Nombrar y avergonzar

En los Estados Unidos de América el gobierno despliega su acción pública a través de un muy amplio paisaje de agencias gubernamentales con distintos grados de autonomía. Las hay mundialmente conocidas como NASA y otras, como la NHTSA, que no salen ni en las ubicuas series de ficción.

Un objetivo que se han trazado muchos gobiernos es el de valorar la efectividad de los programas que llevan a cabo dichas agencias y mostrar a los contribuyentes si vale la pena el dinero que están pagando por ellos. Aunque varían en las siglas con las que bautizan a los programas de evaluación y seguimiento de las agencias, casi todos han sucumbido a una estrategia muy anglosajona: la de nombrar y avergonzar (name and shame). Una forma plana en su ejecución y fácil de explicar y entender.

Desde aquel primitivo «pase a la pizarra señor Smith» para escarmentar a un alumno poco aplicado, este es un método que ha evolucionado, pasado por varios filtros de sofisticación y que todo el mundo ha vivido alguna vez en carne propia. Por eso resulta familiar. Es también la estrategia preferida de muchos grupos de «activistas»,  aunque normalmente terminen avergonzando a quien no corresponde.

En fin, es una aproximación que discurre por distintos grados de efectividad en el esfera pública, pero es prácticamente de carácter testimonial en el sector privado de la economía…. hasta ahora, donde parece que una nueva generación de «mandos medios» está adoptándola con profusión. A todo esto, resulta curioso que en otras culturas, como la mediterránea o la caribe, esta práctica sea generalmente inexistente en las cosas públicas y más habituales en la esfera de la economía privada.

A lo que iba:

Para controlar a los representantes que elegimos con la intención de darnos gobierno, son necesarios mecanismos acordes con sus temores y, probablemente, producto de la misma cultura, nuestros políticos son inmunes a la vergüenza, por lo que dicho método (nombrarlos y avergonzarlos por sus ineptitudes o falta de honradez), resulta totalmente ineficaz. Vamos, que por no hacerles pasar el mal rato y ante una hipertrofia colectiva de neuronas espejo ciertas sociedades somos capaces de volverlos a elegir una y otra vez… y cuando por fin las cosas son insostenibles, somos capaces de elegir a otros, cuya único mérito es… ¡haber nombrado y avergonzado a los anteriores!

No quisiera darle la razón a Jean Bodin, pero si la cosa es por la calor, estamos perdidos.