Sin posturas

El objetivo principal de la juventud es hacer amigos para siempre. Rodearse de personas que te vean crecer y a las que tu también veas crecer. Se trata de formar lazos bien anudados, como para resistir el paso de tiempo. Es experimentar en conjunto, como para que, no importando cuán alto o bajo llegues en tus objetivos vitales, cuentes con personas que te hayan visto fracasar y triunfar; te hayan visto hundido en la miseria o flotando en la alegría perpetua, o en un más normal comedido punto intermedio.

Un amigo para siempre es un ancla a ti mismo. Es una referencia que te re-enfoca cuando te descubres extraño y no te reconoces en acciones y gestos del presente. 

Solo ante personas así, que ya no esperan nada en especial de ti, porque lo han visto todo, puedes manifestarte enteramente transparente y sin tener que adoptar posturas. 

PD: De seguir asi, terminaré volviendo a la fuente, ese sitio primigenio de la www, donde la gente compartía recetas de cocina y poemas; mientras unos pocos científicos publicaban sus trabajos auspiciados por los hiperlinks. Tranquilos. Son notas que he redescubierto en una vieja libreta y que las saco ahora para que den una vuelta.

Talk before shot

Una de las grandes aportaciones del lenguaje cinematográfico al imaginario popular es, además de la cámara lenta, el «talk before shot»: Ese largo discurso al que el asesino se lanza, mientras apunta a su víctima.

Los hay para todos los gustos. Desde el que recrimina y pregunta un eterno por qué, mientras le tiembla el arma por la ira contenida, hasta el frío jefe mafioso que se puede dar el lujo de encender un puro mientras ironiza con el soplido al apagar la cerilla. Así nos tienen los políticos.

Me hago mayor

Solía pasar tardes enteras merodeando por las estanterías de una popular librería de Madrid. También me era fácil encontrar las cosas que por las que sentía especial predilección ya que estaban cerca. Había mucha más gente que tenía los mismos gustos que yo y me era fácil no ser exigente. Lo que obtenía estaba acorde con mis expectativas.

Es posible que este sea uno de los temas más recurrentes de la época dorada de las bitácoras, pero no había escrito antes sobre ella, principalmente, porque no lo había vivido. Pero me hago mayor, y no ha sido hasta hoy cuando me he topado, como un inmigrante que vuelve a la tierra de su nostalgia, con una librería que es la misma pero que no respira igual, en la que no encuentro las cosas que busco y en la que los dependientes me redirigen a la sección de los clásicos cuando les consulto por algún náufrago de finales de los noventa.

Esos supervivientes: escritores, actores y cantantes tampoco son lo que eran, tampoco tienen el mismo timbre de voz, y tampoco le tiemblan los huesos cuando componen sus obras, porque como yo, también en se han hecho mayores.

Ahora caigo en cuenta de que el error ha sido no haber envejecido con ellos. Hacerlo juntos habría ayudado a no darme cuenta de cuanto han cambiando, de lo que han crecido. Replicar, al fin, algo parecido a lo que pasa con mis hijas, que se estiran de tarde en tarde sin que papá se percate, hasta que descubre alguna camiseta a la que le faltan mangas.

Vamos, que me hago mayor y aunque intente evitarlo terminaré siendo víctima del negocio de la nostalgia.