¿Caducidad Programada?: No problem

El debate sobre la caducidad programada saca su cabeza de entre la vorágine de las noticias de cuando en cuando. Siempre se le asocia a una práctica obscena por parte de los capitalistas salvajes, que debe ser castigada y condenada, pero la verdad, poco más análisis se lleva a cabo. Lo cierto es que es un principio de diseño que ha estado allí desde siempre, incluso la misma naturaleza nos diseña con fecha de caducidad. Lo que me constriñe es el seguimiento mediático que se le hace en detrimento de otra cosa más importante y que ocasiona más problemas de sostenibilidad que la caducidad programada: La creciente falta de calidad.

Entre las muchas cosas buenas y malas que nos hemos dado con la globalización, está la estandarización, a la baja, de los procesos de calidad que ha venido inducida por las muy aceptadas estrategias low-cost. Es decir, yo te hago cualquier cosa muy barata a cambio de que asumas que se sacrificará el control de calidad; que aquello que compres puede que no te funcione a la primera o a la segunda (o la tercera). Es decir, no se sacrifican materiales y configuraciones, sino el control de calidad mismo.

Así, una cosa es tener la certeza de que algo te funcionará desde el principio y aceptablemente bien durante un tiempo determinado, y otra el no saber en absoluto si funcionará a la primera y por cuánto tiempo. Y con lo que veo a diario, es un fenómeno muy extendido y con variadas consecuencias. Por ejemplo: ¿alguien ha visto la cara que se le queda a un niño cuando su regalo de Reyes no funciona? ¿Y la que tienen que inventar los padres para explicarle que los Reyes tienen un departamento de reclamaciones y eso? En estos y muchos otros casos, ni siquiera se trata de un problema de precio bajo, sino de falta absoluta de los más mínimos controles de calidad, de que lo que has especificado en tu producto, se cumpla durante la fabricación. Parece que sólo duele cuando se trata de productos con alto precio, pero pasa en toda la gama.

Ciertamente, hay industrias que no podrían sobrevivir sin la caducidad programada, como la de la moda, por ejemplo, pero cuando se suma la baja calidad, estamos ante un grave problema, porque afecta directamente a todos los miembros de la cadena, especialmente, a nosotros.

Un Sputnik

A Occidente le hace falta un jamaqueo1. Algo que nos saque de la zona de confort y nos despierte del letargo que significa creer que eres el non plus ultra de la humanidad y que no hace falta ir más allá porque más allá no hay nada. No es por ser faltón, pero es que de pequeño tenía más expectativas de lo que podríamos llegar a hacer por estas fechas y me apena cuando aún seguimos hablando en términos tecnológicos de hace cuarenta años. La poca diferencia que veo es que todo es más pequeñín y sólo hay avances en la creatividad del uso, pero no en la aceleración de la aparición de tecnología disruptiva como la que se generó en el siglo XX. Por eso no es descabellado hablar de la aparición de un momento a otro de una amenaza como lo fue el Sputnik2 para Occidente a finales de los años 50s. Bueno, en el entendido de que aquello llamado pomposamente Occidente aún exista.

Imaginemos que una mañana cualquiera leemos un titular en el que un desconocido país o movimiento mundial anuncia que ha dado con un ordenador cuántico practicable y de tamaño reducido. Probablemente pocos entiendan a primeras el impacto de la noticia, pero creo que ningún editor perderá la oportunidad de subtitular algo como: El mundo, tal como lo conocemos, acaba de desaparecer.

La privacidad de nuestras comunicaciones en Internet depende de una cosa tan básica y compleja a la vez como la de encontrar ciertos número primos que multiplicados den un valor. Ese valor es la clave con la que nos comunicamos. Soy consciente de que simplifico a niveles vergonzosos. Respiro un poco y entonces sigo. Lo cierto es que con la computación actual, basada en las revolucionarias ideas de la década de los cuarenta del siglo pasado, hallar esos número es prácticamente imposible, pero con la computación cuántica la cosa sale en un pispás.

En términos prácticos, las redes sociales morirían en el acto3, y antes que ellas, las transacciones bancarias y todo lo que confíe en la criptografía actual para funcionar. La única manera de protegernos será a través de un gran apagón. Entonces, Internet volverá a ser aquel acogedor lugar en la que la gente compartía sus recetas de cocina y los cursis poemas de juventud.

Estoy con dolor de espalda desde inicios de año, así que no pregunten si me notan con un dejo de profeta del desastre.

¡Feliz 2018!


  1. jamaqueo 1. m. coloq. Cuba, El Salv. y Ven. Sacudida brusca.
  2. Sputnik
  3. Bueno, tal vez no, porque allí la privacidad no importa mucho últimamente y la autenticidad se logra por otras vías, como por ejemplo, usando vídeo en lugar de texto.