El código PEGI

Este sonajero incumple la normativa europea. Así de taxativo apareció ante las cámaras, un inspector del ayuntamiento de Madrid, en un pequeño reportaje de relleno que emitían al final del informativo. Se refería a los decibelios máximos que la normativa europea correspondiente, permitía emitir a dichos juguetes infantiles sin causar daño al delicado tímpano del infante. Eso me gusta de Europa, sus contrastes. Porque, por ejemplo, no hay una ley que prohíba llevar a los niños en el Metro, plusmarquista en eso de decibelios, o que al menos les obligue a llevar tapones auditivos. Bueno. Así por el estilo, existen normas muy estrictas para garantizar la seguridad física de los niños. Hay una que incluso obliga a que todo niño viaje en la parte posterior del vehículo, en un asiento especial de seguridad para infantes.

Pero la nota no va de seguridad física, sino psicológica. Para esto, los europeos han inventado cosas como el código PEGI (Pan European Game Information) que trata de informar a los padres y representantes, sobre el contenido de los juguetes modernos: Los juegos de vídeo. A mí pues, me resulta útil, interesante, orientativo y curioso. Sobre todo por el contenido de las alertas

Lo confieso: El último juego de vídeo con el que experimenté fue el béisbol, en un dispositivo súper avanzado llamado Intellevision. Y como era demasiado rápido para mis habilidades psicomotoras, pues desistí. ¡Ah! No había advertencias al respecto. Y, aunque me he perdido de muchos avances (la play, la xbox, el gamecube) estoy sorprendido del nivel de sofisticación alcanzado por estos juguetes, cuando el etiquetado del código PEGI advierte sobre cosas como estas.

Discriminación: El juego contiene representaciones de, o material que puede favorecer, la discriminación.

Drogas: El juego hace referencia o muestra el uso de drogas

Miedo: El juego puede asustar o dar miedo a niños

Lenguaje soez: El juego contiene palabrotas

Sexo: El juego contiene representaciones de desnudez o/y comportamientos sexuales o referencias sexuales

Violencia: El juego contiene representaciones violentas

A lo anterior deben agregar los criterios de clasificación por edades.

A ver. Cada generación debe adaptarse a los tiempos de su infancia. Sí. Pero hoy los padres lo tienen… a ver…no sé… cuando menos ¡jodido!. Recuerdo que el único juguete que mi madre me prohibió fue el gurrufío, hasta que logré una modificación con una tapa de compota herber, que evitaba las lesiones. De adolescente, creo que sólo la sonda, pero únicamente por las consideraciones ético-ecológicas que implicaba el usarla para matar pajaritos.

Considero profundamente a los padres de hoy. Creo que ya explicar a los niños las dantescas escenas de los informativos, con mutilados calcinados y arrastrados, es un reto balumbo; como para que además tengan que luchar contra juguetes tan sofisticados y sobre todo intangibles.

La Sociedad de la Defensa

Y apenas es Lunes. Fue lo último que pensé antes de pasar a ese estado de animación suspendida, en el cual solemos entrar cuando volvemos a casa, después de todo un día luchando contra las hienas. El vagón estaba casi vacío y el tren en marcha, y recuerdo también haber oído que alguien entraba por la puerta que comunica los vagones, pero me resultó un sonido familiar. Gente en busca de mejores puestos, o que simplemente huye de algún ex novio que acaba de subir. Ni abrí los ojos. Cuando comenzaba con las embestidas del verdadero sueño, una enérgica voz me despertó. Era un soldado de raza negra, de las fuerzas armadas españolas, con cara de misión que me preguntó, apuntándole con la boca. ¿Es suya esa mochila?

Si que era mía, aunque hubiese sido fácil deducirlo, porque la llevaba sentada en el asiento de al lado. Pero ese es el problema con las sospechas, no te dejan tranquilo hasta que las descartas. Esta es una escena que se ha de estar produciendo cientos de veces todos los días, desde que los militares custodian todo el servicio ferroviario español, chicos y chicas soldados y armados, dentro de los vagones o a la intemperie de los railes en busca de “algo sospechoso”.

Hace unos días, mi amigo cyberf publicaba una nota en la cual se preguntaba sobre lo que vendría luego de la Sociedad del Conocimiento, y terminaba apostando por la sociedad de la creatividad. Me resultó coherente en el ámbito empresarial, aunque comenté irónicamente, empujado por la confianza y como buscando camorra dialéctica, que me parecía que se quedaba corto. Aunque es una actividad que se le debe dejar a otros, esa de denominar a las sociedades, yo apostaría por un calificativo que refleje un aspecto dominante en nuestra cotidianidad. Así creo mas bien, que estamos entrando en la Sociedad de la Defensa.

