Cuento de Navidad

Alguna noche de otoño de 1936, un chofer despierta a su soñoliento camión de carga, le limpia las lagañas del parabrisas y le infunde ímpetu con el acelerador. Le espera un importante viaje. A su espalda lleva un pasajero poco común: el primer lote de obras de arte pertenecientes al Museo del Prado, que para ser protegidas de los bombardeos que han comenzado sobre Madrid, serán evacuadas hacia Valencia.

En el verano anterior y con el fin de poner a salvo el patrimonio artístico Español, había sido creada la Junta del Tesoro Artístico, que no sólo se concentró en evacuar los tesoros del Prado, sino también de proteger las estatuas públicas y edificios emblemáticos. También para concientizar al pueblo, de forma que no destruyeran, por ignorancia, y en medio del drama de la guerra, aquéllas obras que tuviesen contenido religioso o que pudiesen estar relacionadas ideológicamente con el bando contrario. Hay una frase del entonces presidente de la república, Manuel Azaña, que estimo resume el significado de aquella operación: El Museo del Prado es más importante para España, que la República y la Monarquía juntas.

La junta había intentado previamente proteger las obras, albergándolas en las bóvedas blindadas del Banco de España, pero por una manía de los artísticas de otras épocas, los cuadros eran muy grandes y no entraban por la circular puerta acorazada de la bóveda. Aunque, también podríamos culpar a los ingenieros que las diseñaron, por pensar que lo único digno de ser protegido, sería el dinero.

Fue una operación sería y ardua, ejecutada por anónimos héroes, que inventarió, embaló y vigiló miles de piezas, durante sus viajes como fugitivas. Las trasladaron primero a Valencia, dónde fueron almacenas en sitios protegidos, luego a Barcelona y finalmente a Ginebra, bajo el auspicio de la Sociedad de Naciones, para que una vez terminada la guerra, fueran devueltas a España, como en efecto pasó, finalizada la guerra civil y comenzada la segunda mundial. Pero el país de dónde habían salido ya no era el mismo, sus nuevos cuidadores tampoco.

Me enteré de esta historia casualmente, en la soledad del verano pasado y quedé conmovido y sorprendido por ella. Primero porque no la busqué, vi por accidente una película de Antonio Merceno, llamada la Hora de los Valientes, que abordaba la historia, pero centrándola en un solo cuadro, el Autorretrato de Goya. Como soy un poco flojo de lágrima cuando estoy solo, terminé mezclando el sudor de los ojos con el de la frente, en medio de los 40 grados que hacía en el saloncito de mi casa, en pleno agosto. A la mañana siguiente, me fui al Museo del Prado para ver de cerca la pintura en cuestión, que ahora tenía significado para mi. Lo aclaro, porque padezco alguna tara genética que hace que me aburra un mar en las pinacotecas.

Lo de sorprendido, es porque en el mismo museo, por esos días se llevaba a cabo una exposición fotográfica sobre el tema, y pude satisfacer con detalle todas las incógnitas que se me planteaban sobre este hecho real.

Sé que fue de los cuadros, pero me quedan sombras de tristes sospechas sobre cual habrá sido el destino, de todas los protagonistas anónimos, cargadores, cuidadores, restauradores, ingenieros que diseñaron las protecciones y de nuestro imaginario pero probable chofer, que muy seguramente se aburriría tanto como yo, pero que sabía el significado de su carga.

3 pensamientos en “Cuento de Navidad

  1. impresionante la historia…
    totalmente

    yo siempre lloro en los museos…
    una vez pasé 30 minutos llorando en uno de los bancos de madera de la GAN luego de ver las obras de Michelena…

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