Equilibrios perversos: la pobreza

La condición de pobre es poco entendida por los políticos, y mucho menos por los economistas. Incluso por los buenos políticos (sic) o los ingenuos economistas. No la entienden porque no la han vivido. Con suerte, lo más cerca que han estado expuestos a ella es a través de alguna bienintencionada aventura de voluntariado solidario. Por eso, siempre desconfío de los políticos que hablan de los pobres como si fuesen uno de ellos, como si los entendieran, precisamente porque esta forma de actuar no hace más que perpetuar la pobreza. A los economistas los exculpo porque raramente hablan de la pobreza en primera persona.

La pobreza tiene varias dimensiones, una de ellas es la económica, la más visible y debatida. Pero quiero considerar otra, históricamente más escasa de debates y apocada en las estrategias: la cosmovisión de la pobreza. La forma en la que el pobre configura su mundo, de lo que se cree capaz y de su relación con el poder. Entiendo perfectamente la pobreza porque crecí dentro de ella, especialmente afectado por su dimensión económica.

El signo distintivo de la pobreza, como antesala de la miseria, es la de un equilibrio perverso. Es como si estuvieses siempre en el borde del precipicio y procuras moverte poco y lentamente, porque cualquier vientecito del destino puede hacer que un día tengas para alimentar a tus hijos y otro no. Pero es en un aspecto de esta cosmovisión donde radica el peligro de perpetuarla: La resignación. El convencimiento de que de pobre no se sale a menos que alguien te saque.

La resignación baja las defensas de la dignidad y hace a la persona vulnerable y proclive a creer en soluciones mágicas. De hecho, es la forma en la que actúa el populismo. Nadie resignado a la desesperanza escapa de ello. Por ejemplo, en los países pobres del tercer mundo, los ciclos de precios altos de materias primas hacen que el populismo (de izquierda y derecha) prospere, porque arrastra a los pobres hacía arriba subvencionando un inestable ascenso social. Un ascenso indexado a los recursos coyunturales del estado. Cuando éstos bajan, los índices de pobreza vuelven a crecer, incluso en peores condiciones, simplemente, porque no es sostenible. El discurso de erradicación de la pobreza no es más que simple propaganda, porque erradicar significa, arrancar de raíz, y no es el caso. Lo que hace el populismo es podar el árbol.

Lo que aprendí de pequeño, es que el pobre no necesita que lo arrastren, sino que lo empujen, que lo aúpen en el proceso de crear las condiciones necesarias para que su cosmovisión no condicione su futuro. Aprendí que la pobreza tiene en la dignadad la mejor basa para producir una transformación y que es la diana a la que apuntan los populistas haciendo creer que la dignidad se decreta y no se construye. Es innegable que, en situaciones de miseria, la forma de actuar debe ser distinta y perentoria, porque ya la persona está cayendo del precipicio. Es, obviamente, un asunto de intervención humanitaria, pero no es el caso al que me refiero, allí ya no hay equilibrio.

En mi casa estaba prohibido quejarse de nuestra condición. Por el contrario, se inculcaba que ese equilibrio perverso al que hacía referencia era una anormalidad de la que había que buscar salir. Así, la principal tarea de los políticos debería ser propiciar las oportunidades, lo más creativamente que puedan, sin hipotecarse con los dogmas1, y empujar a la sociedad a utilizarlas. Eso se hace con mucha eficacia en la educación básica, pero hay que ser muy probo y valiente para llevarlo a cabo, porque implica educar para la libertad dejando que otros también sean libres: Dejando que cada individuo encuentre su camino, no imponiendo una visión. He visto funcionar esta aproximación incluso en los más adversos escenarios, porque cuando uno conserva la dignidad está abierto a la autocrítica y no a la magia para encontrar la forma de prosperar.

Finalmente, también las sociedades avanzadas deberían obrar de esta forma, ya que les ayudará a estar preparadas para lidiar con un enemigo desconocido entre las nuevas generaciones y ante el que suelen reaccionar con histeria y desatino: La pobreza súbita. Normalmente, cuando la ven llegar, comienzan nuevamente a creer en la magia social y a obviar visceralmente sus consecuencias.


1.- En un mundo globalizado, ya no hay balas de plata ni fórmulas puras. Ya no aplican fórmulas fracasadas como el neo-liberalismo, el socialismo económico o los múltiples amargos sabores del marxismo. La visión del modelo económico debe ser más sistémica, flexible, astuta y pragmática que voluntariosa, fanática y revanchista.