Ecolalia Inversa.

En el pueblo de mi madre vive un curioso personaje al que todo el mundo llama Chiborrito. Tiene aspecto de perro inofensivo, responde a un talante solidario y tiene fama de lograr una extraña empatía con la gente. Sin embargo, su signo distintivo salta a la vista con sólo mantener una breve y trivial conversación con él. Pongamos que hablamos del tiempo:

– ¡Qué calor hace Chiborrito!
– Si, calor, pues… hace.
– Yo así no salgo de viaje.
– No, así no, de viaje, no.
– ¿Y vos pa’onde vais a estas horas?
– A estas horas, yo, poray pues, voy.

Así os podéis imaginar el resto. Chiborrito repite de forma inversa en sus respuestas las palabras que su interlocutor ha usado con anterioridad. Entiende lo que se le pregunta y aunque pueda pasar por tonto, no lo es. El resto de sus comportamiento son normales y lleva una vida normal ganándose la vida con trabajos ocasionales.

Inquietado un poco e intentado indagar más allá de la anécdota, creo haber dado con lo que podría padecer. Sin la intención de hacer diagnóstico – que no soy quien- sus características parecen coincidir con algo que los médicos llaman Ecolalia: una perturbación del lenguaje en la que el sujeto repite involuntariamente una palabra o frase que acaba de pronunciar otra persona en su presencia, a modo de eco. En el caso de Chiborrito, la repetición se realiza en orden inverso e intercalado dentro de sus propias respuestas, por lo que la he adjetivado como inversa.

Como hago dos horas diarias de coche en solitarios para ir e volver del trabajo, tengo tiempo para elucubrar un poco (o escuchar la radio) y he imaginado, que tal vez, esta perturbación ponga de manifiesto lo que realmente sucede en el cerebro. Digamos que todos de alguna forma sufrimos de ecolalia, sólo que el eco se emite dentro del cerebro, como una forma de buscar dentro de un enorme índice, las referencias contextuales para poder mantener una conversación con nuestro interlocutor. Algo así como cuando uno se repite frenéticamente una palabra que conoce pero de la cual ha olvidado momentáneamente su significado. O un nombre, al cuál no logras ponerle cara mientras repites las pistas que te van dando.

– ¿Te acuerdas de Paco?
– ¿Paco?
– Si, el primo que conocimos en la fiesta de Lola
– Paco… fiesta… si me suena pero no me acuerdo.
– Uno alto, de barba.
– Paco, Paco, Paco… eh…¿alto con barba? ¡Ah! Sí, el que contaba los chistes de gallegos…
– Ese mismo, el de los chistes de gallegos.

Pequeñas Tragedias Veraniegas IX

Dormir con calor fue uno de los primeros ejercicios de adaptación al ambiente que permitieron al hombre conquistar el planeta. Una cosa es que nos hayamos adaptado y otra muy distinta que haya sido de nuestro agrado. Porque intentar conciliar el sueño sobre los treinta grados deviene rápidamente en la pequeña tragedia del insomnio veraniego. En el invierno, pues te levantas, coges un libro o enciendes la tele. Pero en pleno verano, no tienes ánimo ni para darte la vuelta en la cama, ni tan siquiera para abrir los ojos y te ves obligado a ver con la mente, con la consecuente aparición de la alucinación insomne, sobre la cual hablaremos otro día.

El otro problema del verano son los perros insomnes. Nunca fallan. Justo cuando se abre una ventana de agotamiento, que tal vez te permitiría caer en fase REM, comienzan un concierto de ladridos en cadena que terminan por complicar aún más situación. Resulta curioso, porque tu sales a la calle una tarde cualquiera y no tienes la sensación de que haya tantos perros en tu vecindario. Además, como no puedes abrir los ojos, te obligas a maldecirlos con la mente, lo cual requiere concentración y evita que te duermas.

Finalmente, cuando ya cerca del alba, exhausto y resignado logras coger un poquito de sueño, cuando crees que ya nada más puede pasar, entonces, los pajaritos comienzan a cantar. Con frío, en plena primavera, vale. Pero en verano, el hermoso canto del amanecer es una verdadera calamidad. A mi se me antoja un error de diseño por parte de Dios: En verano los pájaros deberían estar invernando.

Tengo sueño.

Libros de invierno para el verano

Buscar lectura que soporte el calor es una tradición para muchas personas por estas latitudes. Cada verano trato de armarme con uno o dos libros de esos que se leen boca arriba, para los que no hace falta seguir una trama y que se puede soltar y remotar con la misma facilidad con la que se sorbe un daiquiri.

Para aquellos lectores con gustos similares a los míos, recomiendo dos ejemplares que reunen dichas caractaristicas.

El primero, Las cien mejores anécdotas de la segunda guerra mundial, de Jesús Hernández. Un ameno recopilatorio de pequeñas historias, muchas de ellas curiosas, que tuvieron como marco aquellos años en los cuales lo globalización se expresaba a través de las balas.

Seguidamente, o en el orden que quieran, De los números y su historia de Issac Asimov. A mi no me gusta Asimov como narrador de Ciencia-Ficción, pero como articulista y ensayista me hipnotiza. Este ejemplar está lleno de citas a pie de página que amplían la explicación original, referencias con otros episodios históricos, vamos, la mar de entretenido, claro, con la salvedad de que estamos hablando de Matemáticas y un redactor muy peculiar.

Les dejo un aperitivo:

Como todos, también yo busco el amparo y el apoyo de muchos mitos estimulantes. Uno de estos artículos de fe por el cual siento especial predilección consiste en afirmar que no se puede oponer ningún argumento en contra del sistema métrico decimal, y que las unidades que se usan comúnmente en los Estados Unidos constituyen un conjunto indefendible de tonterías que conservamos solamente por una especie de obstinación insensata.
Imagínense entonces la preocupación que me asaltó cuando hace poco me topé con una carta de un caballero inglés que denunciaba amargamente al sistema métrico como artificial, estéril y desconectado de las necesidades humanas. Por ejemplo, decía (y no lo cito textualmente) que si uno desea tomar una cerveza, la medida adecuada es la pinta. Un litro de cerveza es demasiado y medio litro es demasiado poco, pero una pinta, eso sí es lo justo.
Por lo que yo puedo decirles, el provincialismo de este caballero era sincero, hasta el punto de llegar a creer que aquello a lo que uno está acostumbrado tiene la fuerza de una ley natural. Me recuerda a aquella inglesa devota que se oponía firmemente a la enseñanza de todo idioma extranjero, levantando su Biblia y diciendo: «Si el idioma inglés les sirvió al profeta Isaías y a San Pablo Apóstol también me ha de servir a mí».

Cuando encuentre los de éste verano, ya les contaré.