Desde aquella mañana en la cual las estaciones de tren amanecieron custodiadas por el ejército y las del metro por la policía, la gente ha tratado de mantener la compostura. Hacer como que no están allí. Las ancianas con sus conversaciones habituales, los enamorados con sus “primaverales” muestras de amor o los ejecutivos al teléfono, increpando en público a sus esclavos. Pero la ola de silencio que se produce al paso de estos muchachos “camuflados” de verde, delata la intranquilidad colectiva.

Estamos en una sociedad que se defiende de un enemigo diluido. En la que ya la precaución ancestral de evitar pasear solos por calles vacías, y mirar de vez en cuando hacia atrás por encima del hombro, no es suficiente. Creo que hay cosas que no deben durar para siempre y esta es una de ellas. Me entristece pensar que viviré el resto de mis días, con la mano de visera, descartando sospechas.

Nota del Cartero: Por razones logísticas, escribo las notas algunos días antes de su publicación. Así que a modo de actualización les comento que, esta mañana por primera vez desde que resido aquí, me han llamado ciudadano. Fue otro soldado, al pasar el torno que me llava a la vía del tren. Me saludó con un «buenos días ciudadano», con la mano abierta a la altura de la sien derecha. ¿Me permite su documentación? Vamos, como que la sospechosa no es mi mochila :-/ probaré con otra corbata, porque no creo que sean mis ojos verdes cotoperí. :>>

El Carro

Debe estar por llamar – pensó María en voz alta – con la certeza que proporcionan los años. Juan había salido esa misma mañana en su carro particular, para efectuar el recorrido mensual de supervisión, de los puntos de venta de la zona costera. Después de tantos años de matrimonio y dos hijos, ella esperaba esa llamada como una costumbre. No para enterarse de algún infortunio, que para eso no necesitaba llamadas. Esas cosas se sienten, afirmaba con convicción. Sino para que él se quedara tranquilo. A cuatrocientos kilómetros de distancia, Juan le llamó brevemente, mientras se asilaba con un café en una bomba de carretera y para que ella se quedara tranquila, como solía decir. Luego de un saludo inicial, breve y más que amoroso, protocolario, María preguntó por el otro miembro de la familia. – Ve, ¿y cómo se portó el carro?

En el caribe acostumbramos atribuir volición a casi todas las máquinas. Pero el caso del carro es más que eso. Sobre todo para la clase pobre-alta, es más que un símbolo de estatus, es un heredero, un familiar, un confidente; que no come en la mesa del comedor, por la mala costumbre de los fabricantes de hacer las mesas pequeñas.

En las partidas de nacimiento de mis veintitrés tíos figura la palabra chofer, que era la profesión de mis abuelos. De ellos heredaron los rituales y los mimos que habrían de proporcionar a sus carros, y a través de ellos fui testigo de los extremos a los que podían llegar, para honrar la bandera del mantenimiento preventivo. Claramente: Sus mujeres aceptaban la competencia desleal y se resignan a no recibir ni un regalo por navidad, mientras al carro se le compraban esterillas, flecos y se le acaricia con pulituras todos los domingos por la tarde. Así, se da la paradoja de que María preguntara por el carro, como quien pregunta por la querida.

He sido testigo de la costumbre de bendecir los carros, aunque esto no debería ser visto como una excentricidad, ya que el cura de mi pueblo bendecía hasta las licorerías. También podría resultar exótico que en el caribe el carro figure como un complemento de la personalidad; y como los perros, los carros desarrollen una metamorfosis para mimetizar a sus dueños, y no les quepa la menor duda que también ocurre al contrario. Los carros se ganan atributos humanos junto con el cariño, y pueden llegar a ser fieles, celosos y caprichosos, sobre todo cuando los años le pasan factura. A los carros se les trata con ese dejo de propiedad con que las madres suelen decir que “el niño no me come caraotas.”

El caso emblema de esta relación, se da con los carros-sustento. Aquellos que levantan familias a base de kilómetros, y que envejecen junto con el cartelito de por puesto, libre o taxi. A estos se les habla, literalmente, y se les adorna con alguna imagen sagrada, que baila al son del retrovisor.

Finalmente, la corroboración de este aprecio al carro suele reposar en los álbumes de muchos hogares. En los cuales duerme segura, alguna foto de familia, que muestra a María con la niña en brazos, a Carlitos engominado y a Juan, con una mano en el bolsillo y la otra sobre el capó de su fiel escudero, pongamos por ejemplo, un Malibú del 77.