el abandono del tempra

Suelo aparcar junto a un coche abandonado en un descampado cercano al trabajo. Es un fiat tempra del siglo pasado, azul eléctrico con cortinillas traslúcidas en el parabrisas trasero y un posavasos adosado a la rejilla del aire acondicionado del conductor. Ha sido enterrado, como los faraones, con algunas de sus pertenencias: se dejan ver por entre los vidrios congelados por las mañanas de invierno, una cajetilla de ducados a medio consumir, una botella de cocacola vacía y lo que parecen ser los restos de un ticket para alguna macro-fiesta de bienvenida al año dos mil. Es un coche anciano de aspecto entristecedor. De hecho, no hay mucho más que agregar, como es bien sabido, los fiat envejecen muy mal.

Los jóvenes no le dejan descansar en paz y le usan los fines de semana como epicentro del consumo indiscriminado de vino de Tetrabrik. Cada lunes le encuentro un nuevo golpe sin sentido, un rayón injurioso o un batazo en los faros, que ya no se pueden romper más. Es lo que tiene el alcohol, desinhibe hasta un punto capaz de producir animadversión hacia los muertos.

Qué clase de persona hay que ser para abandonar un coche de esa forma, a la intemperie, sin ayudarle a morir, sin que pase por la cabeza donar sus órganos a un desguace para que otros coches puedan seguir funcionando. Sólo en Madrid se tramitan anualmente cerca de trece mil expedientes para la retirada de coches abandonados en la vía pública, así sin más, sigilosamente, con alevosía y nocturnidad.

Pero lo que inquieta de esta realidad, es saber si los organismos de prevención social tomarán en cuenta estas cifras para estimar las necesidades de residencias para ancianos de cara a los próximos años, en los que la población mayor de sesenta años será mayoría. Porque si alguien no tiene reparo para dejar un coche abandonado en la calle a la buena de Dios, en el que ha pasado parte de su vida, en el que ha llevado a su mujer a parir o a su marido a operarle una apendicitis de madrugada; incluso en el que eventualmente haya perdido la virginidad; seguro tampoco lo tiene para desentenderse de una abuela con cataratas, achacosa y triste que no puede valerse por sí misma.

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