la forma en la que se enseñan estas materias. Déficit de pasión, acaso. Aquí, no hace falta incidir en la triste hilaridad de bulos varios.

Políticamente hablando, se han visto surgir ciertas reivindicaciones que dejan muy lejos aquellas de las pasadas revoluciones sociales. Entre otras, creo entender que destaca con fuerza la promoción de un derecho fundamental que garantice y proteja la diversión (al mismo nivel que el derecho a la vida).

Finalmente, en términos generales, da cierta urticaria imaginar que, tal vez, tantos años de paz, de ausencia de calamidades (las realmente jodidas) en occidente, hayan borrado de la cosmovisión colectiva el hecho tácito de que, la mayoría de las veces la vida es incómoda y dura para todos. Y que si estamos aquí como especie es porque hemos sido capaces de asimilar, sin quejarnos mucho, situaciones extremas que alteran la convivencia.

Es para hacérnoslo ver.

Mucha mierda Demo-2


Bob Behnken y Doug Hurley a bordo de la SpaceX Crew Dragon

Suerte la que tenían los espaciotrastornados del siglo pasado. Cada dos por tres asistían al estreno de nuevas naves tripuladas: Mercury, Gemini, Apollo, Soyuz, Space Shuttle… Los de mi generación a duras penas vivimos las aventuras y desventuras de éste último; y desde entonces, cada día sumábamos menos esperanzas de volver a ver a NASA llevar a humanos a la órbita terrestre con medios propios. No es que la Soyuz no sea venerable, que lo es, y mucho, pero la competencia siempre es buena.

Le he dicho a mis hijas que más o menos a su edad pude ver por la tele, con mucha expectación, el primer lanzamiento del Columbia, y que la emoción que tengo ahora, con el estreno de la SpaceX Crew Dragon, es la misma. Una emoción infantil de neuronas espejo, en la que veo a dos experimentados astronautas (ambos tienen dos misiones previas en el Space Shuttle) arriesgarse a estrenar una nave con la convicción de que el show debe continuar.

Entre los cientos de telegramas que recibió la tripulación del Apollo 8, la primera en orbitar la Luna, hubo uno que hacía referencia a la excepcionalidad de una buena noticia entre lo convulso y triste que fue aquel año para la sociedad estadounidense. El remitente decía: Gracias Chicos, habéis salvado 1968. A este 2020 (además de una vacuna) le hace falta una muy buena noticia para no irnos de vacío. Esta puede ser una buena oportunidad.

Lo dicho. Mucha-Mucha mierda tripulación de la Demo-2 y espero que le pongáis un nombre muy bonito a la nave.

Actualización: el tiempo manda. Así que otro intento el sábado. Es lo tiene la ventana instantánea. Lo bueno es que se ha practicado una cancelación de despegue real.

Actualización 2: luego de un lanzamiento impecable, dos dias después de lo previsto me ha encantado escuchar la transmisión en la que habéis anunciado el nombre de la nave: Endeavour. Simplemente precioso. Un acierto, por el recuerdo al entrañable último transbordador, sustituto del Challenger, y que además puso fin a las misiones tripuladas hace nueve años y por todo lo que evoca la palabra. La sensación de que el show continúa.

Voglio entrare per la finestra

Tuve suerte. Una mañana cualquiera, mediando los trece años, un profesor de literatura se me acercó con un cassette en la mano, rotulado a boli, que ponía Les Luthiers. Entornó la cabeza como si fuera un estraperlista consumado y anteponiendo mi apellido me dijo en bajito: escuche usted esto.

Fue toda una revelación de juventud. Cuando llegué a casa me eché en el chinchorro, me ajusté los audífonos de diadema de una imitación taiwanesa de walkman que tenía y entonces le di al play. Lo primero que escuché fue una voz profunda y seria, que parecía decirme cosas profundas y serias, pero que en cada vuelta de la esquina giraba por donde no era, por donde no se esperaba. Que a veces parecía acercarse a un precipicio, con la precaución de quien tiene dos dedos de frente, pero que, en lugar de mirar y retirarse, decidía saltar a ver qué pasaba. Ciertamente, yo no tenía uso de razón como para saber que se pudiera jugar de aquella forma con las palabras. Y menos que me pudieran hacer reír como lo hizo aquel día y como lo sigue haciendo desde entonces cada vez que escucho cualquier obra de Les Luthiers.

Aquella voz sin nombre era la de Marcos Mundstock. Y también era suya la genialidad con la que mezclaba las palabras para hacer que el cerebro se riese solo, ese truco con el que reacciona cuando no encuentra lógica. Era la primera vez que me exponía a una manifestación de inteligencia en estado puro, esa que sólo se puede expresar a través del gran humor, ese que, a su vez, sólo puede entrar por el oído.

Voglio entrare per la finestra fue lo primero que escuché de Les Luthiers. Una y otra vez, hasta que me aprendí de memoria, en ese italiano bastardo, toda la letra y la melodía pujante de una opereta genial, una parodia de Verdi tan lograda, que parecía suya.

Lo que no me gusta de abril es que tiene la mala costumbre de llevarse a mis leyendas, y el de este año ha sido Mundstock. Haré como si no se hubiese muerto, va a ser lo mejor. Así, a la tristeza de ayer, sobrepondré los mejores recuerdos, especialmente, los de aquellos años en los que no sabía de quién era aquella voz que, como tomando el pelo, parecía decir cosas profundas y serias para decir todo lo contrario.

Gracias y buen viaje Marcos (y saludos de mi parte a Mastropiero).