Loteria

Esta es una breve nota, que viene a mi mente mientras oigo el canturriar de los niños que cantan los números y premios de «El Gordo» de navidad español. Uno de los premios de lotería más grandes del mundo, está en activo desde 1812 y ha prevalecido por encima de reyes, guerras, repúblicas y democracias.

La curiosidad es un uso social de la tecnología: La primera cosa no relacionada con operaciones militares, es decir, auténticamente civil, que se autorizó a transmitir por los primeros telégrafos, instalados en Francia, que eran telégrafos ópticos, fue el resultado de la lotería nacional francesa. De hecho fue autorizado directamente por Napoleon.

La suerte, la esperanza última.

Cuento de Navidad

Alguna noche de otoño de 1936, un chofer despierta a su soñoliento camión de carga, le limpia las lagañas del parabrisas y le infunde ímpetu con el acelerador. Le espera un importante viaje. A su espalda lleva un pasajero poco común: el primer lote de obras de arte pertenecientes al Museo del Prado, que para ser protegidas de los bombardeos que han comenzado sobre Madrid, serán evacuadas hacia Valencia.

En el verano anterior y con el fin de poner a salvo el patrimonio artístico Español, había sido creada la Junta del Tesoro Artístico, que no sólo se concentró en evacuar los tesoros del Prado, sino también de proteger las estatuas públicas y edificios emblemáticos. También para concientizar al pueblo, de forma que no destruyeran, por ignorancia, y en medio del drama de la guerra, aquéllas obras que tuviesen contenido religioso o que pudiesen estar relacionadas ideológicamente con el bando contrario. Hay una frase del entonces presidente de la república, Manuel Azaña, que estimo resume el significado de aquella operación: El Museo del Prado es más importante para España, que la República y la Monarquía juntas.

La junta había intentado previamente proteger las obras, albergándolas en las bóvedas blindadas del Banco de España, pero por una manía de los artísticas de otras épocas, los cuadros eran muy grandes y no entraban por la circular puerta acorazada de la bóveda. Aunque, también podríamos culpar a los ingenieros que las diseñaron, por pensar que lo único digno de ser protegido, sería el dinero.

Fue una operación sería y ardua, ejecutada por anónimos héroes, que inventarió, embaló y vigiló miles de piezas, durante sus viajes como fugitivas. Las trasladaron primero a Valencia, dónde fueron almacenas en sitios protegidos, luego a Barcelona y finalmente a Ginebra, bajo el auspicio de la Sociedad de Naciones, para que una vez terminada la guerra, fueran devueltas a España, como en efecto pasó, finalizada la guerra civil y comenzada la segunda mundial. Pero el país de dónde habían salido ya no era el mismo, sus nuevos cuidadores tampoco.

Me enteré de esta historia casualmente, en la soledad del verano pasado y quedé conmovido y sorprendido por ella. Primero porque no la busqué, vi por accidente una película de Antonio Merceno, llamada la Hora de los Valientes, que abordaba la historia, pero centrándola en un solo cuadro, el Autorretrato de Goya. Como soy un poco flojo de lágrima cuando estoy solo, terminé mezclando el sudor de los ojos con el de la frente, en medio de los 40 grados que hacía en el saloncito de mi casa, en pleno agosto. A la mañana siguiente, me fui al Museo del Prado para ver de cerca la pintura en cuestión, que ahora tenía significado para mi. Lo aclaro, porque padezco alguna tara genética que hace que me aburra un mar en las pinacotecas.

Lo de sorprendido, es porque en el mismo museo, por esos días se llevaba a cabo una exposición fotográfica sobre el tema, y pude satisfacer con detalle todas las incógnitas que se me planteaban sobre este hecho real.

Sé que fue de los cuadros, pero me quedan sombras de tristes sospechas sobre cual habrá sido el destino, de todas los protagonistas anónimos, cargadores, cuidadores, restauradores, ingenieros que diseñaron las protecciones y de nuestro imaginario pero probable chofer, que muy seguramente se aburriría tanto como yo, pero que sabía el significado de su carga.

Lamentos expectorantes

El despecho está en desuso. La gente hoy en día se evade, se aturde o se agüevonea, pero no se despecha. Se ha descuidado ese ejercicio espiritual y mental tan necesario para la felicidad y que si no se aprende desde muy joven, hace que las relaciones malogradas, nunca se superen y terminen acumulándose como un lastre, como una mala compañía para las relaciones futuras.

Los responsables de salud en los países del primer y segundo mundo, deberían tomar en serio esta peculiaridad, ya que amenaza con convertirse en un riesgo sanitario. En un problema público de salud mental, comparable a lo que hoy representan la depresión y la angustia. Hay que comenzar a fomentar el buen despecho, tal como se promueve el uso del preservativo.

La industria del despecho es también responsable de la degradación de las formas, que han sido explotadas sin reforestar, hasta poner a este noble sentimiento al borde de la extinción. Aparenta ésta, haberse quedado sin recursos para continuar con el prehistórico negocio, que gravita entorno a las miserias de amor humanas. De hecho, los únicos supervivientes del kit del despecho, son los recursos menos elaborados, vulgares y si acaso los más perjudiciales: El alcohol y el chocolate. Ya no se hace música para el despecho, ni hay locales adecuados para despechados, ni terapistas anónimos de esos que te escuchaban el cuento en la barra.

La reflexión sentimental profunda, el veneno del dolor y los lamentos expectorantes ya no se consideran para superar un mal de amor. Creo, humildemente, que sin esas prácticas estamos rondando, de forma temeraria, el analfabetismo sentimental. Contimás hoy, cuando nuestra alta esperanza de vida nos da tiempo y nos hace más propensos a ser acariciados por unas cuantas compañías y para ello estimo, necesitaremos saber “limpiarnos” entre una y otra.

No es que sea un despechado experto para hablar de estas cosas, más bien es que he vivido muchos pre-despechos. Son sin duda más intensos, porque lo son de amores platónicos, así que siguiendo la tradición filosófica, podrían haberlos llamado despechos aristotélicos, pero que de filosóficos no tenían nada. Eran sufridos, sobre todo porque el alcohol se me da mal y sólo me quedaba la ecléctica combinación de canciones de Felipe Pirela y películas de Sandra Bullock, ya que es bien sabido que un clavo platónico saca a otro.

Un despecho bien llevado debería desembocar en la completa resignación y en una tranquilidad de espíritu tal, que permita allanar, cucharada a cucharada, el camino tortuoso que nos conduce… a tropezar de nuevo con la misma piedra.