Lamentos expectorantes

El despecho está en desuso. La gente hoy en día se evade, se aturde o se agüevonea, pero no se despecha. Se ha descuidado ese ejercicio espiritual y mental tan necesario para la felicidad y que si no se aprende desde muy joven, hace que las relaciones malogradas, nunca se superen y terminen acumulándose como un lastre, como una mala compañía para las relaciones futuras.

Los responsables de salud en los países del primer y segundo mundo, deberían tomar en serio esta peculiaridad, ya que amenaza con convertirse en un riesgo sanitario. En un problema público de salud mental, comparable a lo que hoy representan la depresión y la angustia. Hay que comenzar a fomentar el buen despecho, tal como se promueve el uso del preservativo.

La industria del despecho es también responsable de la degradación de las formas, que han sido explotadas sin reforestar, hasta poner a este noble sentimiento al borde de la extinción. Aparenta ésta, haberse quedado sin recursos para continuar con el prehistórico negocio, que gravita entorno a las miserias de amor humanas. De hecho, los únicos supervivientes del kit del despecho, son los recursos menos elaborados, vulgares y si acaso los más perjudiciales: El alcohol y el chocolate. Ya no se hace música para el despecho, ni hay locales adecuados para despechados, ni terapistas anónimos de esos que te escuchaban el cuento en la barra.

La reflexión sentimental profunda, el veneno del dolor y los lamentos expectorantes ya no se consideran para superar un mal de amor. Creo, humildemente, que sin esas prácticas estamos rondando, de forma temeraria, el analfabetismo sentimental. Contimás hoy, cuando nuestra alta esperanza de vida nos da tiempo y nos hace más propensos a ser acariciados por unas cuantas compañías y para ello estimo, necesitaremos saber “limpiarnos” entre una y otra.

No es que sea un despechado experto para hablar de estas cosas, más bien es que he vivido muchos pre-despechos. Son sin duda más intensos, porque lo son de amores platónicos, así que siguiendo la tradición filosófica, podrían haberlos llamado despechos aristotélicos, pero que de filosóficos no tenían nada. Eran sufridos, sobre todo porque el alcohol se me da mal y sólo me quedaba la ecléctica combinación de canciones de Felipe Pirela y películas de Sandra Bullock, ya que es bien sabido que un clavo platónico saca a otro.

Un despecho bien llevado debería desembocar en la completa resignación y en una tranquilidad de espíritu tal, que permita allanar, cucharada a cucharada, el camino tortuoso que nos conduce… a tropezar de nuevo con la misma piedra.

Mi christma de navidad.

Busqué y busqué una Carta Jeroglífica con un motivo navideño, y terminé por convencerme que son piezas muy raras y de coleccción. Así que adelanto esta intención de felicitarles y desearles que les pasen buenas cosas en el año venidero, a hoy 16 de diciembre, que además comienzan las misas de gallo. La más propicia que encontré, es esta que les muestro, en la cual está la figura de un”niño varón”. Lo que sí les doy inmediatamente como pista es la ciudad destino, porque me parece lo más difícil, dado que la carta está un poco deteriorada, es lo que está en la parte superior, donde está un dibujo junto con los “reales”: Eso quiere decir que el destino es Ciudad Real. Si hacen click sobre la imagen obtendrán una versión más perfilada para facilitar el descifrado.

Otra curiosidad es que a este tipo de envío navideño de felicitación le llaman por aquí christma, en alusión a Christmas Cards, del inglés. Y sólo se aplica a este tipo de felicitación postal navideña. Así que les envio este Chrismat.

Para los que tengan problemas, el jueves les doy la dirección de Esta carta Jeroglífica y de la primera que envié que me dí cuenta que tampoco lo hice en su momento.

Los domingos no inventes

La historia es injusta con los inventores. Los encargados de elegir lo que debe conmemorarse de manera oficial y con pompa, se han empeñado siempre en considerar, exclusivamente, hechos sociales y religiosos para hacer desfiles militares y representaciones escolares.

En cambio, los hechos tecnológicos, que realmente han introducido modificaciones transcendentales en nuestras vidas, son obviados de manera lapidaria, como si cupiese duda que los inventores de los aviones, la penicilina o el microchip no hubiesen contribuido a mejorar el mundo. Eso a mi me parece el principal desaliento que los gobiernos hacen a la maltrecha investigación. Qué niño va a querer ser científico o inventor cuando eso no tiene mérito ni produce realización.

Es una injusticia porque el inventor, además de batallar contra sus propios fantasmas, debe soportar el escarnio público por la excentricidad de sus aspiraciones: volar como los pájaros, transmitir imágenes a distancia, reproducir la voz humana o teletransportarse.

Por todo esto, hoy quiero invitarles a pensar durante diez segundos, a modo de homenaje, en la proeza que hace cien años, un 17 de diciembre, llevaron a cabo Wilbur y Orville Wright, cuando tras 4 años de esfuerzos y una voluntad a toda prueba, en una playa de Kitty Hawk, lograron mantener en vuelo un aparato más pesado que el aire, durante 59 segundos y recorriendo una infinita distancia de 284 metros. Digo proeza, porque aún hoy los expertos en eso de volar, se preguntan cómo le hicieron para levantar del suelo el Flayer III.

Estos autodidactas fabricantes de bicicletas, demostraron ante todo perseverancia y disposición hacia la experimentación científica, y para mi, una paciencia mendeliana, porque incluso su padre, que era ministro de la iglesia evangélica, les hizo prometer que jamás harían pruebas en domingo. Y eso, estoy seguro les resultó una tortura. Me imagino lo que sufrían cuando tenían algo a punto un sábado por la noche.

Dicen las malas lenguas, que cada vez que el papa visita un país aumentan las “vocaciones” sacerdotales. Eso se llama promoción. Un efecto parecido, pero para vocaciones científicas se hubiese logrado si en todas las escuelas, en la tele, en el cine, y en los baños públicos, se hubiesen recordado los cien años del primer vuelo de los hermanos Wright. Claro, aunque esto es un agravio comparativo, porque todo el mundo sabe que al final, la vocación sacerdotal es una “llamada de Dios” y la científica una excentricidad.